Crónicas Vampíricas

martes, 7 de julio de 2009

Cazadores de Sombras: Libro 2, caps 14,15,16,17,18

14. Sin temor
Cuando Clary despertó, la luz atravesaba las ventanas y sentía un fuerte dolor en su mejilla izquierda. Se dio vuelta sobre si y vio que se había quedado dormida sobre su bloc de dibujos y que su esquina había estado clavándosele en la cara. También había dejado su lapicera sobre la frazada y había una mancha negra extendiéndose através de la ropa.
Se sentó con un gruñido, froto su mejilla y fue a darse una ducha.

El baño mostraba signos de la actividad de la noche anterior; había ropa ensangrentada en el bote de basura y una mancha de sangre seca en el lavatorio. Con un escalofrío Clary se metió en la ducha con una botella de jabón de uva, decidida a quitarse la sensación del persistente malestar.

Luego se puso una de las batas de Luke y con una toalla alrededor de su pelo húmedo, abrió la puerta del baño para ver que Magnus esperaba del otro lado, sosteniendo una toalla en su mano y su resplandeciente cabello en la otra. Debería de haber dormido sobre el, pensó ella, porque un lado de su cabello parecía enmarañado.

“¿Por que las chicas tardan tanto en ducharse?”, reclamó. “Chicas mortales, cazadoras de sombras, brujas, todas son lo mismo. Me estaba volviendo viejo esperando aquí fuera...” Clary dio un paso para dejarlo pasar. “¿cuantos años tienes, de todos modos?” pregunto con curiosidad. Magnus le guiño un ojo. “Yo estaba vivo cuando el Mar Muerto era solo un lago sintiéndose un poco pobre.” Clary puso los ojos en blanco.

Magnus le hizo seña de para se aleje.” Ahora muévete. Necesito entrar; mi pelo se esta estropeando”
“No uses todo mi jabón, es costoso,” dijo Clary y se dirigió a la cocina, buscó algunos filtros y enchufó la maquina de café. El familiar borboteo de la cafetera eléctrica y el aroma a café hicieron desaparecer el sentimiento de malestar. En cuanto hubiera café en el mundo, ¿cuan mal podrían andar las cosas?

Volvió a la habitación para vestirse. Diez minutos después, en jeans y un suéter rayado azul y verde, estaba en la sala de estar dándole un sacudón a Luke. Se sentó con un gemido, su cabello despeinado y su rostro arrugado por el sueño.
“¿Como te sientes?” preguntó Clary, ofreciéndole una taza de café humeante. “Mejor ahora” Lucas bajó la mirada hasta el rasgón de su remera. Los bordes del rasgón estaban cubiertos de sangre. “¿Donde esta Maia?”
“Esta durmiendo en tu habitación, ¿recuerdas? Dijiste que podía hacerlo” Clary se sentó en el brazo del sofá. Luke froto sus cansados ojos.
“No recuerdo todo lo que sucedió anoche muy bien”, admitió. “Recuerdo haber salido del camión y no mucho después de eso”
“Había mas demonios ocultos fuera. Te atacaron., pero Jace y yo nos encargamos de ellos.”
“¿Mas demonios Drevak?”
“No” Clary hablo con desgana “Jace los llamo Raum”
“Demonios Raum?” Lucas se enderezó. “Eso es cosa seria. Los demonios Drevak son mascotas peligrosas, pero Raums-..”
“Esta bien” Clary dijo “Nos ocupamos de ellos”
“¿Tú te ocupaste de ellos? ¿O Jace lo hizo? Clary no quiero que tu-..”
“No fue así” Inclino su cabeza “Fue como si...”
“¿Magnus no estaba cerca? ¿Por que no fue con ustedes?”Lucas la interrumpió claramente alterado.
“Te estaba curando, por eso” dijo Magnus, viniendo desde la sala de estar y oliendo fuertemente a uva. Su pelo estaba envuelto en una toalla y vestía un traje azul de satén con rayas plateadas a los lados. “¿Donde esta la gratitud?”
“Estoy agradecido” Luke parecía enojado y al mismo tiempo tratando de contener la risa. “Es solo que si algo le sucedía a Clary-..”
“Tu hubieras muerto si yo hubiera ido con ellos,” dijo Magnus dejándose caer en la silla “y luego Clary estaría mucho peor. Ella y Jace supieron manejar los demonios muy bien por si solos, ¿no?” Se volvió hacia Clary.
Ella se avergonzó. “Verás.., es solo-“
“¿Solo que?” Era Maia todavía con la ropa que había usado la noche anterior, con una de las camisetas de franela de Luke encima de su remera. Se movió rígidamente a través de la habitación y se sentó en una silla con cautela. “¿Es café lo que huelo?” preguntó esperanzada, rascándose la nariz. Honestamente, Clary pensó, era bastante injusto para una mujer lobo tener curvas y ser bonita; ella debería ser grande y peluda, posiblemente con cabello brotándole de sus orejas. Y esto, Clary añadió en silencio, es exactamente porque no tengo amigas mujeres y paso todo el tiempo con Simón. Tengo que asumirlo.
Ella se puso de pie. “¿Quieres que te traiga un poco?”
“Seguro” Maia asintió. “ ¡Con leche y azúcar!” dijo en cuanto Clary dejó la habitación, pero para cuando ella estaba de vuelta en la cocina, con una taza humeante en la mano, la chica lobo la miraba con el ceño fruncido. “Realmente no recuerdo que pasó anoche” ella dijo, “pero hay algo acerca de Simon, algo que me esta molestando...”
“Pues bien, tu trataste de matarlo…” dijo Clary, volviéndose a colocar en el brazo del sofá. “…quizás es eso”.
Maia palideció, mirando fijamente su café. “Lo había olvidado. El es ahora un vampiro” Levanto la mirada a Clary. “No quise lastimarlo. Yo solo…”
“¿Si?” Clary elevó sus cejas. “¿Solo qué?” El rostro de Maia lentamente se volvió rojo oscuro. Dejo su café en la mesa detrás de ella.
“Quizás quieras descansar,” Magnus advirtió. “Encuentro que eso ayuda cuando se declara la aplastante sensación de comprensión”
De repente los ojos de Maia se llenaron de lágrimas. Clary miró a Magnus con horror- el parecía igualmente sorprendido, notó- y luego a Luke. “Has algo”, le dijo entre dientes bajo su reparación. Magnus probablemente era un brujo que podía curar heridas fatales con una llama de fuego azul, pero Luke sabía las mejores maneras de tratar el llanto de una chica adolescente.
Luke comenzó a patear hacia atrás su frazada preparándose para levantarse, pero antes de que pudiera hacerlo, la puerta principal se abrió de un portazo y Jace entró, seguido de Alec, quien traía una caja blanca. Magnus se quitó la toalla de la cabeza a toda prisa y la dejo caer tras el sofá. Sin el gel y la purpurina, su cabello era oscuro y lacio, casi hasta sus hombros. Los ojos de Clary fueron directamente hacia Jace, como siempre lo hacían. No podía evitarlo, pero al menos nadie más parecía notarlo. Jace lucía nervioso, tenso y cabreado, pero también agotado, sus ojos estaban rodeados de gris. Sus ojos la miraron sin expresión, y se detuvieron en Maia, quien todavía estaba llorando en silencio y no parecía haberlos oído entrar.
“Veo que están todos de buen humor”, observó “¿Manteniendo el ánimo?”
Maia se refregó los ojos. “Mierda”, refunfuñó. “Odio llorar frente a los cazadores de sombras”.
“Entonces vete a llorar a otra habitación” dijo Jace con la voz desprovista de cordialidad. “Ciertamente no te necesitamos lloriqueando aquí mientras hablamos, ¿no?”
“Jace” comenzó a advertirle Luke, pero Maia ya marchaba sobre sus pasos y se iba ofendida fuera de la habitación, hacia la cocina. Clary se volvió hacia Jace. “¿Hablando? Nosotros no estábamos hablando.”
“Pero lo haremos” dijo Jace, dejándose caer en el banquillo del piano y estirando su piernas largas. “Magnus quiere gritarme, ¿no Magnus?” “Si”, dijo Magnus, alejando su mirada de Alec lo suficiente para fruncir el ceño. “¿Dónde demonios estabas? Pensé que fui claro cuando dije que tenias que permanecer en la casa”.
“Pensé que no tenía opción,”Clary dijo “creí que debía quedarse donde tu lo hicieras. Tu sabes, por lo de la magia”
“Normalmente, sí” dijo Magnus enfadado “pero anoche, después de todo lo que hice, mi magia estaba reducida”
“¿Reducida?”
“Si” Magnus parecía mas enojado de lo normal. “Incluso el Gran Brujo de Brooklyn tiene recursos ilimitados. Solo soy un humano. Es decir,” se corrigió “mitad-humano, lo que sea…”
“Pero tu sabías que tus recursos estaban agotados” Luke dijo, sin ser descortés, “¿no?” “Si, y le hice jurar al maldito que se quedara en la casa.” Magnus miró a Jace. “Ahora se cuanto valen las promesas de un cazador de sombras”
“Necesitas aprender como hacerme jurar apropiadamente” dijo Jace placidamente, “solo un juramento en el Ángel tiene algún valor”
“Es cierto”, dijo Alec. Era la primera cosa que había dicho desde que entraron en la casa. “Por supuesto que es cierto”. Jace agarró la taza de café que Maia apenas había tocado y le dio un sorbo. Hizo una expresión extraña. “Azúcar”
“De todos modos, ¿donde estuvieron toda la noche?” Magnus preguntó amargado. “Con Alec?”
“No podía dormir entonces fui por un paseo” dijo Jace. “Cuando regrese, me topé con este idiota merodeando en el porch” Señaló a Alec. Magnus se animó. “¿Donde estuviste toda la noche?” le pregunto a Alec. Todos miraron. Alec estaba usando un suéter oscuro y unos jeans, que era exactamente lo que había usado el día anterior. Clary decidió otorgarle el beneficio de la duda.
“¿Qué hay en la caja?” preguntó. “Oh. Ah” Alec observó la caja como si se hubiera olvidado de ella. “Rosquillas, de hecho...” Abrió la caja y la dejó sobre la mesa. “¿Alguien quiere una?”
Todos, en cuanto giraron, querían una rosquilla. Jace quería dos. Luego de terminar la crema de Boston que Clary le trajo, Luke parecía moderadamente revitalizado; pateó hacia atrás el resto de frazada y se sentó contra el respaldo del sofá. “Hay algo que no comprendo” dijo.
“¿Solo una cosa? Vas muy por delante que el resto de nosotros” dijo Jace.
“Ustedes dos fueron en mi búsqueda cuando no volví a casa”, dijo Luke, mirando desde Clary hasta Jace.
“Nosotros tres” dijo Clary “Simon estaba con nosotros”
Luke parecía adolorido. “Bien. Ustedes tres. Había dos demonios, pero Clary dice que no mataron ninguno. Entonces, ¿que sucedió?”
“Hubiera matado el mío, pero huyó,” dijo Jace. “De lo contrario-”
“¿Por qué haría eso?” preguntó Alec. “Dos de ellos, tres de ustedes- ¿quizás se sintieron superados en número?”
“Sin ofender a los involucrados, pero el único entre ustedes que parece terrible es Jace,” dijo Magnus. “Una cazadora de sombras sin entrenar y un vampiro asustado…”
“Pienso que tal vez fui yo” dijo Clary “Creo que los asusté”
Magnus parpadeó. “¿No dije recién que-”
“No quiero decir que los asusté porque soy terrorífica,”dijo Clary “Pienso que fue esto” Ella levantó su mano, girándola para que pudieran ver la marca en su brazo interno. Hubo un repentino silencio. Jace la miró fijamente, pero luego apartó la vista; Alec pestañeo, y Luke parecía atónito.
“Nunca antes había visto esa marca”, dijo finalmente. “¿Alguien lo ha hecho?”
“No”, dijo Magnus. “Pero no me gusta”
“No estoy segura de lo que es o significa,” dijo Clary, bajando su brazo. “Pero no viene del Libro Gris”
“Todas las runas vienen del Libro Gris”, la voz de Jace era firme.
“No esta”, dijo Clary. “La vi en un sueño”
“¿En un sueño?” Jace parecía furioso como si ella lo estuviera insultando particularmente a él. “¿A que estas jugando Clary?”
“No estoy jugando a nada. No recuerdas cuando estábamos en la Corte Seelie-”
Jace lucía como si ella lo hubiera abofeteado. Clary continuó, rápido, antes de que el pudiera decir algo: “-y la Reina Seelie nos dijo que éramos experimentos? Que Valentine había hecho- nos había hecho algo diferente, especial? Ella dijo que el mío era un regalo de palabras que no podían ser habladas, y el tuyo el propio regalo del Ángel.”
“Esa hada no tenia noción”
“Las hadas no mienten, Jace. Palabras que no pueden ser habladas- ella se refería a las runas. Cada una tiene un significado distinto, pero ellas están hechas para ser dibujadas, no dichas en voz alta” Ella continuó, ignorando su aspecto incrédulo. “Recuerda cuando me preguntaste como había entrado en tu celda de la Ciudad Sileciosa. Te dije que había usado solo una runa de abertura común y corriente-”
“¿Eso fue todo lo que hiciste?”Alec parecía sorprendido. “Llegué allí solo un poco después de ti y parecía que alguien hubiera arrancado la puerta de las bisagras”
“Y mi runa no sólo abrió la puerta”, dijo Clary. “También abrió todo lo que había dentro de la celda. Abrió las esposas de Jace”, tomó un respiro. “Creo que la Reina quiso decir que yo puedo dibujar runas que son mas poderosas que las normales. Y tal vez crear nuevas.”
Jace sacudió su cabeza. “Nadie puede crear runas nuevas-”
“Quizás ella pueda, Jace.”Alec sonaba pensativo. “Es cierto, nadie entre nosotros ha visto antes la marca de su brazo”
“Alec tiene razón,” dijo Luke. “Clary, por que no vas y traes tu bloc de dibujos?” Ella lo miró un poco sorprendida. Sus ojos grises azulados estaban cansados, un poco hundidos, pero mantenían la misma firmeza que cuando ella tenía seis años y el le había prometido que si ella subía a la trepadora en el patio de recreo del Prospect Park, el siempre estaría bajo para atraparla si ella caía. Y siempre había estado.
“Bueno” dijo “Estaré de vuelta”.
Para llegar a la habitación de huéspedes, Clary tenía que cruzar la cocina, donde encontró a Maia sentada en un banco junto a la encimera, luciendo lamentable.
“Clary” dijo, pegando un salto del asiento. “¿Puedo hablarte un segundo?”
“Estoy yendo a mi habitación a buscar algo ahora-”
“Mira, siento lo que pasó con Simón. Estaba alterada-”
“Ah, ¿si? ¿Que paso con eso de que todos los hombres lobos están destinados a odiar los asuntos de vampiros?”
Maia dejo escapar un suspiro. “Lo estamos, pero- supongo que no tengo que adelantar el proceso”
“No me lo digas a mi; díselo a Simon”
Maia se sonrojo nuevamente, sus mejillas se volvieron rojo oscuro. “Dudo que quiera hablarme”.
“Quizás lo haga. Es bueno perdonando.”
Maia la miró de cerca. “No es que me quiera entrometer, pero ¿ustedes están saliendo?” Clary se sonrojó y agradeció a sus pecas por proporcionarle cubierta. “¿Por qué quieres saber?”
Maia se encogió de hombros. “La primera vez que lo vi se refirió a ti como su mejor amiga, pero la segunda vez te llamo su novia. Me preguntaba si era un asunto prendido-apagado.”
“Algo así. Éramos amigos en un principio. Es una larga historia.”
“Ya veo”
Las mejillas sonrojadas de Maia habían desaparecido y la sonrisa de chica ruda había vuelto a su rostro. “Pues bien, eres afortunada, eso es todo. Incluso si ahora es un vampiro. Debes estar bastante acostumbrada a todo este asunto extraño de ser una cazadora de sombras, apuesto a que ésto no te desconcierta.”
“Me desconcierta”, dijo Clary, mas bruscamente de lo que pretendía. “No soy Jace”
La sonrisa se extendió. “Nadie lo es. Y tengo la sensación de que él lo sabe”
“¿Qué se supone que significa eso?” “Oh, tu sabes. Jace me recuerda un antiguo novio. Algunos tíos te miran como si quisiesen acostarse contigo. Jace te mira como si ya lo hubiese hecho, hubiese sido fantástico, y ahora fuesen solo amigos- incluso piensa que quieres más. Vuelve locas a las chicas. ¿Sabes a que me refiero?”
Si, Clary pensó. “No” dijo.
“Supongo que no podrías siendo su hermana. Creo que tendrás que tomar mi palabra en esto”.
“Tengo que irme”. Clary casi estaba saliendo por la puerta de la cocina cuando algo se le ocurrió y se dio vuelta. “¿Qué le sucedió a él?”
Maia parpadeó. “¿Qué le sucedió a quién?”
“A tu antiguo novio. El que te recuerda a Jace”
“Oh,” dijo Maia. “El es el que me transformo en mujer lobo”
“Bien, lo entendí” Clary dijo, volviendo a la sala de estar con su bloc de dibujo en una mano y una caja de lápices Prisma color en la otra. Corrió hacia fuera una silla de la pequeña mesa-Luke siempre comía en la cocina o en su oficina, y la mesa estaba repleta de papeles y antiguas facturas-y se sentó, con el bloc de dibujo frente a ella.
Tenía la sensación de estar dando un examen de arte en la escuela. Dibuja esta manzana. “¿Qué quieren que haga?”
“¿Qué crees?”, Jace todavía estaba en el banquillo del piano, con sus hombros bajos. Daba la impresión de no haber dormido en toda la noche. Alec estaba apoyado en el piano detrás de él, probablemente porque era el lugar más alejado de Magnus donde podía estar.
“Jace, es suficiente” Luke estaba sentado con la espalda recta pero parecía como si estuviese haciendo algún esfuerzo. “¿Dijiste que podías dibujar nuevas runas, Clary?”
“Dije que pensaba eso”
“Pues bien, me gustaría que lo intentaras”
“¿Ahora?” Luke sonrió débilmente.
“A menos que tengas algo más en mente”
Clary buscó una hoja en blanco del bloc de dibujo y la observó. Nunca había tenido una hoja en blanco que le pareciese tan vacía. Podía sentir el silencio en la habitación, todos mirándola: Magnus con su clásica y suave curiosidad; Alec demasiado preocupado con sus propios problemas para interesarse en los de ella; Luke esperanzado; y Jace con su helada y aterradora blancura. Ella lo recordaba diciendo que deseaba poder odiarla y se preguntaba si algún día lo haría.
Clary bajo el lápiz.
“No puedo hacerlo como una orden. No sin una idea”
“¿Qué clase de idea?”, dijo Luke.
“Es decir, ni siquiera sé que runas ya existen. Necesito saber un significado, una palabra, antes que pueda dibujar una runa para ello.”
“Es bastante difícil para nosotros recordar cada runa-,” Alec comenzó, pero Jace, para la sorpresa de Clary, lo interrumpió.
“¿Qué hay acerca de…”, dijo calmo, “Fearless (no tener miedo)?”
“Fearless?” repitió.
“Hay runas para la valentía”, dijo Jace. “Pero no hay nada para quitar el miedo. Pero si tu, como dices, puedes crear nuevas runas…” Él miro a su alrededor y vio la expresión de sorpresa de Alec y Luke. “Mira, yo sólo recordé que no hay una, eso es todo. Y parece lo suficientemente inofensivo”
Clary miró a Luke, quien se encogió de hombros. “Bien,”dijo.
Clary tomó un lápiz gris oscuro de la caja y colocó la punta sobre el papel. Pensó en formas, líneas, curvas; pensó en el signo del Libro Gris, antiguo y perfecto, la encarnación de un lenguaje demasiado impecable para ser hablado. Una voz suave le habló desde su interior: ¿quién eres tú, para pensar que puedes hablar el lenguaje del cielo?
El lápiz se movió. Estaba casi segura que ella no lo había hecho, pero este se deslizó a través del papel, describiendo una línea simple. Sintió su corazón dar un brinco. Pensó en su madre, sentado ilusionada tras su tela, creando su propia visión del mundo en tinta y pinturas al óleo. Pensó, ¿Quién soy yo? Soy la hija de Jocelyn Fray.
El lápiz se movió nuevamente, y esta vez su respiración se cortó; se encontró susurrando la palabra, bajo su respiración: “Fearless. Fearless”. El lápiz giraba hacia abajo y ahora más bien ella lo estaba guiando y no el a ella. Cuando lo hubo terminado, dejo descansar el lápiz y observó por un momento, confundida, el resultado.
La runa completa era un matiz de fuertes torbellinos de líneas: una runa tan audaz y aerodinámica como un águila. Arrancó la hoja y la sujetó para que los demás la pudiesen observar. “Allí” dijo, y fue recompensada por el rostro sorprendido de Luke- entonces el no había creído en ella- y los ojos ensanchados de Jace.
“Grandioso”, dijo Alec.
Jace volvió sobre sus pasos y cruzó la habitación, sacándole el papel de las manos. “¿Pero funciona?”.
Clary se preguntaba si estaba preguntando o estaba solo siendo desagradable. “¿Qué quieres decir?”
“ Quiero decir, que cómo sabes que funciona? En este instante es solo un dibujo- no puedes sacarle el miedo a un trozo de papel, no tiene nada por donde comenzar. Tenemos que probarlo en uno de nosotros antes de estar seguros de que es realmente una runa”
“No estoy seguro de que sea una buena idea,” dijo Luke.
“Es una idea fabulosa”. Jace dejó caer el papel nuevamente en la mesa, y comenzó a subirse la chaqueta.
“Tengo una estela que podemos usar. ¿Quién quiere hacérmelo?”
“Una lamentable elección de palabras”, dijo Magnus en un murmullo.
Luke se puso de pie. “No” dijo. “Jace, tu casi te comportas como si no hubieses escuchado la palabra “miedo”. Yo me pregunto como vamos a ser capaces de ver la diferencia si la runa funciona en ti”
Alec reprimió algo que sonó como una risa. Jace simplemente mostraba una ajustada y antipática sonrisa. “He oído la palabra “miedo””dijo. “Simplemente elijo creer que no se aplica en mí”
“Ese es exactamente el problema”, dijo Luke.
“Pues bien, ¿por qué entonces no la ponemos en ti?” dijo Clary, pero Luke sacudió la cabeza.
“No puedes marcar un subterráneo, Clary, no con un efecto verdadero. La enfermedad demoníaca que causa la licantropía previene a las marcas de hacer efecto”
“Entonces…”
“Prueba en mí”, dijo Alec inesperadamente. “Podría hacer con algún Fearlessness”. Se deslizó la chaqueta, la arrojo al banquillo del piano, y cruzó la habitación para detenerse frente a Jace. “Aquí. Marca mi brazo”. Jace alzó la mirada a Clary.
“A menos que piense que debes hacerlo tú”
Ella sacudió su cabeza. “No. Probablemente tu eres mejor haciendo las marcas que yo”.
Jace se encogió de hombros.
“Súbete la manga, Alec”.
Obedientemente, Alec se subió la manga. Todavía había una marca permanente en la parte superior de su brazo, un elegante rollo de líneas que le daban a Alec el balance perfecto. Todos se acercaron, incluso Magnus, en cuanto Jace fue trazando cuidadosamente las líneas de la runa en el brazo de Alec, justo por debajo de la ya existente. Alec hizo una mueca de dolor en cuanto la estela trazaba. La trayectoria quemaba a través de su piel. Cuando Jace finalizó, volvió a colocar la estela en el bolsillo de su chaqueta y se detuvo a admirar su reciente trabajo.
“Pues bien, al menos se ve genial” anunció. “Funcione o no…”
Alec se tocó la nueva marca con la punta de sus dedos y luego de dio cuenta de que todos en la habitación lo estaban observando.
“¿Entonces?”, dijo Clary.
“¿Entonces qué?”Alec se bajó las mangas, cubriendo la marca.
“¿Entonces cómo te sientes? ¿Algo diferente?”
Alec parecía estar considerándolo. “No realmente”
Jace levanto sus manos. “Entonces no funciona”
“No necesariamente”, dijo Luke “Tal vez simplemente no este sucediendo nada que la active. Quizás aquí no hay nada a lo que Alec tenga miedo”
Magnus observó a Alec y levantó sus cejas. “Boo”, dijo.
Jace sonreía. “Vamos, seguro tienes uno o dos fobias. ¿Que te asusta?”
Alec pensó un momento. “Arañas”, dijo.
Clary de volvió hacia Luke. “¿Tienes alguna araña por algún lugar?”
Luke parecía exasperado. “¿Por qué tendría una araña? ¿Parezco alguien que las coleccione?”
“Sin ofender,”dijo Jace, “pero pareces uno de esa clase”
“Saben-,” el tono de Alec era amargado “tal vez este fue un experimento estúpido”
“¿Qué hay acerca de la oscuridad?”Clary sugirió. “Podríamos encerrarte en el sótano”
“Soy un cazador de demonios”, dijo Alec, con exagerada paciencia. “Claramente no le tengo miedo a la oscuridad”
“Pues podrías”
“Pero no”
Clary fue interrumpida por el zumbido del timbre. Ella miró a Luke, elevando sus cejas.
“¿Simon?”
“No puede ser. Es de día”
“Cierto”, lo había olvidado de nuevo. “¿Quieres que vaya a atender?”
“No” Se paró con un único y corto gruñido de dolor. “Estoy bien. Seguramente es alguien preguntándose porque la librería esta cerrada”
Cruzó la habitación y abrió la puerta. Sus hombros se tensaron por la sorpresa; Clary oyó una voz familiar, estridente y enojada de una mujer, y un momento después Isabel y Maryse Lightwood hicieron a un lado a Luke y pasaron a la habitación, seguidas por la gris y amenazante figura de la Inquisidora. Tras ellas se encontraba un hombre alto y fornido, de cabello oscuro y de piel oliva, con una barba espesa y negra. Aunque habían pasado muchos años, Clary lo reconoció de la antigua foto que Hodge le había mostrado: era Robert Lightwood, el padre de Alec e Isabel.
Magnus cabeceó bruscamente. Jace palideció considerablemente, pero no mostró ninguna otra emoción. Y Alec- Alec miraba desde su hermana, a su madre, a su padre, y luego miró a Magnus, sus despejados ojos azul claro oscurecidos con firme resolución. El dio un paso, ubicándose entre sus padres y los demás en la habitación.
Maryse, en vista de su hijo mayor en medio de la sala, tuvo una reacción tardía. “Alec, ¿que demonios estás haciendo? Pensé que había dejado en claro que-”
“Madre”. La voz de Alec cuando interrumpió a su madre era firme, implacable, pero no desagradable. “Padre. Hay algo que tengo que decirles” Él les sonrió. “Estoy viendo a alguien”
Robert Lightwood miró a su hijo con exasperación. “Alec”, dijo “Este no es el momento”
“Si lo es, Esto es importante. Verás, no sólo estoy viendo a alguien” Las palabras parecían brotar de Alec en torrentes, mientras sus padres lo miraban confundidos. Isabel y Magnus lo miraban con expresiones cercanas al asombro. “Estoy viendo a un subterráneo. De hecho, estoy viendo a un bru-”
Los dedos de Magnus se movieron rápidos, como un rayo de luz, en dirección a Alec. Hubo un débil brillo en el aire que rodeaba a Alec- sus ojos se pusieron en blanco- y cayó al suelo, como un árbol caído.
“¡Alec!” Maryse se llevo las manos a la boca. Isabel, que había estado parada cerca de su hermano, se arrodillo junto a él. Pero Alec se había comenzado a mover, abriendo sus ojos. “¿Qu-que-por qué estoy en el suelo?”
“Esa es una buena pregunta” Isabel le lanzó una mirada de furia a su hermano. “¿Qué fue eso?”
“¿Qué fue eso?” Alec se sentó sosteniendo su cabeza. Un aspecto de alarma atravesó su rostro. “Aguarda, ¿dije algo? Después de desmayarme, quiero decir.”
Jace resopló. “Sabes, nos estábamos preguntando si la cosa que hizo Clary funcionaba o no” dijo. “Funciona de maravilla”.
Alec parecía sumamente horrorizado. “¿Qué dije?”
“Dijiste que estabas viendo a alguien” su padre le contó. “Aunque no fuiste claro en por qué eso era importante”
“No lo es”, dijo Alec. “Es decir, no estoy viendo a nadie. Y no es importante. O no lo sería si estuviese viendo a alguien, lo cual no sucede.”
Magnus lo miró como si fuese un idiota. “Alec esta delirando” dijo “Los efectos secundarios de algunas toxinas demoníacas. De lo más desafortunado, pero estará bien muy pronto”
“¿Toxinas demoníacas?” la voz de Maryse se había vuelto chillona. “Nadie reportó el ataque de un demonio en el Instituto. ¿Qué esta sucediendo aquí Lucian? Esta es tu casa, ¿no? Sabes perfectamente bien que si ha habido ataques demoníacos tu supuestamente deberías reportarlo-”
“Luke fue atacado también”, dijo Clary. “Ha estado inconsciente”
“Que conveniente. Todos están o inconscientes o delirantes”, dijo la Inquisidora. Su voz filosa como un cuchillo atravesó la habitación, silenciando a todos. “Subterráneo, sabes perfectamente bien que Jonathan Morgenstern no debería estar en tu casa. Debería estar encerrado al cuidado del brujo”
“Tengo un nombre, lo sabrás…”, Magnus dijo. “No”, agregó, pareciendo haber pensado dos veces al interrumpir a la Inquisidora, “eso, eso, no importa. De hecho, olvídalo”
“Conozco tu nombre, Magnus Bane”, dijo la Inquisidora. “Has fallado en tu deber una vez; no tendrás otra oportunidad”
“¿Fallar en mi deber?” Magnus frunció el ceño. “¿Solo por traer el chico aquí? No había nada en el contrato que dijese que yo no podía traerlo conmigo con mi propio criterio.”
“Ese no fue tu error”, dijo la Inquisidora. “Tu falta fue dejarlo ver a su padre anoche”
Hubo un repentino silencio. Alec se puso de pie, y sus ojos buscaron los de Jace-pero Jace no lo miraba. Su cara era una máscara.
“Eso es ridículo”, dijo Luke. Clary rara vez lo había visto tan enojado. “Jace ni siquiera sabe donde esta Valentine. Deja de acosarlo”
“Acosar es lo que hago, subterráneo” dijo la Inquisidora. “Es mi trabajo”. Ella se volvió hacia Jace. “Di la verdad ahora, muchacho” dijo “y será mucho mas fácil”.
Jace levantó su barbilla. “Yo no te tengo que decir nada”.
“Si eres inocente, ¿por que no te exoneras? Dinos donde realmente estuviste anoche. Cuéntanos acerca del pequeño barco de placer de Valentine”
Clary lo miró. Fui a dar un paseo, había dicho. Pero eso no significaba nada. Tal vez realmente había ido por un paseo. Pero su corazón, su estómago, se sentían enfermos. ¿Sabes cuál es el peor sentimiento que puedes tener? Simón había dicho. No confiar en la persona que más amas en el mundo.
Cuando Jace no habló, Robert Lightwood dijo, en voz profunda “¿Imogen? Tu estas diciendo que Valentine está-estaba-…”
“En un barco en el medio del East River” dijo la Inquisidora.
“Eso es correcto” “Por eso no podía encontrarlo”, dijo Magnus, medio para si mismo. “Todo ese agua- desbarataba mis hechizos”
“¿Qué esta haciendo Valentine en el medio del río?” dijo Luke, apabullado.
“Pregúntale a Jonathan” dijo la Inquisidora. “Él pidió prestada una motocicleta del líder del clan de los vampiros de la ciudad y voló hasta el barco. ¿No es así, Jonathan?”
Jace no dijo nada. Su cara era ilegible. La Inquisidora, en cambio, parecía furiosa, como si se estuviese alimentando del suspenso en la habitación.
“Alcanza el bolsillo de tu chaqueta”, dijo “Saca el objeto que has estado llevando encima desde la última vez que dejaste el Instituto.”
Lentamente, Jace hizo como ella pidió. Cuando sacó su mano del bolsillo, Clary reconoció el objeto brillante gris azulado que sostenía. La pieza de espejo del Portal.
“Dámelo”. La inquisidora se lo quitó de la mano. Él se estremeció; el borde de vidrio lo había cortado y sangre brotaba de la palma de su mano. Maryse hizo un sonido débil, pero no se movió.
“Sabía que habías regresado al Instituto por ésto,”dijo la Inquisidora, ahora deleitándose. “Sabia que tu sentimentalismo no te permitiría dejarlo atrás”
“¿Qué es eso?” Robert Ligthwood sonaba apabullado.
“Un trozo del Portal en forma de espejo”, dijo la Inquisidora. “Cuando el Portal fue destruido, la imagen del ultimo destino se preservó”. Ella giraba el pedazo de vidrio en sus largos y delgados dedos. “En este caso, la casa de campo de los Wayland”
Los ojos de Jace seguían el movimiento del espejo. En lo poco que Clary llegó a ver, parecía haber un poco de cielo azul atrapado. Se preguntó si alguna vez llovía en Idris.
Con un violento y repentino movimiento en tono calmo, la Inquisidora arrojó el trozo de espejo al suelo. Este se convirtió en fragmentos de polvo. Clary oyó a Jace maldecir por lo bajo, pero no se movió. La Inquisidora sacó unos guantes grises y se arrodilló cerca de los restos del espejo, apartándolos con los dedos hasta que encontró lo que estaba buscando- un simple pedazo de papel. Ella se puso de pie, y lo sostuvo en alto para que todos en la habitación pudiesen ver la runa escrita en tinta negra. “Marque este papel con una runa de búsqueda y la coloqué entre un pedazo de espejo y su parte trasera. Luego lo reemplacé en la habitación del chico. No te sientas mal por no notarlo”, le dijo a Jace. “Mentes mas viejas y sabias que la tuya han sido engañadas por la Clave”
“Me has estado espiando” dijo Jace, y ahora su voz estaba cargada de enojo. “¿Es eso lo que la Clave hace, invade la privacidad de sus Cazadores de sombras para-“
“Ten cuidado con lo que me dices. No eres el único que violó la Ley.”. La mirada fría de la Inquisidora recorrió la habitación. “En sacarte de la Ciudad Silenciosa, liberarte del control del brujo, tus amigos han hecho lo mismo.”
“Jace no es nuestro amigo,”dijo Isabel “es nuestro hermano.”
“Yo seria cuidadosa con mis palabras, Isabel Ligthwood” dijo la Inquisidora. “Podrías ser considerada su cómplice”
“¿Cómplice?” Para la sorpresa de todos, era Robert Lightwood quien hablaba. “La chica solo estaba tratando de mantener la familia unida. Por amor de Dios, Imogen, solo son niños-”
“¿Niños?” La Inquisidora volvió su mirada de hielo hacia Robert. “ ¿Niños como ustedes lo eran cuando el Circulo complotó la destrucción de la Clave? Mi hijo era solo un niño cuando él-”
Ella se detuvo con una especie de gemido, como ganando control sobre ella misma por medio de su fuerza principal.
“Entonces esto es acerca de Stephen, después de todo...”dijo Luke, con una un hilo de piedad en la voz. “Imogen-”
El rostro de la Inquisidora se contorsionó. “¡Esto no tiene que ver con Stephen! ¡Esto es acerca de la Ley!”
Los delgados dedos de Maryse se retorcían mientras sus manos se tocaban.
“Y Jace...”dijo, “¿Qué va a suceder con él?”
“Volverá a Idris conmigo mañana”, dijo la Inquisidora. “Has perdido el derecho a saber más que eso”
“¿Cómo puedes llevarlo de vuelta e ese lugar?”, Clary dijo. “¿Cuándo regresará?”
“Clary, no,”, dijo Jace. Las palabras eran una súplica, pero ella continuaba protestando.
“¡Jace no es el problema aquí! ¡Valentine lo es!”
“¡Deja en paz, Clary!” Jace gritó “¡Por tu propio bien, deja en paz!”
Clary no podía controlarse y se estremeció con su reacción- él nunca le había gritado de esa manera, ni siquiera cuando ella lo había llevado a rastras a la habitación de su madre en el hospital. Ella vio la mirada en su rostro y notó como el se había dado cuenta de su estremecimiento y deseaba que ella pudiera recuperarse de alguna manera.
Antes de que pudiese decir algo, la mano de Luke descendió a su hombro. El habló, su voz sonando tan grave como la noche en que le había contado la historia de su vida. “Si el chico fue a su padre”, él dijo “sabiendo la clase de padre que es Valentine, fue porque nosotros le fallamos, no porque él nos haya fallado a nosotros,”
“Ahórrate los sermones, Lucian”, dijo la Inquisidora. “Te has vuelto tan blando como un mundano”
“Ella tiene razón”. Alec estaba sentado en el borde del sofá, con sus brazos cruzados y su mandíbula rígida. “Jace nos mintió. No hay excusa para eso”
Jace se quedó boquiabierto. Él había estado seguro de la lealtad de Alec, por lo menos, Clary no lo culpaba. Incluso Isabel miraba a su hermano con horror.
“Alec, ¿Cómo puedes decir eso?”
“La Ley es la Ley, Izzy”, dijo Alec, sin mirarla. “No hay vueltas”
En eso, Isabel dio un grito ahogado lleno de furia y asombro, y se marcho por la puerta, dejándola abierta y balanceándose tras ella. Maryse hizo un movimiento para seguirla, pero Robert la agarró por el brazo diciéndole algo en voz baja.
Magnus se puso de pie. “Creo que es el momento justo para partir”, dijo. Clary notó que estaba evitando mirar a Alec. “Diría que ha sido agradable encontrarme con ustedes, pero de hecho, no lo fue. Ha sido bastante incómodo, y francamente, la próxima vez que vea a alguno de ustedes no será pronto”
Alec miró el suelo mientras Magnus atravesaba la sala de estar y salía por la puerta principal. Esta vez la puerta se cerró de un golpe.
“Dos fuera,” dijo Jace “¿Quién es el próximo?”
“Es suficiente”, dijo la Inquisidora, “Dame tu manos”
Jace sostuvo sus manos mientras la Inquisidora sacaba una estela de algún bolsillo oculto y procedía a trazar una marca alrededor de sus muñecas. Cuando ella alejó sus manos, las muñecas de Jace estaban cruzadas, una sobre la otra, amarradas con lo que parecía un anillo de llamas ardiendo.
Clary gritó. “¿Qué estas haciendo? ¡Lo lastimarás-”
“Estoy bien, hermanita.” Jace hablaba calmo, pero Clary notó que parecía no poder mirarla. “Las llamas no me quemarán a menos que trate de liberar mis manos.”
“Y en cuanto a ti,”, la Inquisidora agregó, y giró hacia Clary, para su sorpresa. Hasta ahora apenas parecía haber notado que estaba viva. “fuiste bastante afortunada en ser rescatada por Jocelyn y escapar de la desgracia de tu padre. Aun así, te estaré vigilando.”
La mano de Luke que estaba en el hombro de Clary la apretó con fuerza. “¿Es eso una amenaza?”
“La Clave no hace amenazas, Lucian Graymark. La Clave hace promesas y las cumple.”, dijo la Inquisidora casi alegre. Era la única en la habitación que podía ser descripta de esa manera; todos los demás parecían estupefactos, excepto Jace. Sus dientes parecían atascados en un gruñido del que Clary dudo que fuese consciente. Lucía como un león enjaulado. “Vamos, Jonathan.”, dijo la Inquisidora. “Camina frente a mi. Si haces el mínimo movimiento para liberarte, pondré una daga en medio de tus hombros”
Jace debía hacer un gran esfuerzo para girar el pomo de la puerta con las manos amarradas. Clary hizo un esfuerzo para no gritar, y luego la puerta estaba abierta y Jace se había ido y también lo había hecho la Inquisidora. Los Lightwood los siguieron detrás, con Alec todavía observando el suelo. La puerta se cerró tras ellos, y Clary y Luke estaban solos en la silenciosa sala, incrédulos.



Capitulo 15

“Luke”, Clary comenzó a decir en el momento que la puerta se cerró detrás de los Lightwood. “¿Qué vamos a hacer-”
Luke tenía las manos a los costados de la cabeza como si la estuviera sosteniendo para que no explotase. “Café”, dijo. “Necesito café”.
“Ya te traje café.”
El dejó caer sus manos y bajó su mirada. “Necesito más”
Clary lo siguió hacia la cocina, donde él trataba de de conseguir mas café antes de sentarse en la mesa y pasándose las manos a través del cabello. “Esto es malo”, dijo “Muy malo”
“¿Tu lo crees?”. Clary no podía imaginar beber café en este instante. Sus nervios estaban como si hubiesen sido estirados hasta convertirse en alambres.
“¿Qué sucede si lo llevan a Idris?”
“Habrá un juicio ante la Clave. Probablemente lo encontrarán culpable. Luego el castigo. Él es joven, quizás sólo le quiten las Marcas y no lo maldigan.”
“¿Qué quieres decir?”
Luke no la miraba. “Significa que le quitarán sus Marcas, no será mas un cazador de sombras, y lo expulsarán de la Clave. Será un mundano.”
“Pero eso lo mataría. Realmente lo haría. Él preferiría morir.”
“¿Piensas que no lo se?”, Luke había terminado su café y miraba taciturno su taza antes de dejarla.
“Pero eso no hará ninguna diferencia en la Clave. Ellos no pueden poner sus manos en Valentine, entonces castigarán a su hijo.”
“¿Qué hay acerca de mí? Soy su hija.”
“Pero no perteneces a su mundo. Jace lo hace. Por eso te sugiero que no te engañes a ti misma. Desearía que pudiéramos ir a la casa de campo-”
“¡No podemos simplemente dejar a Jace con ellos!” Clary estaba horrorizada. “No voy a ir a ningún lado.”
“Por supuesto que no,” Luke calmó su protesta. “Dije que desearía poder ir, no que deberíamos irnos. Existe la duda de que va hacer Imogen ahora que sabe donde esta Valentine, por supuesto. Podríamos encontrarnos en el medio de una guerra.”
“No me importa si ella quiere matar a Valentine. Ella puede hacerlo. Yo solo quiero recuperar a Jace.”
“Eso quizás no sea tan fácil”, dijo Luke, “considerando que en este caso, el hizo la cosa de lo que fue acusado.”
Clary estaba indignada. “¿Qué? ¿Piensas que el mato a los Hermanos Silenciosos? ¿Tu piensas-”
“Yo no pienso que mató a los Hermanos Silenciosos. Pienso que hizo exactamente lo que Imogen lo vio hacer: él fue a ver a su padre.”
Recordando algo, Clary preguntó: “¿Qué quisiste decir cuando dijiste que nosotros le fallamos a él, y no lo contrario? ¿Quieres decir que no lo culpas?”
“Lo hago y no lo hago” Luke parecía cansado. “Fue una acción estúpida. Valentine no es de fiar. Pero cuando los Lightwood le dieron la espalda ¿Qué esperaban que hiciese? Todavía es un niño, todavía necesita unos padres. Si ellos no lo querían, el buscaría a alguien que si lo hiciese.”
“Pienso que tal vez,” dijo Clary, “tal vez el te estaba buscando a ti para eso.”
Luke parecía triste. “También pienso eso, Clary. También pienso eso”
Maia podía oír débilmente el sonido de las voces viniendo desde la cocina. Ellos estaban agotados de todo el griterío que había habido en la sala de estar.
Tiempo de irse. Dobló una nota que había garabateado a toda prisa, la dejo en la cama de Luke, y cruzó la habitación hacia la ventana que había estado forcejeando para abrir los últimos veinte minutos. Aire fresco entró a través de ella- era uno de esos atardeceres cuando el cielo parecía imposiblemente azul y distante y el aire estaba débilmente impregnado con el olor del humo.
Enseguida se marchó trepando el alfeizar de la ventana y miró hacia abajo. Hubiera sido un salto preocupante para ella antes de haber sido transformada; ahora apenas de detuvo a pensar en su hombro herido antes de saltar. Aterrizó en cuclillas en el suelo de hormigón del jardín trasero de Luke. Siguiendo su camino, miró atrás hacia la casa, pero nadie abrió la puerta o la llamó para que regresara.
Ella reprimió su sentimiento de decepción. No era como si ellos le hubiesen prestado demasiada atención cuando se encontraba en la casa, pensó, cruzando la cadena del cerco que separaba el patio trasero de Luke del callejón, entonces ¿por qué notarían siquiera que se había marchado? Luego de aquello pensó con claridad, como siempre lo había hecho. El único entre ellos que la había tratado como si ella tuviera alguna importancia era Simón. Pensar en él la hizo estremecerse mientras saltaba al otro lado de la valla y se adentraba en el callejón de la Kent Avenue. Ella le había dicho a Clary que no recordaba la noche anterior, pero no era verdad. Recordaba la mirada en su rostro cuando ella se había alejado de él- era como si estuviese grabado bajo sus párpados.
Lo más extraño era que en ese momento él todavía parecía un humano para ella, más humano que nadie que hubiera conocido.
Cruzó la calle tratando de evitar pasar frente de la casa de Luke. La calle estaba casi desierta, los ciudadanos de Brookyn dormían sus siestas de los domingos.
Se movió hacia el subterráneo Bedford Avenue con su mente todavía en Simon.
Había un vacío en su estómago que se retorcía cuando pensaba en él. Él era la primera persona en la que deseaba confiar en años, y él había echo esa confianza imposible.
Por supuesto que si confiar en él era imposible, entonces ¿por qué estas dirigiéndote a verlo en este instante?, vino el susurro a su mente, que siempre le hablaba con la voz de Daniel. Cállate, le dijo firmemente. Incluso si no podemos ser amigos, al menos le debo una disculpa.
Alguien rió. El sonido provenía desde las paredes de la fábrica a su izquierda. Su corazón se contrajo con un repentino miedo. Maia giraba alrededor, pero las calles tras ella estaban vacías. Había una anciana paseando a sus perros a lo largo de las orillas del río, pero Maia dudaba que ella pudiera gritar desde semejante distancia.
De todos modos aceleró el paso. Podía caminar más rápido que los humanos, se recordó, sin mencionar correr más rápido que ellos. Incluso en su estado actual, con el brazo doliéndole como si alguien le hubiese pegado con un mazo en el hombro, no era como si tendría algo que temer de un ladrón o un violador. Dos muchachos armados con navajas habían tratado de atraparla mientras estaba caminando a través del Central Park una noche después de su primera visita a la ciudad, y sólo Bat había podido detenerla antes de que ella matase a aquellos chicos. ¿Entonces por qué estaba tan paranoica?
Miro a través de su hombro. La anciana se había marchado; Kent estaba vacío.
La antigua y abandonada fábrica de azúcar Domino se alzaba en frente de ella. Embargada por una repentina urgencia de salir de la calle, se metió por un callejón detrás de ella.
Se encontró a ella misma en un pequeño espacio entre dos construcciones, llenas de basura, botellas desechadas, y ratas moviéndose. El techo encima de ella, bloqueaba el sol y la hacía sentir como si se hubiese introducido en un túnel.
Las paredes eran de ladrillo, con pequeñas y sucias ventanas, muchas de las cuales habían sido rotas por vándalos. A través de ellas, ella pudo ver el piso de la fábrica abandonada y fila tras fila de calderas industriales, hornos, y tanques de metal. El aire olía a azúcar quemada. Ella se apoyó contra una de las paredes, tratando de controlar los latidos fuertes de su corazón. Casi había logrado calmarse cuando una voz imposiblemente familiar le habló desde las sombras.
“¿Maia?”
Giró alrededor. Él estaba parado en la entrada del callejón, su cabello salía de la oscuridad, brillando como una aureola alrededor de su hermoso rostro. Sus ojos oscuros con largas pestañas la miraban con curiosidad. Estaba usando unos jeans y a pesar del frío en el aire, una remera arremangada. Todavía parecía tener quince años.
“Daniel” ella susurró.
Él se acercó hacia ella, sus pasos no emitían sonido alguno. “Ha pasado mucho tiempo, hermanita.”
Ella deseaba correr, pero sus piernas se sentían como bolsas de agua. Se arrinconó contra la pared como si pudiese desaparecer en ella.
“Pero estas muerto.”
“Y tú no lloraste en mi funeral, ¿no Maia? ¿Sin lágrimas para tu hermano mayor?”
“Tu eras un monstruo,” susurró “trataste de matarme-”
“No lo suficiente”. Había algo largo y filoso en sus manos ahora, algo que parecía como llamas de plata en la oscuridad. Maia no estaba segura de lo que era; su visión estaba borrosa por el terror. Ella se deslizaba por el suelo a medida que el se acercaba, sus piernas no parecían lo suficientemente largas para sostenerla. Daniel se arrodillo a su lado. Ahora ella podía ver que era lo que tenía en su mano: un trozo filoso de vidrio de una de las ventanas rotas. El terror se apoderó de ella como una ola, pero no era miedo de que el arma en la mano de su hermano la lastimase, sino del vacío de sus ojos. Ella miró a través de ellos y lo único que veía era oscuridad.
“¿Recuerdas,”dijo, “cuando te dije que cortaría tu lengua antes de que le dijeses lo mío a mamá y papá?”
Paralizada por el miedo, lo único que podía hacer era mirarlo. Aunque podía sentir el vidrio cortándole la piel, el sabor asfixiante de la sangre llenándole la boca, deseando que estuviese muerta, nada era peor que este terror y este pavor.
“Es suficiente, Agramon”. La voz de un hombre cortó la neblina en su cabeza. No era la voz de Daniel- esta era suave, refinada, sin lugar a dudas humana. Le recordaba a alguien- ¿pero a quién?
“Como desee, Señor Valentine.”
Daniel exhaló, un suave suspiro de decepción- y luego su rostro se marchitó y se derrumbó. En un instante el se había ido, y con él la sensación paralizante, el terror hasta los huesos que había amenazado con extraerle la vida. Ella espiró desesperadamente.
“Bien. Ella está respirando.” Era la voz del hombre nuevamente, ahora irritado. “En serio, Agramon. Unos pocos segundos más y estaría muerta.”
Maia levantó la mirada. El hombre- Valentine- estaba parado frente a ella, muy alto, vestido completamente de negro, incluso los guantes en sus manos y las grandes botas de sus pies. El usó una de las puntas de sus botas para levantar su barbilla. Su voz cuando habló era tranquila, mecánica.
“¿Cuántos años tienes?”
El rostro mirando abajo hacia ella era angosto, anguloso, desprovisto de todo color, con ojos negros y su cabello tan blanco que parecía una fotografía en negativo. En el lado izquierdo de su garganta, justo por encima del cuello de su abrigo, había una Marca en forma de espiral.
“¿Eres Valentine?”, ella susurró, “Pero pensé que tú-”
La bota descendió sobre su mano, enviándole una sensación de dolor que subió por su brazo. Gritó.
“Te hice una pregunta.”, él dijo “¿Cuántos años tienes?”
“¿Cuántos años tengo?” El dolor en su mano se mezclaba con el acre hedor de la basura alrededor provocando que su estómago se retorciese. “Vete al demonio”
Una barra de luz parecía brotar entre sus dedos; una ardiente línea de dolor la quemó a través de su mejilla.; llevó las manos a su cara y sintió sangre escurriéndole en los dedos.
“Ahora,” Valentine dijo en el mismo tono refinado y preciso. “¿Cuántos años tienes?”
“Quince. Tengo quince.” Ella podía sentir su sonrisa, a pesar de no verla.
“Perfecto.”

Una vez de regreso en el Instituto, la Inquisidora condujo a Jace lejos de los Lightwood, y subieron la escalera hasta la sala de entrenamiento. Observando como se veía en los espejos que corrían a través de las paredes, se llevó un susto. No se había visto en días, y la anterior noche no había sido buena. Sus ojos estaban rodeados por sombras negras, su camiseta estaba manchada con sangre seca y lodo del East River. Su rostro parecía apagado.
“¿Admirándote?” La voz de la Inquisidora interrumpió su ensueño. “No parecerás tan apuesto cuando la Clave se encargue de ti.”
“Pareces obsesionada con mi apariencia.” Jace dejó de mirar el espejo con una especie de alivio. “¿Podría ser que todo esto sea por qué te sientes atraída hacia mi?”
“No seas asqueroso”. La Inquisidora había tomado cuatro largas tiras de metal de la bolsa gris que colgaba en su cintura. Cuchillas del Ángel. “Podrías ser mi hijo”
“Stephen” Jace recordaba lo que Luke había dicho en la casa. “¿Es así como se llama, no es cierto?”
La Inquisidora se volteó hacia él. Las cuchillas que sostenía estaban vibrando por su rabia.
“Jamás vuelvas a decir su nombre.”
Por un momento Jace se preguntó si ella realmente trataría de matarlo. Él no dijo nada hasta que ella se tranquilizó. Sin mirarlo, ella señaló con una de las cuchillas.
“Párate allí en el centro de la habitación por favor.”
Jace obedeció. Aunque trató de no mirar en los espejos, pudo ver su reflejo- y el de la Inquisidora- por la comisura de su ojo, los espejos reflejándolos por detrás. Había un número infinito de Inquisidoras paradas allí, amenazando a un número infinito de Jaces.
Él miro hacia sus manos amarradas. Sus muñecas y hombros habían ido desde un mínimo a un terrible dolor, pero él no hizo gestos de dolor mientras la Inquisidora contemplaba una de las cuchillas, llamada Jophiel, y la ponía en el pulido piso de madera a sus pies. Él esperó, pero nada paso.
“¿Boom?”, él dijo finalmente. “¿Se supone que va a pasar algo allí?”
“Cierra la boca” El tono de la Inquisidora era cortante. “y permanece donde te encuentras”
Jace se quedó allí, mirando con creciente curiosidad mientras ella se movía hacia su otro costado, nombrando la segunda cuchilla Harahel, y procediendo a dejar también esa en el suelo.
Con la tercera cuchilla –Sandalphon- se dio cuenta lo que estaba haciendo. La primera cuchilla había sido colocada en el suelo justo al sur de él, la próxima al este, y la siguiente al norte. Estaba marcando los puntos de la brújula. Él luchaba por recordar que era lo que significaba, sin lograrlo. Era claramente un ritual de la Clave, mas allá de cualquier cosa que le hubiesen enseñado. Para cuando alcanzó la última cuchilla, Taharial, sus palmas estaban sudando, doliéndole donde se rozaban una con otra.
La Inquisidora continuó, luciendo satisfecha con ella misma.
“Allí”
“¿Allí qué?” Jace protestó, pero ella alzó una mano.
“No todavía Jonathan. Hay una cosa más”
Ella se movió hasta la cuchilla que señalaba el sur y se arrodillo frente a ella. Con un movimiento rápido produjo una estela y marcó una runa oscura y simple en el suelo justo debajo de la cuchilla. Mientras se ponía de pie, un largo, dulce repicar sonó a través de la habitación, el sonido de una delicada campana siendo golpeada. Luz brotó de las cuatro cuchillas del Ángel, tan deslumbrante que Jace apartó su rostro, casi cerrando sus ojos. Cuando volvió el rostro, un momento después, vio que se encontraba dentro de una caja cuyas paredes parecían estar tejidas de filamentos de luz. No estaban estáticos, sino que se movían como capas de lluvia iluminada.
La Inquisidora era ahora una figura borrosa tras una pared incandescente.
“¿Qué es esto? ¿Qué has hecho?”
Ella rió.
Jace dio un paso furioso, luego otro; su hombro rozó la pared incandescente. Como si hubiera tocado una cerca eléctrica, la descarga lo arrojó de un golpe, haciéndolo caer sobre sus pies. Cayó torpemente al suelo, incapaz de utilizar sus manos para amortiguar su caída.
La Inquisidora rió nuevamente. “Si tratas de atravesar la pared, recibirás mas que una descarga. La Clave llama este castigo particular la Configuración Malachi. Estas paredes no pueden romperse en cuanto las cuchillas se mantengan donde están. Yo no-,” agregó, mientras Jace, de rodillas, se movía hacia la cuchilla mas cercana a él. “Toca las cuchillas y morirás.”
“Pero tú puedes tocarlas”, dijo él, incapaz de mantener fuera de su voz el odio que sentía.
“Puedo, pero no lo haré”
“¿Qué hay acerca de la comida? ¿Agua?”
“Todo a su tiempo, Jonathan.”
Él se puso de pie. A través de la pared borrosa, él la vio girar para irse.
“Pero mis manos-” Observó a sus muñecas amarradas. El ardiente metal estaba penetrando en su piel como ácido. La sangre fluía alrededor de sus esposas.
“Debiste haber pensado eso antes de ir a encontrarte con Valentine.”
“No me estás haciendo temer las medidas del Consejo. No pueden ser peor que tú.”
“Oh, no irás al Consejo,” dijo la Inquisidora. Había una calma en su voz que a Jace no le agradó.
“¿Qué quieres decir con que no voy a ir al Consejo? Pensé que habías dicho que me llevarían a Idris mañana.”
“No. Estoy planeando devolverte a tu padre.”
Esas palabras casi lo noquearon. “¿Mi padre?”
“Tu padre. Estoy planeando intercambiarte por los Instrumentos Mortales.”
Jace la miró. “Debes estar bromeando”
“De ninguna manera. Es más simple que un juicio. Por supuesto, serás expulsado de la Clave.”, ella agregó, como una idea de último momento, “pero asumo que tu ya esperabas eso”
Jace sacudía su cabeza. “Tienes al tío equivocado. Espero que te des cuenta de eso.”
Una especie de asombro cruzó su rostro. “Pensé que habíamos desechado tu fingimiento de inocencia, Jonathan.”
“No me refiero a mí. Me refiero a mi padre.”
Por primera vez desde que la conoció, la notó confundida.
“No entiendo lo que quieres decir.”
“Mi padre no intercambiará los Instrumentos Mortales por mí.”
Las palabras eran amargas, pero el tono de Jace no lo era.Esto era un hecho.
“Él dejara que me mates enfrente suyo antes de darte la Espada o la Copa.”
La Inquisidora inclinó su cabeza. “Tú no entiendes”, dijo, y hubo un extraño indicio de resentimiento en su voz. “Los niños nunca lo hacen. El amor que un padre tiene por su hijo, no hay nada más como eso. Ningún otro amor consume de tal manera. Ningún padre- ni siquiera Valentine- sacrificaría su hijo por un pedazo de metal, sin importar cuan poderoso fuera.”
“Tú no conoces a mi padre. Se reirá en tu cara y te ofrecerá algún dinero para que mandes mi cuerpo de vuelta a Idris.”
“No seas absurdo-”
“Tienes razón,” Jace dijo. “Pensándolo mejor, él probablemente te hará pagar los costos del transporte a ti.”
“Veo que aún eres hijo de tu padre. No quieres que pierda los Instrumentos Mortales- también sería una gran pérdida para ti. No quieres vivir fuera como el desgraciado hijo de un criminal, entonces tú dirás cualquier cosa para influir en mi decisión. Pero no me engañas.”
“Escucha,” El corazón de Jace estaba latiendo fuerte, pero trataba de hablar calmadamente. Ella tenía que creerle.
“Se que me odias. Se que piensas que soy un mentiroso igual que mi padre. Pero te estoy contando la verdad ahora. Mi padre cree absolutamente en lo que esta haciendo. Tu piensas que el es malvado. El piensa que lo que hace está bien. Piensa que esta haciendo el trabajo de Dios. No abandonará eso por mí. Tu me estabas siguiendo cuando estaba allí afuera, debes haber oído lo que el me dijo-”
“Te vi hablando con él,” dijo la Inquisidora. “No oí nada”
Jace maldijo por lo bajo. “Mira, te haré un juramento si quieres comprobar que no estoy mintiendo. Él esta usando La Espada y la Copa para convocar demonios y controlarlos. Cuanto más tiempo gastes en mí, más tiempo tendrá él para construir su ejército. Para cuando te des cuenta que él no hará el trato, no tendrás oportunidad contra él-”
La Inquisidora se dio vuelta con un sonido de disgusto. “Estoy cansada de tus mentiras.”
Jace exhaló con incredulidad en cuanto ella giró y se dirigió hacia la puerta.
“¡Por favor!” él rogó.
Ella se paró en la puerta y se giró para observarlo. Jace sólo podía ver la sombra de su cara, su barbilla puntiaguda y huecos oscuros en su sien. Su ropa gris desaparecía en las sombras de manera que parecía un cráneo flotante que carecía de cuerpo.
“No pienses,”dijo, “que devolverte a tu padre es lo que quiero hacer. Es más de lo que Valentine Morgenstern merece.”
“¿Qué se merece?”
“Sostener en sus brazos el cuerpo sin vida de su hijo. Ver a su hijo muerto y saber que no hay nada que pueda hacer, ni hechizo, ni encantamiento, ni acuerdo con el infierno que pueda traerlo de vuelta-” Ella se quebró. “El debería saberlo” dijo en un susurro, y empujó la puerta, sus manos escarbando contra la madera. Esta se cerró tras ella con un ruido seco, dejando a Jace, sus muñecas ardiendo, mirando en confusión.

Clary colgó el teléfono con el ceño fruncido. “No responde.”
“¿A quien estas tratando de llamar?” Luke estaba es su quinta taza de café y Clary estaba comenzando a preocuparse por él. Seguramente ¿había algo tal como el envenenamiento por cafeína? No parecía al borde de un ataque o algo parecido, pero ella clandestinamente desenchufó la cafetera en su vuelta a la mesa, solo por si acaso.
“¿Simon?”
“No. Me siento rara despertándolo a estas horas, aunque el diga que no le molesta en cuanto no tenga que ver la luz del día. Entonces...”, dijo “estaba llamando a Isabel. Quiero saber que esta sucediendo con Jace.”
“¿No contesta?”
“No”. El estómago de Clary hizo ruido. Fue al refrigerador, sacó un yogurt de durazno, y lo comió mecánicamente, sin saborearlo. Estaba de camino al bote de basura cuando recordó algo.
“Maia”, dijo.
“Deberíamos revisar y comprobar si esta bien.”. Ella tiró el yogurt.
“Iré yo”
“No, yo soy el líder de su clan. Confía en mí. Puedo tranquilizarla si se encuentra alterada.”, dijo Luke. “Estaré de vuelta.”
“No digas eso,” Clary le pidió, “Odio cuando la gente dice eso”
Él le sonrió torcidamente y se dirigió al corredor. A los pocos minutos el estaba de regreso, aturdido.
“Se ha ido”
“¿Ido? ¿Ido como?”
“Quiero decir que se escapó de la casa. Ella dejó esto.”
Él lanzó un papel doblado en la mesa. Clary lo recogió y lo leyó con el ceño fruncido: Lamento todo. Fui a enmendar lo que hice. Gracias por todo lo que han hecho. Maia.
“¿Enmendar lo que ha hecho? ¿Que se supone que significa?”
Luke pestañeó. “Esperaba que lo supieras”
“¿Estas preocupado?”
“Los demonios Raums son Retriever”, dijo Luke, “Encuentran gente y las traen a quien los maneja. Ese demonio tal vez todavía la este buscando.”
“Oh”, Clary dijo en voz baja. “Pues bien, mi opinión es que ella fue a ver a Simón.”
Luke parecía sorprendido. “¿Sabe donde vive?”
“No lo se”, admitió Clary, “Ellos se asemejan en ese modo. Tal vez.”
Ella buscó en su bolsillo su teléfono. “Lo llamaré”
“Pensé que llamarlo te hacía sentir rara.”
“No tan rara como todo lo que esta pasando ahora.” Ella buscó en la agenda que aparecía en la pantalla el número de Simon. Sonó tres veces antes de que atendiera, sonando aturdido.
“¿Hola?”
“Soy yo.” Ella se alejó de Luke mientras hablaba, más por hábito que por querer esconder la conversación de él.
“Sabes que ahora soy nocturno,”dijo con un gruñido. Ella podía oírlo rodando sobre su cama. “eso significa que duermo durante el día”
“¿Estas en tu casa?”
“Si, ¿Dónde más estaría?”, su voz era filosa, dormida.
“¿Qué sucede Clary, que anda mal?”
“Maia se fue. Dejó una nota diciendo que tal vez estaría yendo a tu casa.”
Simon sonaba confundido. “Pues bien, ella no lo hizo. O si lo hizo, no ha llegado todavía.”
“¿Hay alguien en tu casa aparte de ti?”
“No, mamá esta en el trabajo y Rebecca tiene clases. ¿Por qué, realmente crees que Maia esta viniendo hacia aquí?”
“Solo avísanos si lo hace-”
Simon la interrumpió. “Clary”. Su tono era urgente. “Espera un segundo. Creo que alguien esta tratando de entrar en mi casa”

El tiempo pasaba en la celda, y Jace observaba la espeluznante lluvia de plata caer alrededor de él con una clase distante de interés. Sus dedos habían comenzado a dormirse, lo que sospechaba que era un mal signo, pero no parecía importarle ahora. Se preguntaba si los Lightwood sabrían que el estaba allí, o si alguien se llevaría una fea sorpresa al entrar en la sala de entrenamiento y encontrarlo encerrado en él.
Pero no, la Inquisidora no era descuidada. Tendría que haberles contado que la habitación estaba fuera de los límites hasta que dispusiera del prisionero en cualquier manera que ella considerase apropiada. Él creía que debía estar furioso, incluso enojado, pero no podía sentir siquiera eso. Ya nada parecía real; ni la Clave, ni el Convenio, ni la Ley, y tampoco su padre. Unos pasos suaves lo alertaron de la presencia de alguien más en la habitación. Él había estado tendido, mirando la celda; ahora estaba sentado, con su mirada monitoreando la habitación. Podía ver una figura oscura justo detrás de la cortina de lluvia brillante. Debía ser la Inquisidora, de vuelta para burlarse de él un poco más. Él se preparó- luego vio, con un susto, el cabello oscuro y el rostro familiar. Tal vez había algunas cosas que le importaban, después de todo.
“¿Alec?”
“Soy yo”
Alec se arrodilló al otro lado de la pared resplandeciente. Era como mirar a alguien a través de agua clara fluyendo en una corriente; ahora Jace podía ver a Alec claramente, pero sus facciones parecían ondear y disolverse, como lo hacía la fogosa lluvia.
Era lo suficiente para marearte, Jace pensó.
“¿Que demonios es esta cosa?” Alec se acerco para tocar la pared.
“No lo hagas”. Jace se acercó, luego retrocedió rápidamente antes de hacer contacto con la pared.
“Te hará una descarga, quizás te mate si tratas de pasar a través de ella.”
Alec alejó su mano con un silbido. “La Inquisidora actúa en serio”
“Por supuesto que lo hace. Soy un criminal peligroso. ¿O no has oído?”
Él pudo oír la acidez en su propia voz, observó a Alec estremecerse, y por un momento estuvo alegre.
“Ella no te llamó un criminal, exactamente…”ç
“No, sólo soy un chico travieso. Hago toda clase de cosas malas. Pateo gatitos. Hago gestos obscenos a las monjas.”
“No bromees. Esto es cosa seria.”, los ojos de Alec eran sombríos. “¿Qué demonios estabas pensando cuando fuiste a ver a Valentine? Quiero decir, seriamente, ¿que estaba pasando por tu cabeza?”
Un infinito número de comentarios elegantes se le ocurrieron a Jace, pero se encontró con que no quería hacer ninguno de ellos. Estaba demasiado cansado.
“Estaba pensando que es mi padre.”
Alec parecía estar contando mentalmente hasta diez para mantener la paciencia.
“Jace-“
“¿Y que hubiese pasado si fuese tu padre? ¿Qué hubieses hecho?”
“¿Mi padre? Mi padre nunca haría las cosas que Valentine-”
La cabeza de Jace hizo un movimiento brusco. “¡Tu padre hizo esas cosas! ¡El estaba en el Círculo junto a mi padre! ¡Tu madre también! Nuestros padres eran lo mismo. ¡La única diferencia es que los tuyos fueron atrapados y castigados, y el mío no!”
El rostro de Alec se contrajo. Pero “¿La única diferencia?” fue lo único que dijo.
Jace miró sus manos. Los puños quemados no se iban a quitar en mucho tiempo.
La piel que estaba por debajo estaba punteada con gotas de sangre.
“Sólo quiero decir”, dijo Alec, “que no se como quieres verlo, no después de lo que hizo en general, sino después de lo que te hizo a ti.”
Jace no dijo nada.
“Todos estos años,” dijo Alec. “El te dejó pensar que estaba muerto. Tal vez tú no recuerdes como era eso cuando tenías diez años, pero yo si lo hago. Nadie que te quiera podría hacer-podría hacer algo como eso.”
Las líneas de sangre estaban descendiendo por las manos de Jace, como cintas rojas desenredándose.
“Valentine me dijo,”dijo tranquilo, “que si lo apoyaba en contra de la Clave, si yo hacía eso, me aseguraba que nadie que yo quisiera saldría lastimado. Ni tú o Isabel o Max. Ni Clary. Ni tus padres. El dijo-”
“¿Nadie saldría herido?” Alec repitió sarcásticamente. “Quieres decir que no los lastimaría con sus propias mano. Grandioso.”
“Vi lo que puede hacer, Alec. La clase de fuerzas demoníacas que puede controlar. Si trae ese ejército de demonios contra la Clave, habrá una guerra. Y la gente sale lastimada de las guerras. Muere en las guerras.” El vaciló. “Si tú tuviera la posibilidad de salvar a todos los que amas-”
“¿Pero que clase de posibilidad es esa? ¿Que vale la palabra de Valentine?”
“Si él jura en el Ángel que hará algo, el lo hará. Lo conozco.”
“Si tu lo respaldas contra la Clave.”
Jace asintió.
“Debe haberse cabreado bastante cuando le dijiste que no.”, Alec remarcó.
Jace levantó la mirada de sus muñecas sangrando y lo observó. “¿Qué-”
“Dije que-”
“Se lo que dijiste. ¿Qué te hace pensar que le dije que no?”
“Pues bien eso hiciste. ¿No?”
Lentamente Jace asintió.
“Te conozco,” dijo Alec, con absoluta confianza en si mismo y se puso de pie. “Tú le contaste a la Inquisidora acerca de los planes de Valentine, ¿no? ¿Y a ella no le importó?”
“No diría que no le importó, más bien no me creyó. Ella tiene un plan que piensa que le interesará a Valentine. El único problema es que su plan apesta.”
Alec asintió. “Me puedes contar eso mas tarde. Primero lo primero: tenemos que pensar como sacarte de aquí.”
“¿Qué?”
La incredulidad hizo sentir a Jace un poco mareado. “Pensé que te habías vuelto estricto con el asunto de ir directamente a la cárcel, “la Ley es la Ley, Isabel”. ¿No fue eso lo que dijiste?”
Alec parecía sorprendido. “No puedes haber pensado que lo dije en serio. Sólo quería que la Inquisidora confiara en mí y no estuviera mirándome todo el tiempo como lo hace con Izzy y Max. Ella sabe que están de tu lado.”
“¿Y que hay de ti? ¿Estas de mi lado?” Jace pudo oír la rudeza en su pregunta y se abrumó al notar cuando significaba para él la respuesta.
“Estoy contigo”, dijo Alec. “siempre. ¿Por que siempre tienes que preguntar? Tal vez respeto la Ley, pero lo que te ha estado haciendo la Inquisidora no tiene nada que ver con la Ley. No se que esta sucediendo exactamente, pero tiene algo personal contra ti. No tiene nada que ver con la Clave.”
“Yo la provoco,” dijo Jace. “No lo puedo controlar. Los burócratas despiadados me fastidian.”
Alec sacudió su cabeza. “No creo que sea eso. Es un odio de hace tiempo. Lo presiento.”
Jace estaba a punto de responder cuando las campanas de la catedral comenzaron a sonar. Al estar tan cerca del techo, el eco del sonido era realmente alto.
Él miro hacia arriba- todavía esperaba ver a Hugo volando entre las vigas de madera, lentamente, describiendo círculos. Al cuervo siempre le había gustado estar entre las vigas y el encorvado techo de piedra. Al mismo tiempo pensaba que al ave le hubiese gustado clavar sus garras en la débil madera; ahora se daba cuenta que las vigas le habían dejado una ventana como un excelente lugar desde el cual espiar.
Una idea fue tomando forma en la cabeza de Jace, oscura y abstracta. En voz alta sólo dijo, “Luke dijo algo acerca de que la Inquisidora tenía un hijo llamado Stephen. Dijo que ella estaba tratando de ajustar cuentas por él. Le pregunté a ella por él y se puso como loca. Creo que tal vez tiene algo que ver en por qué me odia tanto.”
Las campanas habían parado de sonar...
Alec dijo, “Tal vez. Podría preguntarles a mis padres, pero dudo que me digan algo.”
“No les preguntes a ellos. Pregúntale a Luke.”
“¿Ir de vuelta a Brooklyn quieres decir? Mira, salir sin que nos vean va a resulta imposible-”
“Utiliza el celular de Isabel. Mensajea a Clary. Dile que le pregunte a Luke.”
“De acuerdo.”, Alec hizo una pausa. “¿Quieres que le diga algo más de tu parte? A Clary quiero decir, no a Isabel.”
“No”, dijo Jace. “No tengo nada que decirle.”

“¡Simon!” Agarrando fuertemente el celular, Clary se giro hacia Luke. “Él dice que alguien esta tratando de entrar en su casa.”
“Dile que salga de allí.”
“No puedo salir de aquí,” dijo Simon “no a menos que quiera prenderme fuego.”
“La luz del día”, le dijo ella a Luke, pero luego vio que él ya se había dado cuenta del problema y estaba buscando algo en sus bolsillos. Las llaves del auto. Él las sostuvo en alto.
“Dile a Simon que estamos en camino. Dile que se encierre en una habitación hasta que lleguemos.”
“¿Has oído? Enciérrate en una habitación”
“He oído.”, la voz de Simon sonaba tensa.; Clary escuchó un suave sonido de rasguño, y luego un fuerte golpazo.
“¡Simón!”
“Estoy bien. Solo estoy apilando cosas contra la puerta.”
“¿Qué clase de cosas?” Ella estaba fuera del porche ahora, temblando bajo su fino suéter. Luke, detrás de ella, estaba cerrando la casa.
“Un escritorio,” dijo Simón con algo de satisfacción, “y mi cama.”
“¿Tu cama?” Clary subió al camión detrás de Luke, poniéndose con una mano el cinturón de seguridad mientras Luke se alejaba del camino de entrada y entraba en la Kent. Él lo alcanzó y abrochó la hebilla por ella.
“¿Cómo corriste tu cama?”
“Lo olvidaste. Súper fuerza de vampiro.”
“Pregúntale que esta escuchando.”, dijo Luke. Estaban bajando la calle con velocidad, lo que hubiese estado mejor si la orilla del río hubiese estado en mejores condiciones. Clary gritaba cada vez que golpeaban un cacharro.
“¿Qué estas escuchando?”, preguntó ella, conteniendo la respiración.
“Escucho la puerta principal crujir. Creo que alguien la pateó para que se abra. Luego Yossarian vino chillando a mi habitación y se escondió debajo de la cama. Es por eso que sé que definitivamente hay alguien en la casa.”
“¿Y ahora?”
“Ahora no escucho nada”
“Eso es bueno, ¿no es cierto?”, Clary se giró hacia Luke. “Dice que no oye nada ahora. Tal vez se marcharon.”
“Tal vez.” Luke sonaba dudoso. Estaban en una vía rápida ahora, conduciendo a través del barrio de Simón. “Mantenlo en el teléfono de todo modos.”
“¿Qué estas haciendo ahora, Simon?”
“Nada. He puesto todo lo que había en mi habitación contra la puerta. Ahora estoy tratando de sacar a Yossarian fuera del conducto de la calefacción.”
“Déjalo donde se encuentra”´
“Esto va a ser difícil de explicar a mamá.”, dijo Simon, y el teléfono se cortó. Hubo un ruido, y luego nada, la llamada se apareció como desconectada en la pantalla.
“No. ¡No!” Clary presionó el botón para volver a llamar, con sus dedos temblando.
Simon contestó rápidamente. “Lo siento. Yossarian me araño y deje caer el teléfono al suelo.”
Su garganta ardió con alivio. “Eso está bien, mientras te encuentres bien y-”
Un sonido como de un maremoto chocó contra el teléfono, arrasando con la voz de Simon. Ella alejó el teléfono de su oído. En la pantalla la llamada todavía aparecía como conectada.
“¡Simon!”, gritó por el teléfono. “¿Simon puedes oírme?”
El estrépito sonido se detuvo. Hubo un sonido de algo haciéndose añicos, y un fuerte, casi inaudible, maullido- ¿Yossarian? Luego el sonido de algo pesado golpear contra el suelo.
“¿Simon?”, susurró. Hubo un chasquido y luego una voz de acento sureño, divertida hablándole en el oído.
“Clarissa.”, dijo. “Tendría que haber sabido que eras tú al otro lado de la línea del teléfono.”
Ella cerró sus ojos, su estómago revolviéndose como si estuviese en una montaña rusa que recién había hecho su primera vuelta.
“Valentine.”
“Querrás decir “padre””, dijo, sonando realmente molesto. “Odio ese nuevo hábito de llamar los padres de uno por sus nombres de pila.”
“En realidad me gustaría llamarte de miles maneras mucho mas impronunciables que tu nombre.”, dijo bruscamente.
“¿Dónde esta Simon?”
“¿Te refieres al chico vampiro? Dudosa compañía para una cazadora de sombras de buena familia, ¿no crees? De ahora en adelante espero poder tener opinión en tu elección de amigos.”
“¿Qué le hiciste a Simón?”
“Nada,” dijo Valentine, molesto. “Todavía”, y colgó.

Para cuando Alec había regresado a la sala de entrenamiento, Jace estaba tirado en el suelo, imaginándose filas de muchachas bailando para ignorar el dolor en sus muñecas. No estaba funcionado.
“¿Qué estas haciendo?”, Alec preguntó, arrodillándose tan cerca de la pared resplandeciente de la celda como podía.
Jace trataba de recordarse cuando Alec hizo esa clase de pregunta, que realmente le importaban, y era algo que había una vez había encontrado bastante mas interesante que molesto. Ahora ocurría lo contrario.
“Creo que estoy tirado en el suelo y retorciéndome de dolor por un rato,”gruñó “eso realmente me relaja.”
“¿En serio? Ah- estas siendo sarcástico. Eso probablemente es un buen signo.”, dijo Alec. “Si puedes sentarte, quizás lo quieras. Voy a tratar de deslizarte algo a través de la pared.”
Jace se sentó tan rápido que la cabeza le dio vueltas. “Alec, no-”
Pero Alec ya se había movido para pasarle algo con ambas manos, como si estuviese rodando una bola hacia un niño. Una esfera roja atravesó la cortina resplandeciente y rodó hasta Jace, golpeando suavemente contra su rodilla.
“Una manzana”. El la levantó con algo de dificultad. “Que apropiado.”
“Pensé que estarías hambriento.”
“Lo estoy.” Jace le pegó una mordida a la manzana. El jugo le bajo por las manos y se le chisporroteó en las llamas azules que le amarraban las muñecas.
“¿Mensajeaste a Clary?”
“No. Isabel no me permite entrar en su habitación. Solo arroja cosas contra la puerta y grita. Dice que si entro saltará por la ventana. Ella lo hará”
“Probablemente.”
“Si, tengo ese sentimiento” dijo Alec, y sonrió, “no me ha perdonado por traicionarte, del modo que lo ve.”.
“Buena chica.”, dijo Jace con aprecio.
“No te traicioné, idiota.”
“Es la intención lo que cuenta.”
“Bien, porque te traje algo más también. No se si funcionará, pero vale la pena intentarlo.”
Le deslizo algo pequeño y metálico a través de la pared. Era un disco de plata de un cuarto de tamaño. Jace dejó la manzana y tomó el disco con curiosidad.
“¿Qué es esto?”
“Lo tomé del escritorio de la biblioteca. He visto a mis padres usarlo para quitar restricciones. Creo que es una runa de Abertura. Vale la pena intentar-”
Se interrumpió en cuanto Jace puso en contacto el disco con sus esposas, sosteniéndolo entre dos dedos. En el momento que este toco la línea azul de llamas, ésta parpadeo y se desvaneció.
“Gracias”, Jace frotó sus muñecas, cada una con la piel paspada y sangrando.
Estaba viendo si era capaz de sentir sus dedos nuevamente.
“No es una lima escondida en un pastel de cumpleaños, pero mantendrá mis manos de no caerse.”
Alec lo miró. Las ondas de la cortina de lluvia hacían sus rostro alargado, preocupado- quizá estaba preocupado.
“Sabes, algo me ocurrió cuando estaba hablando con Isabel mas temprano. Le dije que no podría saltar por la ventana, que no lo intentara por que se mataría.”
Jace asintió. “Suena como el aviso de un hermano mayor.”
“Pero luego comencé a preguntarme si era lo mismo en tu caso- quiero decir, te he visto hacer cosas que eran prácticamente volar. Te he visto caer desde una altura de tres pisos y aterrizar como un gato, saltar del suelo a un techo-”
“Escuchar relatar mis hazañas es realmente gratificante, pero no se cual es el punto, Alec.”
“El punto es que hay cuatro paredes en esta celda, no cinco.”
Jace lo miró. “Entonces Hodge no estaba mintiendo cuando dijo que usábamos geometría en nueva vida cotidiana. Estas en lo cierto, Alec. Hay cuatro paredes en esta caja. La inquisidora se ha ido con dos, quizás-”
“JACE”, dijo Alec perdiendo la paciencia. “Lo que quiero decir es que la celda no tiene techo. Nada entre el techo y tú.”
Jace echó hacia atrás su cabeza. Las vigas parecían bambolearse vertiginosamente encima de él.
“Estás loco.”
“Tal vez,” dijo Alec, “tal vez yo sólo se lo que eras capaz de hacer.”, se encogió de hombros. “Al menos podrías intentarlo.”
Jace observó a Alec- a sus ojos abiertos, rostro sincero y firmes ojos azules. Está loco, Jace pensó. Era verdad que en algunas peleas él había hecho cosas sorprendentes, pero todos lo habían hecho también. Sangre de cazadores de sombras, años de entrenamiento…pero no era incapaz de saltar treinta pies de altura en el aire.
¿Cómo sabes que no puedes, dijo una voz suave en el interior de su cabeza, si nunca has intentado?
La voz de Clary. Él pensó en ella y sus runas, en la Ciudad Silenciosa, en sus esposas haciendo “pum” como si hubieran sido abiertas bajo una enorme presión.
Él y Clary compartían la misma sangre. Si Clary hacía cosas que parecían imposibles...
Se puso de pie, casi reluciente, y observando alrededor, tomando balance de la habitación. Todavía podía ver el suelo- largos espejos y una multitud de armamento colgado de las paredes, las dagas brillando débilmente, a través de la cortina de plata que lo rodeaba. El dobló y recupero la manzana mitad comida del suelo, la miró por un momento- luego hizo su brazo hacia atrás y la arrojó lo mas fuerte que pudo. La manzana voló a través del aire, atravesó la cortina de plata resplandeciente, y ardió en una corona de llamas azules.
Jace oyó a Alec jadear. Entonces la Inquisidora no había exagerado. Si él tocaba una de las paredes de la celda, moriría. Alec estaba de pie, tambaleándose.
“Jace, no se-”
“Cierra la boca, Alec. Y no me mires. Eso no esta ayudando.”
Lo que haya dicho Alec en respuesta Jace no lo oía. Estaba haciendo un lento giro sobre sus talones, con sus ojos enfocados en las vigas. Las runas que le daban una excelente visión, le dieron un mejor panorama: podía ver sus bordes astillados, sus nudos y espirales, las manchas negras por la edad. Pero eran sólidas. Habían sostenido el techo del Instituto por cientos de años. Podrían sostener un adolescente. Flexionó sus dedos, tomando profundos, lentos y controlados respiros, justo como su padre le había enseñado. En su imaginación, podía verse saltando, volando, y atrapando la viga con facilidad y balanceándose sobre ella. Él era ligero, se dijo, ligero como una flecha, haciendo su recorrido a través el aire, rápida e imparable. Sería fácil, se dijo. Fácil. Y saltó.
Capítulo 16.- Un corazón de piedra
17:19 / Publicado por Pandemonium /
16 -Un corazón de piedra

Clary pulsó el botón para devolver la llamada a Simon, pero el teléfono fue directo al buzón
de voz. Lágrimas calientes salpicaron sus mejillas y lanzó su teléfono en el salpicadero.
-¡Maldita sea!, ¡maldita sea!
-Casi hemos llegado”, dijo Luke. Habían salido de la vía rápida y ella ni siquiera lo había
notado. Se detuvieron enfrente de la casa de Simon, una unifamiliar de madera cuya fachada
estaba pintada de un alegre rojo. Clary bajó del coche y corrió a través del paseo de la entrada
antes de que Luke incluso hubiera tirado del freno de seguridad. Ella podía oírle gritando su
nombre mientras se lanzaba escaleras arriba y aporreaba frenéticamente sobre la puerta de la
entrada.
-¡Simon!- gritó -¡Simon!
-Clary, es suficiente.- Luke la alcanzó en el porche de la entrada. -Los vecinos…-
-Que les jodan a los vecinos.- Ella buscó a tientas el llavero en su cinturón, lo encontró, y la
deslizó dentro de la cerradura. Abrió la puerta y dio un paso cautelosamente dentro del
vestíbulo, Luke justo detrás de ella. Miraron con detenimiento a través de la primera puerta a
la izquierda de la cocina. Todo parecía exactamente como siempre había estado, desde la
encimera meticulosamente limpia hasta los imanes del frigorífico. Estaba el lavaplatos donde
ella había besado a Simon tan sólo hacía unos días. La luz del sol pasaba en tropel a través de
las ventanas, llenando la habitación con una luz amarillo pálido. Luz que era capaz de
carbonizar a Simon hasta las cenizas.

La habitación de Simon era la última al final del pasillo. La puerta estaba ligeramente
abierta, aunque Clary no pudo ver nada más que oscuridad a través del resquicio.
Ella deslizó su estela fuera de su bolsillo y la sujetó fuertemente. Sabía que eso no era
realmente un arma, pero el sentirla en su mano era tranquilizante. Dentro, la habitación
estaba oscura, negras cortinas corridas de un extremo a otro de las ventanas, la única luz venía
de un reloj digital que había sobre la mesa de noche. Luke estaba llegando hasta ella para
encender la luz cuando algo, algo que silbó, bufó y gruñó como un demonio, se lanzó contra él
fuera de la oscuridad.

Clary gritó mientras Luke agarraba sus hombros y la empujaba bruscamente a un lado. Ella
tropezó y por poco se cae; cuando volvió a recuperarse, se giró para ver a un Luke estupefacto
agarrando con las manos un gato banco maullante y luchador, su pelaje todo sobresaltado.
Parecía una bola de algodón con zarpas.
-¡Yossarian!-exclamó Clary.
Luke dejó caer al gato. Yossarian inmediatamente se lanzó entre sus piernas y desapareció
por el pasillo.
-Gato estúpido-, dijo Clary.
-No es su culpa. No les gusto a los gatos.- Luke alcanzó el interruptor y encendió la luz.
Clary se quedó boquiabierta/dio un grito sofocado. La habitación estaba completamente en
orden, nada en absoluto fuera de lugar, ni tan siquiera la alfombra estaba torcida. Incluso la
colcha estaba doblada cuidadosamente sobre la cama.
-¿Es un glamour?
-Probablemente no. Probablemente sólo magia.- Luke se desplazó hasta el centro de la
habitación, mirando a su alrededor pensativamente. Cuando se movió para tirar de una de las
cortinas hacia atrás, Clary vio algo relucir en la alfombra a sus pies (de Luke).
-Luke, espera.- Ella fue hacia donde él estaba de pie y se arrodilló para recuperar el objeto.
Era el plateado teléfono móvil de Simon, terriblemente doblado y deformado, la antena rota. A
pesar de la grieta que corría a lo largo de la pantalla de display, un mensaje de texto estaba
todavía visible: Ahora yo los tengo a todos.
Clary se hundió sobre la cama aturdida. En la distancia, sentía a Luke arrancándole el
teléfono de la mano. Ella le escuchó su aliento aspirando mientras él leía el mensaje.
-¿Qué significa? ¿Ahora los tengo a todos?- preguntó Clary.

Luke dejó el teléfono de Simon sobre el escritorio y pasó una mano sobre la cara. “Me temo
que significa que ahora él tiene a Simon y, deberíamos también afrontarlo, Maia, también. Lo
que significa que él tiene todo lo que necesita para el Ritual de Conversión.”
Clary le miraba fijamente.

-Quieres decir que esto no va sólo de obtenerme a mí… y a ti?
-Estoy seguro que Valentine considera eso como un agradable efecto secundario. Pero no
es su principal meta. Su meta principal es invertir las características de la Espada del Alma. Y
para eso él necesita…
-La sangre de chicos Submundo. Pero Maia y Simon no son niños. Son adolescentes.
-Cuando ese encantamiento fue creado, el hechizo para girar la Espada del Alma hacia la
oscuridad, la palabra adolescente no había sido siquiera inventada. En la sociedad de los
Cazadores de Sombras, tú eres adulto cuando tienes dieciocho. Antes de eso, eres un niño.
Para los propósitos de Valentine, Maia y Simon son niños. Él tiene ya la sangre de una niña
hada, y la sangre de un niño brujo. Todo lo que necesitaba eran un hombre-lobo y un
vampiro.

Clary sentía como si el aire hubiera sido golpeado hacia fuera de ella.
-Entonces, ¿por quéno hicimos algo? ¿Por qué no pensamos en protegerlos de la alguna manera?
-Hasta el momento Valentine ha hecho lo que es conveniente. Ninguna de sus víctimas
fueron elegidas por otra razón que la de que estaban allí y eran fáciles de conseguir. El brujo
era fácil de encontrar; todo lo que Valentine tenía que hacer era contratarlo bajo el pretexto
de querer un demonio elevado. Es suficientemente sencillo descubrir el reino de las hadas en
el parque si sabes dónde buscar. Y el Cazador de la Luna estaba exactamente donde tú irías si
quisieses encontrar un hombre-lobo. Ponerse a sí mismo a este peligro y problema extra sólo
para arremeter contra nosotros cuando nada ha cambiado…
-Jace,- dijo Clary.
-¿Qué quieres decir con Jace? ¿Qué pasa con él?
-Creo que es Jace a quien él está intentando recuperar. Jace debe haber hecho algo la
noche pasada en el barco, algo que realmente ha reventado a Valentine. Le ha reventado lo
suficiente como para abandonar cualquier plan que él tuviera antes y realizar uno nuevo.”
Luke parecía perplejo. -¿Qué te hace pensar que el cambio de planes de Valentine tuvo algo
que ver con tu hermano?.
-Porque,- dijo Clary con desalentadora certeza, -sólo Jace puede cabrear a alguien tanto.



-¡Isabelle!-Alec aporreó la puerta de su hermana. -Isabelle, abre la puerta. Sé que estás
ahí.
La puerta se abrió por un resquicio. Alec trató de mirar detenidamente a través de él, pero
nadie parecía estar al otro lado.
-Ella no quiere hablar contigo-, dijo una voz bien conocida.
Alec echó un vistazo abajo y vio unos deslumbrantes ojos grises mirándole desde detrás de
unas torcidas gafas. -Max-, dijo. -Vamos, hermanito, déjame entrar.-
“Yo tampoco quiero hablar contigo.” Max comenzó a empujar la puerta para cerrarla, pero
Alec, rápido como un coletazo del látigo de Isabelle, metió su pie en el hueco de la puerta.
“No me hagas llamarte otra vez, Max.”
“No deberías.” Max empujó de nuevo tanto como podía.
“No, pero podría ir a buscar a nuestros padres, y tengo la sensación de que Isabelle no
quiere eso. ¿No, Izzy?” reclamó, lanzando su voz lo suficientemente en alto para que su
hermana pudiera oírla dentro de la habitación.
“Oh, por el amor de Dios.” Isabelle sonaba furiosa. “Está bien, Max. Déjale entrar.”
Max dio un paso hacia atrás y Alec empujó y entró, dejando la puerta medio abierta detrás
de él. Isabelle estaba arrodillada en el alféizar de la ventana detrás de su cama, su látigo
dorado rollado en espiral en torno a su brazo izquierdo. Ella llevaba su equipo de caza, los
duros pantalones negros y camisa muy estrecha con sus casi invisibles diseños de runas
plateados. Sus botas estaban abrochadas hasta sus rodillas y su pelo negro azotado por la brisa
de la ventana abierta. Ella lo fulminó con la mirada, recordándole por un momento a nada más
que a Hugo, el negro cuervo de Hodge.

“¿Qué demonios estás haciendo? ¿Tratando de conseguir matarte tú misma?” exigió él,
cruzando furiosamente la habitación a grandes zancadas hasta su hermana. Su látigo
serpenteó enrollándose en torno a sus tobillos. Alec paró como muerto, sabiendo que con una
simple sacudida de muñeca de Isabelle podría dar un tirón a sus pies y hacerle aterrizar como
un fardo atado sobre el suelo de dura madera. “No te acerques a mí, Alexander Lighwood,”
dijo ella con su voz más airada. “No me siento muy benévola contigo en este momento.”
“Isabelle…”
“¿Cómo pudiste atacar a Jace de esa manera? ¿Después de todo lo que ha pasado? Y tú
hiciste ese juramente de tener cuidado el uno del otro también…”
“No,” le recordó, “si eso significaba romper la Ley.”
“¡La Ley!” Isabelle rompió indignada. “Hay una ley mayor que la Clave, Alec. La ley de la
familia. Jace es tu familia.”
“¿La ley de la familia? Nunca he oído acerca de eso antes,” dijo Alec, molesto. Él sabía que
debería defenderse a sí mismo, pero era difícil no ser distraído por el hábito de toda la vida de
corregir a tus hermanos pequeños cuando están equivocados. “¿Podría ser eso porque acabas
de inventártelo?”
Isabelle sacudió su muñeca. Alec sintió sus pies salir desde dentro de él y retorcidos
absorber el impacto de la caída con sus manos y muñecas. Él aterrizó, rodando sobre su
espalda, y miró hacia arriba para ver a Isabelle como una amenaza sobre él. Max estaba detrás
de ella. “¿Qué hacemos con él, Maxwell?” preguntó Isabelle. “¿Dejarlo aquí tirado para que lo
encuentren los padres?”
Alec había tenido suficiente. Batió una espada desde la vaina en su muñeca, retorcida, y
cortó el látigo alrededor de sus tobillos. El cable eléctrico se separó con un chasquido y él saltó
sobre sus pies mientras Isabelle tiraba de su brazo hacia atrás, el cable siseando alrededor de
ella.
Una risa baja rompió la tensión. “Está bien, está bien, ya le has torturado suficientemente.
Estoy aquí.”
Los ojos de Isabelle volaron bien abiertos. “¡Jace!”
“El mismo.” Jace se sumergió dentro de la habitación de Isabelle, cerrando la puerta detrás
de él. “No hay necesidad de dos de vosotros para luchar…” Hizo un gesto de dolor cuando Max
fue a toda velocidad hacia él, aullando su nombre. “Cuidado ahí,” dijo, desenredándose
tiernamente del chico. “Yo no estoy en la mejor forma ahora.”
“Puedo ver eso,” dijo Isabelle, con sus ojos escrutándole con ansiedad.
Sus muñecas estaban ensangrentadas, su cabello rubio estaba sudoroso y aplastado sobre
su cuello y su frente, y la cara y las manos estaban sucias. “¿Te hizo daño la Inquisidor?”
“No demasiado gravemente.” Los ojos de Jace se encontraron con los de Alec a través de la
habitación. “Ella acababa de encerrarme en la galería de armas. Alec me ha ayudado a
escapar.”
El látigo se marchitó en la mano de Isabelle como una flor. “Alec, ¿es eso verdad?”
“Sí.” Alec se sacudió de la ropa el polvo del suelo con deliberada ostentación. Él no se pudo
resistir a añadir: “Ahí tienes.”
“Bien, deberías haberlo dicho.”
“Y tú deberías haber tenido algo de fe en mí…”
“Es suficiente. No hay tiempo para discutir,” dijo Jace. “Isabelle, ¿qué tipo de armas tienes
aquí? Y vendas, ¿algunas vendas?”
“¿Vendas?” Isabelle soltó su látigo y sacó su estela de un cajón. “Puedo arreglarte con una
iratse…”
Jace levantó sus muñecas. “Una iratze está bien para mis magulladuras, pero no ayudará
con esto. Hay una runa ardiendo.” Parecían incluso peor a la brillante luz del cuatro de
Isabelle… Las cicatrices circulares estaban negras y agrietadas en algunos lugares, rezumando
sangre y un fluido claro. Él bajó las manos mientras Isabelle palidecía. “Y necesitaré algunas
armas, también, antes yo…”
“Las vendas primero. Las armas después.” Ella dejó el látigo encima del tocador y arreó a
Jace hacia el baño con una cesta llena de pomadas, gasas acolchadas y rollos de vendas. Alec
los miraba a través de la puerta medio abierta, Jace apoyándose en el lavabo mientras su
hermana adoptiva le pasaba la esponja por sus muñecas y las envolvía con una gasa blanca.
“Okey, ahora quítate la camisa.”
“Sabía que había algo en esto para ti.” Jace se deslizó fuera de su chaqueta y se quitó la
camiseta por la cabeza, haciendo un gesto de dolor. Su piel era de un dorado pálido, más
rebajado sobre el duro músculo. Las Marcas de tinta negra eran gemelas en sus brazos. Un
mundano podía haber pensado que las cicatrices blancas de la piel de copos de nieve de Jace,
reliquias de viejas runas, le hacían menos perfecto, pero Alec no. Todos ellos tenían esas
cicatrices; eran insignias de honor, no defectos.
Jace, viendo que Alec le miraba a través de la puerta medio abierta, dijo, “Alec, ¿puedes
coger el teléfono?”
“Está sobre el tocador.” Isabelle no levantó la mirada. Ella y Jace estaban conversando en
tono bajo; Alec no podía oírles, pero sospechaba que era porque estaban intentando no
asustar a Max.
Alec miró/buscó. “No está sobre el vestidor.”
Isabelle, trazando con la iratze sobre la espalda de Jace, maldecía con enojo. “Oh,
demonios. Dejé mi teléfono en la cocina. Mierda. No quiero ir a buscarlo con la inquisidora
merodeando.”
“Yo lo cogeré,” se ofreció Max. “Ella no se preocupa por mí, soy demasiado joven.”
“Supongo.” Isabelle sonaba renuente. “¿Para qué necesitáis el teléfono, Alec?”
“Sólo lo necesitamos,” dijo impacientemente Alec. “Izzy…”
“Si estás mandando un mensaje de texto a Magnus para decirle Yo pienso q tú ers kewl
(¿cool?), voy a matarte.”
“¿Quién es Magnus?” preguntó Max.
“Es un brujo,” dijo Alec.
“Un brujo muy, muy sexy,” dijo Isabelle a Max, ignorando la apariencia de furia total de
Alec.
“Pero los brujos son malos,” protestó Max, que parecía desconcertado.
“Exactamente,” dijo Isabelle.
“No entiendo,” dijo Max. “Pero voy a por el teléfono. Estaré de vuelta perfectamente.”
Se deslizó por la puerta mientras Jace se volvía a poner su camisa y chaqueta y volvía al
dormitorio, donde comenzó a buscar armas entre los montones de pertenencias de Isabelle
que estaban esparcidos por todo el suelo. Isabelle le siguió, sacudiendo la cabeza. “¿Cuál es
ahora el plan? ¿Nos marchamos todos nosotros? La Inquisidora va a flipar cuando descubra
que no estás allí.”
“No tanto como va a flipar cuando Valentine la rechace.” Secamente, Jace esbozó el plan de
la Inquisidor. “El único problema es que él nunca caerá en él.”
“¿El, el único problema?” Isabelle estaba tan furiosa que casi tartamudeaba, algo que no
había hecho desde que tenía seis años. “¡Ella no puede hacer eso! ¡Ella no puede
intercambiarte con un psicópata! ¡Eres un miembro de la Clave! ¡Eres nuestro hermano!”
“La Inquisidor no piensa así.”
“No me importa lo que piense ella. Es una zorra espantosa y debe ser detenida.”
“Una vez que descubra que su plan es un serio error, puede que ella sea capaz de hablar
con condescendencia,” observó Jace. “Pero no me pega que se descubra. Voy a salir de aquí.”
“No va a ser fácil,” dijo Alec. “La Inquisidora tiene este lugar cerrado tan estrictamente
como un pentagrama. ¿Sabes que hay guardias en la planta baja? Ella ha llamado a la mitad del
Cónclave.”
“Debe tener una gran opinión sobre mí,” dijo Jace, lanzando a un lado un montón de
revistas.
“Quizás ella no está equivocada.” Isabelle lo miraba pensativamente. “¿En serio saltaste
treinta pies hacia fuera de una Configuración Malachi? ¿Lo hizo, Alec?”
“Lo hizo,” confirmó Alec. “Nunca había visto nada igual.”
“Yo nunca he visto nada como esto.” Dijo Jace estirando una daga de diez pulgadas desde el
suelo. Uno de los sujetadores rosas de Isabelle colgaba sobre la punta perversamente afilada.
Isabelle lo agarró, frunciendo el ceño. “Eso no es el asunto. ¿Cómo lo hiciste? ¿Lo sabes?”
“Salté.” Jace recogió dos discos giratorios con filos cortantes de dentro de la cama. Estaban
cubiertos por pelos grises de gato. Sopló sobre ellos, dispersando el pelaje. “Chakhrams. Guay.
Especialmente si me encuentro con algunos demonios con serios problemas de alergia a los
gatos.”
Isabelle se abrió paso hasta él con el sujetador. “¡No me estás contestando!”
“Porque no lo sé, Izzy.” Jace se dirigió a sus pies. “Quizás la Reina Seelie estaba en lo cierto.
Quizás tengo poderes que aun no conozco porque nunca los he probado. Clary ciertamente sí.”
Isabelle arrugó su frente. “¿Ella lo hace?”
Los ojos de Alec se ensancharon de repente. “Jace… ¿Está todavía esa moto vampira arriba
en el tejado?”
“Posiblemente. Pero hay luz diurna, así que no es de mucha utilidad.”
“Además,” Isabelle puntualizó, “no cabemos todos en ella.”
Jace deslizó los chakhrams en su cinturón, junto a la daga de diez pulgadas. Varias cuchillas
del ángel fueron a los bolsillos de su chaqueta. “Eso no importa,” dijo. “Vosotros no venís
conmigo.”
Isabelle resopló. “¿Qué quieres decir, que nosotros no…” Ella se interrumpió cuando Max
volvía, sin aliento y agarrando firmemente su abollado teléfono rosa. “Max, eres un héroe.”
Ella le arrebató el teléfono, lanzando una mirada fulminante a Jace. “Volveré contigo en un
minuto. Mientras tanto, ¿a quién vamos a llamar? ¿A Clary?”
“Yo la llamaré…,” comenzó Alec.
“No.” Isabelle palmeó mano de él. “A ella le gusto yo más.” Ella ya estaba marcando; sacó la
lengua mientras sostenía el teléfono sobre su oreja. “¿Clary? Soy Isabelle. Yo… ¿Qué?” El color
de su cara desapareció como si hubiera sido borrado, dejándola gris y con la mirada fija.
“¿Cómo es eso posible? Pero, ¿por qué…”
“¿Cómo es posible qué?” Jace estuvo a su lado en dos zancadas. “Isabelle, ¿qué ha
ocurrido? ¿Es Clary…”
Isabelle separó el teléfono de su oreja, sus nudillos estaban blancos. “Es Valentine. Se ha
llevado a Simon y Maia. Él va a usarlos para realizar el Ritual.”
En un fluido movimiento, Jace alcanzó y cogió el teléfono de la mano de Isabelle. Lo puso en
su oreja. “Conduce hacia el Instituto,” dijo él. “Dile que nos encontraremos en el muelle en
Brooklyn. Él puede elegir el sitio, pero debe ser algún lugar desierto. Nosotros vamos a
necesitar su ayuda para alcanzar el buque de Valentine.”
“¿Nosotros?” Isabelle se animó visiblemente.
“Magnus, Luke, y yo mismo,” aclaró Jace. “Vosotros dos permaneceréis aquí y trataréis con
la Inquisidor por mí. Cuando Valentine no cumpla con su parte del trato, vosotros seréis los
que tendréis que convencerla de que mande a todos los refuerzos del Cónclave tras
Valentine.”
“No lo pillo,” dijo Alec. “¿Cómo planeas salir de aquí en primer lugar?”
Jace sonrió abiertamente. “Mira,” dijo, y saltó sobre el alféizar de la ventana de Isabelle.
Isabelle gritó, pero Jace estaba ya asomando la cabeza a través de la ventana abierta. Se
balanceó por un momento sobre la parte exterior del alféizar… y un momento después se
hubo ido.
Alec corrió hacia la ventana y miró fijamente hacia fuera con horror, pero allí no había nada
que ver: sólo el jardín del Instituto allí lejos abajo, marrón y vacío, y el estrecho sendero que
daba a la puerta de entrada. No había peatones gritando en la Calle Noventa y seis, ni coches
circulando alrededor de la señal de un cuerpo caído. Era como si Jace se hubiera desvanecido
en un suave aire.
El sonido del agua le despertó. Era un sonido pesadamente repetitivo, agua chocando
contra algo sólido, una y otra vez, como si él estuviera yaciendo en el fondo de una piscina que
se estuviera vaciando rápidamente y volviéndose a llenar. Había el sabor de metal en su boca y
el olor de metal por todas partes. Él era consciente de un dolor insistente y persistente en su
mano izquierda. Con un quejido, Simon abrió los ojos.
Él estaba tendido sobre un duro suelo metálico, lleno de irregularidades, pintado de un feo
gris verdoso. Las paredes eran del mismo metal verde. Había una simple ventana enorme y
redonda en una pared, que dejaba pasar sólo un rayo de luz, pero era suficiente. Él había
estado tendido con su mano en una mancha y sus dedos estaban rojos y llenos de ampollas.
Con otro quejido, rodó desde la luz y se sentó.
Y se dio cuenta de que no estaba solo en la habitación. Aunque las sombras eran espesas, él
podía ver en la oscuridad perfectamente. Al otro extremo, sus manos juntas atadas y
encadenadas a una gran tubería de vapor, era Maia. Sus ropas estaban rasgadas y había una
enorme contusión a lo largo de su mejilla izquierda. Él podía ver dónde sus trenzas habían sido
divididas desde su cuero cabelludo hacia un lado, su pelo estaba enmarañado y apelmazado
con sangre. En el momento que él se sentó, ella le miró fijamente y se echó a llorar
inmediatamente. “Pensé,” ella hipó entre sollozos, “que tú… estabas muerto.”
“Estoy muerto,” dijo Simon. Él estaba mirando atentamente su mano. Mientras miraba, las
ampollas palidecían, el dolor iba disminuyendo y su piel volvía a su palidez normal.
“Lo sé, pero quería decir… realmente muerto.” Ella se golpeó en la cara con sus manos
atadas. Simon intentó moverse hacia ella, pero algo tiró de él corto. Un puño de metal
alrededor de su tobillo estaba atado a una gruesa cadena hundida dentro del suelo. Valentine
no estaba arriesgándose.
“No llores,” dijo él, e inmediatamente lo lamentó. No era que la situación no garantizase
lágrimas. “Estoy bien.”
“Por ahora,” dijo Maia, frotando su húmeda cara contra su manga. “Ese hombre… el que
tiene el pelo blanco… ¿su nombre es Valentine?”
“¿Le viste?” dijo Simon. “Yo no vi nada. Sólo la puerta de entrada reventando y luego una
enorme forma que venía hacia mí como un tren de mercancías.”
“Él es Valentine, ¿verdad? Del que todo el mundo habla. Él es quien comenzó el
Levantamiento.”
“Él es el padre de Jace y Clary,” dijo Simon. “Eso es lo que yo sé sobre él.”
“Pensé que su voz me sonaba familiar. Sonaba como Jace.” Momentáneamente parecía
compungida. “No me extraña que Jace sea tan imbécil.”
Simon sólo podía estar de acuerdo.
“Así que tú no…” la voz de Maia se apagó. Lo volvió a intentar. “Mira, sé que esto suena
raro, pero cuando Valentine vino a por ti, ¿viste a alguien que tú reconocieras con él, alguien
que esté muerto? ¿Como un fantasma?”
Simon sacudió la cabeza, desconcertado. “No, ¿por qué?”
Maia vaciló. “Yo vi a mi hermano. El fantasma de mi hermano. Creo que Valentine estaba
haciéndome tener alucinaciones.”
“Bien, no intentó nada de eso conmigo. Yo estaba al teléfono con Clary. Recuerdo el
flaquear cuando la forma venía hacia mí…” Se encogió de hombros. “Eso es todo.”
“¿Y Clary?” Maia parecía casi esperanzada. “Después quizás ellos hayan comprendido dónde
estamos. Quizás vengan detrás de nosotros.”
“Quizás,” dijo Simon. “¿Dónde estamos, de todos modos?”
“En un bote. Estaba todavía consciente cuando él me trajo aquí. Es una gran cosa metálica
negra y pesada. No había luces y había… cosas por todas partes. Una de ellas saltó hacia mí y
comencé a gritar. Ahí fue cuando él me agarró la cabeza y la golpeó contra la pared. Perdí el
conocimiento por un tiempo después de eso.”
“¿Cosas? ¿Qué quieres decir con cosas?
“Demonios,” dijo ella, y se estremeció. “Él tiene toda suerte de demonios aquí. Grandes y
pequeños y voladores. Ellos hacen lo que sea que él les dice.”
“Pero Valentine es un Cazador de Sombras. Y por todo lo que he oído, él odia los
demonios.”
“Bueno, ellos no parece que lo sepan,” dijo Maia. “Lo que no concibo es qué quieres él de
nosotros. Sé que odia a los Submundo, pero parece como demasiado esfuerzo para matar a
dos de ellos.” Ella había empezado a estremecerse, su mandíbula haciendo clic como la
dentadura de juguete a la que le castañean los dientes y puedes comprar en tiendas de
novedades. “Él debe querer algo de los Cazadores de Sombras. O de Luke.”
Sé lo que él quiere, pensó Simon, pero no había razón para decírselo a Maia; ella ya estaba
suficientemente alterada. Encogió sus hombros y se quitó la chaqueta. “Aquí,” dijo él, y
atravesó la habitación hacia ella.
Girando sobre sus esposas, ella consiguió cubrir sus hombros torpemente. Ella le ofreció
una sonrisa triste pero agradecida. “Gracias. Pero, ¿tú no tienes frío?”
Simon sacudió la cabeza. El escozor de su mano se había ido enteramente ahora. “Yo no
siento el frío. Nunca más.”
Ella abrió la boca, y luego la volvió a cerrar. Una lucha estaba teniendo lugar detrás de sus
ojos. “Lo siento. La manera en la que reaccioné contigo ayer.” Ella se interrumpió, casi
conteniendo la respiración. “Los vampiros me dan un miedo de muerte,” susurró al fin. “La
primera vez que vine a la ciudad, tenía una manada con la que iba… Bat, y otros dos chicos,
Steve y Gregg. Nosotros estábamos en el parque una vez y topamos con unos vampiros que
bebían sangre de una bolsa bajo un puente… Hubo una refriega y la mayor parte de lo que
recuerdo es que uno de los vampiros agarró a Gregg, sólo lo agarró y lo partió en dos…” Su voz
ascendió y se llevó la mano a la boca. Estaba temblando. “En dos,” susurró. “Todas sus tripas
se desparramaron. Y entonces, ellos se comenzaron a comer.”
Simon sintió una sorda punzada de nausea recorriéndolo por completo. Estaba casi
contento de que la historia hiciera sentir enfermo a su estómago, prefería eso a sentir otra
cosa. Como hambre. “Yo no haría eso,” dijo. “me gustan los hombre lobos. Como Luke…”
“Sé que no lo harías.” Pronunció su boca. “Es sólo que cuando te conocí, parecías tan
humano. Me recordabas a cómo solía ser yo, antes.”
“Maia,” dijo Simon. “Tú eres todavía humana.”
“No, no lo soy.”
“En el modo en que cuenta, lo eres. Igual que yo.”
Ella intentó sonreír. Él podía decirle que ella no le había creído, y echárselo en cara
duramente. Pero él no estaba seguro de si él mismo se lo creía.
El cielo se había vuelto de un bronce de cañón, lastrado por pesadas nubes. En la luz gris el
Instituto se alzaba como el enorme lado de una montaña. El anguloso techo de pizarra brillaba
como impoluta plata. Clary creyó haber captado el movimiento de figuras encapuchadas en las
sombras de la puerta principal, pero no estaba segura. Era difícil de decir nada con claridad
cuando estaban aparcados a un bloque de distancia, mirando atentamente a través de la
ventana manchada de la camioneta de Luke.
“¿Cuánto ha pasado?” preguntó ella, quizás por cuarta o quinta vez, no estaba segura.
“Cinco minutos más que la última vez que me lo preguntaste,” dijo Luke. Éste estaba
echándose hacia atrás en su asiento, su cabeza hacia atrás, parecía totalmente exhausto. La
capa de barba de varios días de su mandíbula y mejillas era gris plateada y había oscuras líneas
de sombra bajo sus ojos. Todas esas noches en el hospital, el ataque del demonio, y ahora
esto, pensaba Clary de repente preocupada. Podía ver por qué él y su madre le habían
ocultado esta vida durante tanto tiempo. Deseaba poder ocultársela a sí misma. “¿Quieres
entrar?”
“No. Jace dijo que esperásemos fuera.” Ella miró fuera otra vez por la ventanilla. Ahora
estaba segura de que había figuras in la puerta de entrada. Cuando una de ellas se giró, creyó
captar un destello de pelo plateado…
“Mira.” Luke se había sentado de nuevo verticalmente, bajando a toda prisa su ventanilla.
Clary miró. Nada parecía haber cambiado. “¿Te refieres a la gente en la entrada?”
“No. Los guardias ya estaban antes. Mira sobre el tejado.” Puntualizó él.
Clary presionó su cara contra la manchada ventanilla. El tejado de pizarra de la catedral era
una profusión de torrecillas y agujas góticas, ángeles esculpidos y arqueadas archivoltas.
Estaba a punto de decir irritada que no notaba nada que no fueran algunas gárgolas
despedazadas, cuando un destello de movimiento fue captado por sus ojos. Alguien estaba allí
arriba en el tejado. Una figura esbelta y oscura, moviéndose con rapidez entre las torrecillas,
como una flecha desde una a otra, ahora cayendo en llano, al borde del tejado
imposiblemente empinado… alguien con el pelo pálido que brillaba in la luz metálica como el
bronce…
Jace.
Clary estaba fuera de la furgoneta antes de saber qué estaba haciendo, bajando por la calle
hacia la iglesia, Luke le gritó detrás de ella. El enorme edificio parecía balancearse por encima
de su cabeza, cientos de pies de alto, un escarpado precipicio de piedra. Jace estaba en el filo
del tejado ahora, mirando hacia abajo, y Clary pensaba, No puede ser, él no puede, no debería
hacer esto, no Jace, y entonces él dio un paso fuera del tejado hacia el vacío, con tanta calma
como si estuviera saliendo por la entrada. Clary lanzó un gran chillido mientras él caía como
una piedra…
Y aterrizaba ligeramente sobre sus pies justo enfrente de ella. Clary lo miró atentamente
con la boca abierta mientras él se alzaba de una leve postura de cuclillas y le sonreía. “Si yo
hiciera una broma sobre dejarme caer (a ver a alguien),” dijo él, “¿pensarías que sólo era un
cliché?”
“¿Cómo… cómo lo… cómo has hecho eso?” susurró, sintiendo como si estuviera teniendo
una revelación. Ella pudo ver a Luke fuera de la furgoneta, de pie con sus manos sujetas tras su
cabeza y mirando ahí delante de ella. Se giró para ver a dos guardias de la entrada corriendo
hacia ellos. Uno era Malik; el otro una mujer con el pelo plateado.
“Mierda.” Jace agarró su mano y tiró de ella tras él. Corrieron hacia la furgoneta y se
metieron detrás de Luke, quien encendió el motor y tomó vuelo mientras la puerta del
pasajero estaba todavía abierta. Jace se encaramó por encima de Clary para, con un
movimiento brusco, cerrarla. La camioneta dio un viraje rodeando a los dos Cazadores de
Sombras, Malik, vio Clary, tenía lo que parecía un afilado cuchillo en su mano. Estaba
apuntando a uno de los neumáticos. Escuchó a Jace soltar una palabrota mientras rebuscaba
en su chaqueta algún arma, Malik tiró de su brazo hacia atrás, el filo brillando, y la mujer de
pelo plateado se tiró sobre su espalda, paralizándole el brazo. Él intentó sacudírsela, Clary se
dio la vuelta alrededor sobre su asiento jadeando, y entonces la furgoneta se lanzó por la
esquina y se perdió en el tráfico de la Avenida York, el Instituto reduciéndose en la distancia
detrás de ellos.
Maia había caído en un sueño intermitente contra la tubería de vapor, la chaqueta de Simon
cubriendo sus hombros. Simon observaba la luz del ojo de buey moviéndose a través de la
habitación e intentó en vano calcular las horas. Normalmente, él usaba su teléfono móvil para
saber qué hora era, pero eso había pasado, él rebuscó en sus bolsillos en vano. Lo habría
dejado caer cuando Valentine cargo contra su habitación.
Tenía preocupaciones mayores, pensó. Su boca estaba seca y acartonada, su garganta
dolorida. Estaba sediento de una manera que era como toda la sed y el hambre que él podría
conocer mezcladas juntas para formar una suerte de tortura exquisita. Y sólo estaba
empezando a empeorar.
Sangre era lo que necesitaba. Pensaba en la sangre en su frigorífico de detrás de su cama en
casa, y sus venas ardieron como plateados alambres calientes bajo su piel.
“¿Simon?” Era Maia, estirando su cabeza de forma aturdida. Su mejilla estaba impresa con
marcas blancas donde había estado echada contra la irregular tubería. Mientras él miraba, el
blanco pálido pasó al rosa cuando la sangre volvía a su cara.
Sangre. Pasó su lengua seca por los labios. “¿Sí?”
“¿Cuánto tiempo he estado durmiendo?”
“Tres horas. Quizás cuatro. Es probable que sea por la tarde.”
“Oh. Gracias por quedarte con el reloj.”
Él no lo había hecho. Se sentía ligeramente avergonzado cuando dijo, “Por supuesto. No hay
problema.”
“Simon…”
“¿Sí?”
“Espero que sepas qué quiero decir cuando digo que siento que estés aquí, pero que estoy
contenta de que estés conmigo.”
Él sintió que en su cara se abría paso una sonrisa. Su labio de abajo se agrietó y probó la
sangre en su boca. Su estómago gruñó. “Gracias.”
Ella se inclinó hacia él, la chaqueta resbaló de sus hombros. Sus ojos tenían una luz grisámbar
que cambió cuando se movió. “¿Puedes alcanzarme?” preguntó ella, tendiéndole la
mano.
Simon trató de alcanzarla. La cadena que aseguraba su tobillo traqueteó mientras extendía
su mano tanto como podía. Maia sonrió cuando las yemas de sus dedos se rozaron…
“Qué conmovedor.” Simon retiró bruscamente la mano, mirando fijamente. La voz que
había hablado fuera de las sombras era tranquila, refinada, ligeramente extranjera pero de una
manera que no podía precisar de dónde. Maia tiró de su mano y se giró alrededor, el color
escurriéndose de su cara mientras miraba hacia arriba al hombre en la puerta de entrada. El
hombre había entrado tan silenciosamente que ninguno de los dos lo había escuchado. “Los
niños de la Luna y de la Noche, llevándose bien al fin.”
“Valentine,” susurró Maia.
Simon no dijo nada. No podía dejar de mirar. Así que este era el padre de Clary y Jace. Con
su capa de pelo blanco-plateado y sus ojos negros ardientes, no se parecía mucho a ninguno
de ellos, aunque había algo de Clary en su angulosa estructura ósea y la forma de sus ojos, y
algo de Jace en la insolencia con la que se movía. Era un hombre grande, de hombros anchos
con una pesada estructura que no se parecía a la de ninguno de sus dos chicos. Él se introdujo
en la habitación de metal verde como un gato, a pesar de ser lastrado con lo que parecía
suficiente armamento como para equipar a una sección. Una gruesa correa de piel negra con
hebilla plateada entrecruzaba su pecho, sosteniendo una espada de ancha empuñadura
plateada a su espalda. Otra gruesa correa rodeaba su cintura, y a través de él asomaba la
colección de un carnicero de cuchillos, dagas, y estrechos y tintineantes filos como enormes
agujas. “Levántate,” le dijo a Simon. “Mantén la espalda contra la pared.” Simon inclinó su
barbilla hacia arriba. Pudo ver a Maia mirándole, con la cara blanca y asustada, y sintió una
fiera ráfaga de protección. Él guardaría a Valentine de hacerle daño a ella, sería la última cosa
que hiciera. “Así que tú eres el padre de Clary,” dijo. “No te ofendas, pero puede ver por qué
ella te odia.”
La cara de Valentine permaneció impasible, casi inmóvil. Sus labios apenas se movieron
cuando dijo, “Y ¿por qué es eso?”
“Porque,” dijo Simon, “eres obviamente un psicótico.”
Ahora Valentine sonreía. Era una sonrisa que no movió ninguna parte de su cara que no
fueran sus labios, y éstos sólo ligeramente. Entonces levantó su puño. Estaba cerrado; Simon
pensó por un momento que Valentine iba a abalanzarse sobre él, y se estremeció
reflexivamente. Pero Valentine no lanzó el puñetazo. En su lugar, abrió los dedos, revelando
un montón de lo que fuere que relumbraba en el centro de su ancha mano. Volviéndose hacia
Maia, giró la cabeza y sopló el polvo hacia ella en una grotesca parodia de un beso verdadero.
El polvo se asentó sobre ella como un enjambre de abejas brillantes.
Maia gritó. Jadeando y moviéndose brusca y salvajemente, agitándose de un lado a otro
como si pudiera así apartar el polvo, su voz elevándose en un alarido.
“¿Qué le has hecho?” gritó Simon, saltando sobre sus pies. Corrió hacia Valentine, pero la
cadena de su pierna le tiró violentamente hacia atrás. “¿Qué hiciste?”
La delgada sonrisa de Valentine se ensanchó. “Polvo de plata,” dijo. “Quema a los
licántropos.”

Maia había parado de moverse y estaba agazapada en una posición fetal sobre el suelo,
llorando silenciosamente. La sangre corrió desde las atroces marcas rojas hasta sus manos y
brazos. El estómago de Simon dio un bandazo otra vez y se dejó caer contra la pared,
asqueándose de sí mismo y de todo lo demás. “Tú cabrón,” dijo mientras Valentine esparcía
ociosamente el resto del polvo de sus dedos. “Es sólo una chica, no va a hacerte daño, está
encadenada, por el…”

Él se ahogó, su garganta estaba ardiendo.

Valentine se reía. “¿Por el amor de Dios?” dijo. “¿Es eso lo que ibas a decir?”
Simon no dijo nada. Valentine extendió sus hombros y tiró de la pesada Espada plateada
desde su vaina. La luz resbaló a lo largo de su filo como agua fluyendo por una escarpada
pared plateada, como la luz del sol reflectándose sobre sí misma. Los ojos de Simon escocían y
él giró la cara.
“La Espada del Ángel te quema, justo como el nombre de Dios te estrangula,” dijo
Valentine, su serena voz afilada como el cristal. “Dicen que esos que mueren bajo su punta
alcanzarán las puertas del cielo. En ese caso, estoy haciéndote un favor.” Bajó la espada de
forma que la punta tocó la garganta de Simon. Los ojos de Valentine eran del color del agua
negra y no había nada en ellos: ni ira, ni compasión, ni nada de odio. Estaban vacíos como un
sepulcro vacío. “¿Últimas palabras?”
Simon sabía que se suponía que él diría: Sh´ma Yisrael, adonai elohanu, adonai echod.
Escucha, oh Israel, el Señor es vuestro Dios, el Señor es el Único. Intentó decir las palabras,
pero un dolor abrasador quemaba su garganta. “Clary,” susurró en su lugar.
Una mirada de irritación cruzó la cara de Valentine, como si el sonido del nombre de su hija
en la boca del vampiro le molestara. Con un afilado movimiento de su muñeca, puso la Espada
a nivel y la blandió con un sencillo y suave gesto sobre la garganta de Simon
17.- Al Este del Edén
20:26 / Publicado por Pandemonium /
"¿Cómo hiciste eso?” exigió Clary mientras la camioneta se alejaba velozmente hacia la zona
alta de la ciudad, Luke giró el volante de golpe.

“¿Te refieres a cómo me subí al tejado?” Jace estaba echándose hacia atrás en el asiento,
con los ojos medio cerrados. Había vendas blancas alrededor de sus muñecas y manchas de
sangre seca en el nacimiento de su cabello. “En primer lugar, trepé por la ventana de Isabelle y
por la pared. Hay un número de gárgolas ornamentales que hacen de buenas agarraderas. Por
otra parte, quiero que quede constancia que mi motocicleta no está donde la había dejado.
Apuesto a que la Inquisidor la cogió para dar una vuelta (la que dan los ladrones de vehículos)
por Hoboken.”

“Lo que quería decir es,” dijo Clary, “¿cómo saltaste del tejado de la catedral y no te has
matado?”
“No lo sé.” Su brazo la rozó cuando levantó las manos para frotarse los ojos. “¿Cómo
creaste tú aquella runa?”
“Tampoco lo sé,” susurró ella. “La Reina Seelie tenía razón, ¿no? Valentine, él… él hizo algo
en nosotros.” Ella miró hacia Luke, que estaba fingiendo estar absorto girando a la izquierda.
“¿No es así?”
“Este no es momento para hablar de eso,” dijo Luke. “Jace, ¿tenías un plan en particular en
mente o sólo querías escapar del Instituto?”
“Valentine ha llevado a Maia y a Simon al buque para realizar el Ritual. Querrá llevarlo a
cabo tan pronto como sea posible.” Jace tiró de una de las vendas de su muñeca. “Tengo que
llegar allí y detenerle.”
“No,” dijo Luke con dureza.
“Okey, nosotros tenemos que llegar allí y detenerle.”
“Jace, no estoy recogiéndote para volver a ese barco. Es demasiado peligroso.”
“Tú has visto lo mismo que yo,” dijo Jace, con la incredulidad creciendo en su voz, “y ¿estás
preocupado por mí?”
“Estoy preocupado por ti.”
“No hay tiempo para eso. Después que mi padre mate a tus amigos, convocará a un ejército
de demonios que no podrías imaginar. Después de eso, él será imparable.”
“Entonces la Clave…”
“La Inquisidor no hará nada,” dijo Jace. “Ella ha impedido el acceso de los Lighwood a la
Clave. Ella no pediría refuerzos, ni siquiera cuando le he contado qué planea Valentine. Está
obsesionada con el loco plan que tiene.”
“¿Qué plan?” dijo Clary.
La voz de Jace era amarga. “Quiere intercambiarme por los Instrumentos Mortales con mi
padre. Le dije que Valentine nunca aceptaría, pero no me creyó.” Se rió, con una destacada
acidez. “Isabelle y Alec van a contarle qué ha sucedido con Simon y Maia. Pero no soy muy
optimista. Ella no me cree sobre Valentine y no va a alterar su precioso plan sólo por salvar a
un par de Submundo.”
“No podemos quedarnos esperando a saber qué pasa con ellos, de todas maneras,” dijo
Clary. “Tenemos que conseguir un bote ahora. Si puedes llevarnos a…”
“Odio interrumpirte, pero necesitamos una embarcación para subir a otra embarcación,”
dijo Luke. “No estoy seguro de que Jace pueda también caminar sobre el agua.”
En ese momento el teléfono de Clary vibró. Era un mensaje de texto de Isabelle. Clary
frunció el ceño. “Es una dirección. Abajo en los muelles.”
Jace miró por encima de su hombro. “Ahí es donde tenemos que ir a encontrarnos con
Magnus.” Él le leyó la dirección a Luke, que ejecutó un irritable giro en U y se dirigió al sur.
“Magnus nos ayudará a cruzar por el agua,” explicó Jace. “El barco está rodeado por un
conjuro de protección. Antes subí a él porque mi padre quiso que lo hiciera. En este momento
no querrá. Necesitaremos a Magnus para que se ocupe de los conjuros.”
“No me gusta eso.” Luke tamborileaba con los dedos sobre la rueda del volante. “Creo que
yo debería ir y vosotros dos quedaros con Magnus.”
Los ojos de Jace relampaguearon. “No. Tengo que ser yo quien vaya.”
“¿Por qué?” preguntó Clary.
“Porque Valentine está usando un demonio del miedo.” Explicó Jace. “Eso fue lo que le
permitió matar a los Hermanos Silenciosos. Así masacró a ese brujo, al hombre lobo en el
exterior del callejón de los Cazadores de la Luna, y probablemente también al chico duende en
el parque. Y ese es el por qué de que los Hermanos tuvieran esas miradas en sus caras. Esas
miradas aterrorizadas. Ellos estaban literalmente muertos de miedo.”
“Pero la sangre…”
“Él extrajo la sangre más tarde. Y en el callejón fue interrumpido por uno de los licántropos.
Ese es el por qué de que no tuviera suficiente tiempo para obtener la sangre que necesitaba. Y
es el por qué de que todavía necesite a Maia.” Jace pasó la mano como un rastrillo por su pelo.
“Nadie puede resistir al demonio del miedo. Se mete en tu cabeza y destruye tu mente.”
“Agramon,” dijo Luke. Había estado en silencio, mirando fijamente a través del parabrisas.
Su rostro estaba gris y contrito.
“Sí, así es como Valentine lo llamó.”
“No es un demonio del miedo. Es el demonio del miedo. El Demonio del Miedo. ¿Cómo
consiguió Valentine que Agramon haga lo que le pide? Incluso un brujo tendría problemas en
dominar a uno de los Demonios Mayores, y fuera del pentagrama…” Luke tomó aire. “Así es
cómo murió el chico brujo, ¿no es verdad? ¿Convocando a Agramon?”
Jace asintió con la cabeza, y explicó rápidamente la trampa que Valentine le había
preparado a Elías. “La Copa Mortal,” finalizó, “le permite controlar a Agramon. Aparentemente
te da algún poder sobre los demonios. Aunque no como lo hace la Espada.”
“Ahora estoy incluso menos dispuesto a dejarte ir,” dijo Luke. “Es uno de los Demonios
Mayores, Jace. Se necesitaría a los Cazadores de Sombras de mayor valor de esta ciudad para
tratar con él.”
“Sé que es un Demonio Mayor. Pero su arma es el miedo. Si Clary puede poner la runa de
Sin Miedo sobre mí, podré abatirlo. O por lo menos intentarlo.”
“¡No!” protestó Clary. “No quiero que tu seguridad dependa de mi estúpida runa. ¿Qué
pasa si no funciona?”
“Ya ha funcionado antes,” dijo Jace mientras cruzaban el puente y se dirigían hacia
Brooklyn. Estaban circulando abajo por la estrecha Van Brunt Street, entre las enormes
fábricas de ladrillo cuyas ventanas tapadas con tablas y puertas cerradas con candados no
revelaban ninguna sugerencia de lo que dentro había.
“¿Qué pasa si lo hago mal esta vez?”
Jace giró la cabeza hacia ella, y por un momento sus ojos se encontraron. Los de él eran del
dorado de la luz lejana. “No lo harás,” dijo él.
“¿Estás seguro de que esta es la dirección?” preguntó Luke, parando la camioneta
lentamente. “Magnus no está aquí.”

Clary echó un vistazo alrededor. Se habían detenido enfrente de una extensa fábrica, que
parecía como si hubiera sido destruida por un terrible fuego. Las paredes de ladrillo hueco y
yeso aun permanecían en pie, pero barras de metal las atravesaban, dobladas y quebradas por
el fuego. En la distancia Clary pudo ver el distrito financiero de la parte baja de Manhattan y el
montículo trasero de Governors Island, más lejano fuera del mar. “Él vendrá,” dijo ella. “Si le
dijo a Alec que venía, lo hará.”

Salieron de la camioneta. Aunque la fábrica se hallaba en una calle llena de edificios
similares, estaba silenciosa, incluso para un domingo. No había nada más alrededor y ninguno
de los sonidos propios del comercio –camiones cargando, hombre gritando– que Clary
asociaba con los polígonos industriales. En vez de eso había silencio, una fresca brisa del río, y
los chillidos de aves marinas. Clary tiró de su capucha, cerró la cremallera de su chaqueta y se
estremeció.

Luke cerró de un portazo la camioneta y abrochó su chaqueta de franela. Silenciosamente,
le ofreció a Clary una par de gruesos guantes de lana. Ella se los enfundó y movió los dedos.
Eran tan grandes para ella que era como tener patas. Ella echó un vistazo alrededor. “Espera…
¿Dónde está Jace?”

Luke señaló. Jace estaba arrodillándose sobre el muelle, una oscura figura cuyo brillante
pelo era el único punto de color contra el cielo azul grisáceo y el río marrón.
“¿Crees que quiere intimidad?” preguntó ella.

“En esta situación, la intimidad es un lujo que ninguno de nosotros puede permitirse.
Vamos.” Luke cruzó a grandes zancadas el camino de entrada, y Clary lo siguió. La fábrica se
sostenía como podía sobre el muelle, pero había una ancha playa pedregosa cerca de ella. Olas
superficiales lamían las piedras cubiertas de algas. Unos troncos habían sido situados en un
tosco cuadrado alrededor de un hoyo negro donde había habido un fuego una vez. Había latas
oxidadas y botellas esparcidas por todas partes. Jace estaba de pie en la orilla del agua, sin su
chaqueta. Mientras Clary miraba, él lanzó algo pequeño y blanco al agua; aquello golpeó con
una salpicadura y desapareció.

“¿Qué estás haciendo?” preguntó ella.
Jace giró su rostro después, el viento azotaba su pelo rubio contra su cara. “Mandando un
mensaje.”
Sobre el hombro de él Clary creyó ver un aro titilante –como un trozo de alga vivo– emerger
desde la gris agua del río, un poco de blanco capturó su atención. Un momento después
desapareció y la dejó parpadeando.
“¿Un mensaje a quién?”
Jace frunció el ceño. “A nadie.” Se apartó del agua y recorrió la playa de guijarros hasta
donde había extendido su chaqueta. Había tres largas cuchillas colocadas sobre ella. Mientras
él giraba, Clary vio discos de afilado metal ensartados a través de su cinturón.
Jace acarició con sus dedos las cuchillas –eran planas y blancas grisáceas, esperando para
ser nombradas. “No tuve oportunidad de obtener el arsenal, así que estas son las armas que
tenemos. Pensé que podríamos prepararnos lo mejor que pudiéramos antes de que Magnus
llegara aquí.” Levantó la primera cuchilla. “Abrariel.” El cuchillo seráfico brilló y cambió de
color en cuanto lo nombró. Se lo tendió a Luke.
“Voy bien,” dijo Luke, y tiró de su chaqueta hacia atrás para mostrar la kindjal enfundada en
su correa.

Jace le pasó la Abrariel a Clary, que tomó el arma silenciosamente. Era cálida en su mano,
como si una vida secreta vibrase en su interior.
“Camael,” dijo Jace a la siguiente hoja, haciendo a esta estremecerse y brillar. “Telantes,”
dijo a la tercera.
“¿Alguna vez has usado el nombre de Raziel?” preguntó Clary mientras Jace deslizaba las
cuchillas en su cinturón y se enfundaba su chaqueta, llegándole hasta los pies.
“Nunca,” dijo Luke. “Eso no se ha hecho nunca.” Su mirada escudriñaba el camino detrás de
Clary, buscando a Magnus. Ella podía sentir su ansiedad, pero antes de que pudiera decir nada
más, su teléfono vibró.
Lo sacó, lo abrió y se lo pasó a Jace sin decir palabra. Él leyó el mensaje de texto, sus cejas
se enarcaron.
“Parece que la Inquisidor le dio a Valentine hasta la puesta de sol para decidir si me quiere a
mí o los Instrumentos Mortales,” dijo. “Ella y Maryse han estado discutiendo durante horas, así
que ella aun no sabe que me he ido.”
Él le pasó a Clary el teléfono de vuelta. Sus dedos se rozaron y Clary retiró su mano
bruscamente, a pesar del grueso guante de lana que le cubría la piel. Ella vio pasar una sombra
sobre los rasgos de él, pero él no le dijo nada. En su lugar, se giró hacia Luke y exigió, con una
sorprendente brusquedad, “¿Murió el hijo de la Inquisidor? ¿Es por eso por lo que está ella
así?”

Luke suspiró y metió las manos en los bolsillos de su abrigo. “¿Cómo te has figurado eso?”
“La manera en la que reaccionó cuando alguien dijo su nombre. Es la única vez que la he
visto mostrar algún sentimiento humano.”
Luke aspiró. Había empujado sus gafas hacia arriba y sus ojos se entrecerraron contra el
áspero viento del río. “La Inquisidor es de la manera que es por muchas razones. Stephen es
sólo una de ellas.”
“Es extraño,” dijo Jace. “No se parece a alguien a la que le hayan gustado los niños alguna
vez.”
“No los de otra gente,” dijo Luke. “Era diferente con el suyo propio. Stephen era su chico de
oro. De hecho, él lo era de todos… de todos los que le conocían. Era una de esas personas que
son buenas en todo, infaliblemente agradable sin ser aburrido, guapo sin que nadie le odiara.
Bueno, quizás nosotros lo odiábamos un poco.”
“¿Fue al colegio contigo?” dijo Clary. “¿Y mi madre… y Valentine? ¿Es así como lo
conociste?”
“Los Herondales estaban a cargo del funcionamiento del Instituto de Londres, y Stephen fue
al colegio allí. Yo lo vi más después de que todos nos graduamos, cuando se mudó de nuevo a
Alicante. Y hubo un tiempo en el que nos vimos muy a menudo de hecho.” Los ojos de Luke
habían ido muy lejos, del mismo azul gris del agua del rio. “Después de que se casara.”
“Así que ¿él estaba en el Círculo?” preguntó Clary.
“No entonces,” dijo Luke. “Él se unió al Círculo después que yo –bueno, después de lo que
me ocurrió a mí. Valentine necesitaba un nuevo segundo en el mando y quiso a Stephen.
Imogen, que era totalmente leal a la Clave, estaba histérica –le suplicó a Stephen que lo
reconsiderara– pero cortó con ella la relación. No volvería a hablar con ella, o con su padre. Era
absolutamente un esclavo de Valentine. Iba a todas partes detrás de él como una sombra.”
Luke hizo una pausa. “La cosa es, que Valentine no creía que la esposa de Stephen fuera la
adecuada para él. No para alguien que iba a ser el segundo en el mando del Círculo. Ella tenía…
indeseadas conexiones familiares.” El dolor en la voz de Luke sorprendió a Clary. ¿Se había
preocupado tanto por aquella gente? “Valentine forzó a Stephen a divorciarse de Amatis y
volverse a casar… Su segunda esposa era una chica muy joven, de sólo dieciocho años, llamada
Céline. Ella, que también estaba totalmente bajo la influencia de Valentine, hizo todo lo que él
le dijo, no importa cuán descabellado. Entonces Stephen fue asesinado en un asalto del Círculo
a una madriguera de vampiros. Céline se suicidó cuando lo supo. Ella estaba embarazada de
ocho meses en ese momento. Y el padre de Stephen murió, también, de sufrimiento. Así que
toda la familia de Imogen, toda desapareció. Ellos no pudieron enterrar nunca las cenizas de su
nuera y de su nieto en la Ciudad de Hueso, porque Céline se había suicidado. Ella fue enterrada
en un cruce de caminos a las afueras de Alicante. Imoge sobrevivió, pero ella se convirtió en
hielo. Cuando el Inquisidor fue asesinado en el Levantamiento, Imoge se ofreció para el cargo.
Volvió desde Londres a Idris… pero nunca, hasta yo he podido escuchar, ha hablado sobre
Stephen otra vez. Pero eso explica por qué ella odia tanto a Valentine como lo hace.”
“¿Porque mi padre envenena todo lo que toca? Dijo Jace amargamente.
“Porque tu padre, a pesar de todos sus pecados, aun tiene un hijo, y ella no. Y porque le
culpa de la muerte de Stephen.”
“Y ella tiene razón,” dijo Jace. “Fue su culpa.”
“No totalmente,” dijo Luke. “Él le ofreció a Stephen una elección, y Stephen eligió.
Cualesquiera que fuera su culpa, Valentine nunca chantajeó o amenazó para unirse al Círculo.
Él quería sólo servidores dispuestos. La responsabilidad de la elección de Stephen descansa
con él.”
“Libre albedrío,” dijo Clary.
“No hay nada de libre en esto,” dijo Jace. “Valentine…”
“¿Te ofreció una elección, no es verdad?” dijo Luke. “Cuando fuiste a verle. Él quería que te
quedaras, ¿no? ¿Que te quedaras y que te unieras a él?”
“Sí.” Jace miró lejos a través del agua hacia Governors Island. “Lo quería.” Clary pudo ver el
río reflejado en sus ojos; estos parecían duros, como si el agua gris hubiera ahogado todo su
dorado.
“Y tú dijiste no,” dijo Luke.
Jace miró con hostilidad. “Ojalá la gente parara de presuponer eso. Me hace sentir
predecible.”


Luke se volvió como para ocultar una sonrisa, e hizo una pausa. “Alguien viene.”
De hecho, venía alguien, alguien muy alto con el cabello negro agitado por el viento.
“Magnus,” dijo Clary. “Pero parece… diferente.”


Mientras se acercaba, ella vio que su pelo, normalmente de punta y brillante como la bola
de una discoteca, colgaba limpiamente pasando de sus orejas como una sábana de seda negra.
Los pantalones de piel arco iris habían sido reemplazados por un arreglado traje tradicional y
un abrigo de vestir negro con brillantes botones plateados. Sus ojos de gato brillaban ámbar y
verde. “Parecéis sorprendidos de verme,” dijo él.

Jace miró su reloj. “Nos preguntábamos si vendrías.”
“Dije que vendría, así que he venido. Sólo necesitaba tiempo para prepararme. Esto no es
un simple truco de sombrero de copa, Cazador de Sombras. Esto va a necesitar de algo de
magia seria.” Se volvió hacia Luke. “¿Cómo está el brazo?”
“Bien, gracias.” Luke era siempre educado.
“Esa es tu camioneta aparcada en la fábrica, ¿no?” Apuntó Magnus. “Es terriblemente
marimacho para un vendedor de libros.”
“Oh, no sé,” dijo Luke. “Todo lo que cargue con pesadas cajas de libros, escale por
montículos, alfabetizando incondicionalmente…”
Magnus reía. “¿Puedes abrir la camioneta para mí? Me refiero a que podría hacerlo yo
mismo” –él movía sus dedos – “pero parecería descortés.”
“Claro.” Luke se encogió de hombros y se dirigieron de nuevo hacia la fábrica. Sin embargo,
cuando Clary hacía como si les siguiera, Jace sujetó su brazo. “Espera. Quiero hablar contigo un
segundo.”

Clary miró como Magnus y Luke se dirigían a la camioneta. Ellos hacían una extraña pareja,
el alto brujo en su largo abrigo negro y el hombre más bajito y fornido en vaqueros y franela,
pero ambos eran Submundos, ambos atrapados en el mismo espacio entre el mundo humano
y el sobrenatural.

“Clary,” dijo Jace. “La Tierra llamando a Clary. ¿Dónde estás?”
Ella miró atrás hacia él. El sol estaba poniéndose sobre el agua ahora, detrás de él, dejando
su cara en sombra y volviendo su pelo un halo de oro. “Lo siento.”
“Está bien.” Él tocó su cara, con delicadeza, con el reverso de su mano. “Desapareces tan
completamente dentro de tu cabeza a veces,” dijo él. “Ojalá pudiera seguirte.”
Lo haces, quería ella decir. Tú vives en mi cabeza todo el tiempo. En cambio, dijo, “¿Qué
querías decirme?”
Él dejó caer su mano. “Quiero que pongas la runa Sin Miedo sobre mí. Antes de que Luke
vuelva.”
“¿Por qué antes de que él vuelva?”
“Porque él va a decir que es una mala idea. Pero es la única oportunidad de derrotar a
Agramon. Luke no se ha… encontrado con él, no sabe cómo es. Pero yo sí.”
Ella escrutó su rostro. “¿Cómo era?”
Sus ojos eran ilegibles. “Ves lo que más temes del mundo.”
“Yo nunca he sabido bien qué es.”
“Confía en mí. No quieras saberlo.” Él miró hacia abajo. “¿Tienes tu estela?”
“Sí, la tengo.” Se quitó del guante de la mano derecha y rebuscó la estela. Su mano estaba
temblando un poco cuando la sacó. “¿Dónde quieres la Marca?”
“Lo más cerca posible del corazón es lo más efectivo.” Él le dio la espalda a su mano y se
quitó la chaqueta, dejándola caer en el suelo. Se quitó la camiseta, descubriendo su espalda.
“Sobre el omóplato estaría bien.”
Clary colocó una mano sobre su hombro para apoyarse. Su piel allí era de un dorado más
pálido que el de la piel de sus manos o rostro, y suave donde no había cicatrices. Deslizó la
punta de la estela a lo largo del filo de su hombro y sintió su estremecimiento, sus músculos
tensos. “No aprietes tan fuerte…”
“Lo siento.” Ella se lo tomó con más calma, dejando fluir la runa desde su mente hacia su
brazo y a través de la estela. La línea negra que dejaba detrás parecía como carbonizada, una
línea de ceniza. “Ya está. He terminado.”
Él se giró, poniéndose la camiseta. “Gracias.” El sol estaba ardiendo bajo más allá del
horizonte ahora, inundando el cielo de sangre y rosas, volviendo la orilla del río al oro líquido,
suavizando la fealdad de los residuos urbanos de alrededor. “Y tú ¿qué?”
“Yo ¿qué de qué?”
Él dio un paso más cerca. “Súbete las mangas. Te marcaré.”
“Oh, vale.” Ella hizo como él pidió, subió sus mangas, tendiéndole los brazos desnudos.
El aguijón de la estela sobre su piel era como el ligero toque de la punta de una aguja,
raspando sin pinchar. Miraba las líneas negras aparecer con una especie de fascinación. La
Marca que apareció en su sueño todavía era visible, atenuándose sólo un poco alrededor de
los bordes.
“Y el Señor dijo para sí, ´Por consiguiente a quien quiera que haya matado Caín, venganza
debe caer sobre él siete veces más. Y el Señor puso una Marca sobre Caín, para que no
hallándole pudiere matarle´.”
Clary se dio la vuelta, bajando sus mangas. Magnus estaba de pie observándolos, su abrigo
negro parecía flotar alrededor de él con el viento del río. Una pequeña sonrisa se dibujó en su
boca.
“¿Puedes citar la Biblia?” preguntó Jace, doblándose para recuperar su chaqueta.
“Nací en un siglo profundamente religioso, mi niño,” dijo Magnus. “Siempre pensé de Caín
que podía haber sido el primero en ser grabado con la Marca. Ciertamente le protegió.”
“Pero él no era apenas uno de los ángeles,” dijo Clary. “¿No mató a su hermano?”
“¿No están ellos planeando matar a nuestro padre?” dijo Jace.
“Eso es diferente,” dijo Clary, pero no tuvo oportunidad de elaborar el cómo aquello era
diferente, porque en ese momento, la camioneta de Luke se metió en la playa, esparciendo
grava desde sus neumáticos. Luke se asomó por la ventanilla.
“Okey,” dijo a Magnus. “Allá vamos. Entrad.”
“¿Vamos a conducir hasta el bote?” dijo Clary, desconcertada. “Yo creía…”
“¿Qué bote?” Magnus se rió socarronamente, mientras se balanceaba para subir al interior
de la cabina al lado de Luke. Levantó su dedo pulgar detrás de él. “Vosotros dos, subid atrás.”
Jace se subió a la parte de atrás de la camioneta y se apoyó para ayudar a Clary a subir
después de él. Mientras se aseguraba contra la rueda de repuesto, vio que un pentagrama
negro dentro de un círculo había sido pintado sobre el suelo de metal de la plataforma trasera
de la camioneta. Los brazos del pentagrama estaban decorados con símbolos de salvaje
floritura. No eran muchas las runas con las que ella estaba familiarizada –había algo al mirarlas
que era parecido a intentar entender a una persona hablando un lenguaje que era cercano,
pero no lo suficiente, al inglés (al idioma que hablan).
Luke sacó la cabeza por la ventanilla y miró para atrás hacia ellos. “Sabes que no me gusta
esto,” dijo él, el viento amortiguando su voz. “Clary, vas a quedarte en la camioneta con
Magnus. Jace y yo subiremos al barco. ¿Lo has entendido?”
Clary asintió con la cabeza y se acurrucó en una esquina de la plataforma trasera. Jace se
sentó junto a ella, abrazándose los pies. “Esto va a ser interesante.”
“¿Qué…” comenzó Clary, pero la furgoneta arrancó de nuevo, los neumáticos rugiendo
contra la grava, silenciando sus palabras. Dio bandazos hacia las aguas poco profundas de la
orilla del río. Clary era lanzada contra la ventana trasera de la cabina cuando la camioneta se
internaba en el río… ¿Estaba Luke planeando ahogarlos a todos? Se giró y vio que la cabina
estaba llena de vertiginosas columnas azules de luz, serpenteando y retorciéndose. La
camioneta parecía golpear con algo voluminoso, como si estuvieran conduciendo sobre un
tronco. Entonces se empezaron a mover suavemente hacia delante, casi volando.
Clary se arrastró sobre sus rodillas y miró por el lado de la camioneta, ya bastante segura de
lo que vería.

Ellos estaban desplazándose –no, conduciendo– sobre el agua oscura, la parte de debajo de
los neumáticos de la camioneta sólo rozaban la superficie del río, esparciendo minúsculas
ondas al exterior al pasar, con la ducha ocasional de chispas azules que creaba Magnus. Todo
estaba de repente muy silencioso excepto por el apenas audible rugido del motor y la llamada
de las aves marinas sobre sus cabezas. Clary miró fijamente a través de la plataforma a Jace,
que sonreía abiertamente. “Ahora esto sí que va a impresionar realmente a Valentine.”

“No sé,” dijo Clary. “Otros equipos de primera vuelven como bumeranes y esas paredes
cubiertas de poder… Vamos en una camioneta acuática.”
“Si no te gusta, Nephilim,” la voz de Magnus venía débilmente desde la cabina de la
furgoneta, “estás invitada a ver si puedes caminar sobre el agua.”
“Creo que deberíamos entrar,” dijo Isabelle, su oreja pegada a la puerta de la biblioteca. Le
hizo señas a Alec para que se acercase. “¿Puedes oír algo?”
Alec se situó detrás de su hermana, con cuidado de no dejar caer el teléfono que sostenía.
Magnus dijo que llamaría si tenía noticias o si algo ocurría. Por el momento, no lo había hecho.
“No.”
“Exactamente. Han parado de gritarse.” Los ojos negros de Isabelle relucieron. “Ahora van a
esperar a Valentine.”
Alec se alejó de la puerta a grandes zancadas hasta la zona de la sala más cercana a la
ventana. El cielo allí afuera estaba del color del carbón medio hundido en cenizas rubíes. “Es la
puesta de sol.”
Isabelle alcanzó el picaporte de la puerta. “Vamos.”
“Isabelle, espera…”
“No quiero que ella sea capaz de mentirnos sobre lo que Valentine dice,” dijo Isabelle. “O
sobre lo que ocurre. Además, yo quiero verlo. El padre de Jace. ¿Tú no?”
Alec regresó a la puerta de la biblioteca. “Sí, pero esto no es una buena idea porque…”
Isabelle bajó el picaporte de la puerta de la biblioteca. Esta se abrió ampliamente. Con una
mirada medio sorprendida sobre sus hombros se deslizó en el interior; maldiciendo por lo
bajo, Alec la siguió.
Su madre y la Inquisidor estaban de pie en frente del enorme escritorio, como boxeadores
enfrentados el uno al otro en el ring. Las mejillas de Maryse eran de un rojo brillante, el pelo
desordenado alrededor de su cara. Isabelle dirigió una mirada a Alec, como diciendo, Quizás
no deberíais haber entrado aquí. Mamá está como loca.
Por otra parte, si Maryse parecía enfadada, la Inquisidor parecía completamente
enloquecida. Esta se volvió hacia la puerta abierta de la biblioteca, su boca se frunció en una
fea forma. “¿Qué estáis haciendo aquí?” gritó.
“Imogen,” dijo Maryse.
“¡Maryse!” La voz de la Inquisidor se elevó. “Ya he tenido suficiente contigo y con tus chicos
delincuentes…”
“Imogen,” dijo Maryse otra vez. Había algo en su voz, una urgencia, que hizo a la Inquisidor
girarse y mirar.
El aire que rodeaba el globo terráqueo de latón brillaba como agua. Una forma comenzó a
integrarse desde él, como una pintura negra siendo extendida sobre el lienzo, evolucionando
hasta la figura de un hombre de anchos hombros. La imagen estaba ondeando, tanto que Alec
no podía ver más que el hombre era alto, con un impactante pelo muy corto de color blanco
sal.
“Valentine.” La Inquisidor parecía desprevenida, pensó Alec, aunque seguramente ella debía
haber estado esperándole.

El aire de alrededor del globo estaba brillando más violentamente ahora. Isabelle dio un
grito ahogado cuando un hombre dio un paso fuera del aire ondeante, como si saliera de capas
de agua. El padre de Jace era un hombre imponente, de unos seis pies de altura (1,83 m.), con
un ancho pecho y brazos fuertes con fibrosos músculos. Su rostro era casi triangular,
terminado en una dura barbilla puntiaguda. Se le podría considerar guapo, pensó Alec, pero
era evidentemente diferente a Jace, carecía de algo del halo dorado pálido de su hijo. La
empuñadura de una espada era visible justo por encima de su hombro izquierdo… La Espada
Mortal. No es que necesitase estar armado, puesto que no estaba corporalmente presente, así
que debía llevarla para molestar a la Inquisidor. No es que necesitara estar más irritada de lo
que ya estaba.

“Imogen,” dijo Valentine, sus ojos oscuros miraron fijamente a la Inquisidor con un halo de
satisfecha diversión. Eso es muy propio de Jace, pensó Alec. “Y Maryse, mi Maryse… Ha pasado
mucho tiempo.”
Maryse, tragó duramente y dijo con algo de dificultad, “No soy tu Maryse, Valentine.”
“Y esos deben ser tus chicos,” Valentine hacía como si ella no hubiera hablado. Sus ojos se
detuvieron en Isabelle y Alec. Un débil escalofrío recorrió a Alec, como si algo hubiera pinzado
en sus nervios. Las palabras del padre de Jace eran perfectamente normales, incluso educadas,
pero había algo en su mirada rotunda y depredadora que hacía a Alec querer dar un paso en
frente de su hermana y bloquear así su visión de Valentine. “Son exactamente igual que tú.”
“Deja a mis hijos fuera de esto, Valentine,” dijo Maryse, claramente preocupada por
mantener su voz segura.
“Bueno, eso parece poco justo,” dijo Valentine, “considerando que tú no has dejado a mi
hijo fuera de esto.” Se giró hacia la Inquisidora. “Recibí su mensaje. Seguramente ¿eso no es lo
mejor que puede hacer?”
Ella no se había movido; ahora parpadeó lentamente, como un lagarto. “Espero que los
términos de mi oferta estén perfectamente claros.”
“Mi hijo a cambio de los Instrumentos Mortales. Eso era, ¿correcto? Si no le matará.”
“¿Matarlo?” hizo de eco Isabelle. “¡MAMÁ!”
“Isabelle,” dijo Maryse estrangulada. “Cállate.”
La Inquisidor lanzó a Isabelle y Alec una mirada envenenada entre sus párpados rajados.
“Conoces los términos correctos, Morgenstern.”
“Entonces mi respuesta es no.”
“¿No?” La Inquisidor parecía como si hubiera esperado dar un paso sobre tierra firme y, en
cambio, el suelo se hubiera colapsado bajo sus pies. “No puedes tirarte faroles conmigo,
Valentine. Haré exactamente como amenacé.”
“Oh, no tengo duda alguna de ti, Imogen. Tú has sido siempre una mujer decidida y de
enfoque implacable. Reconozco esas cualidades en ti porque las poseo en mí mismo.”
“No soy en nada como tú. Cumplo la Ley…”
“¿Incluso cuando te ordena matar a un chico todavía en su adolescencia sólo para castigar a
su padre? Esto no es cosa de la Ley, Imogen, esto es que me odias y me culpas por la muerte
de tu hijo, y esta es tu manera de recompensarme. No va a haber diferencia. No te entregaré
los Instrumentos Mortales, ni siquiera por Jonathan.”
La Inquisidor simplemente lo miró con fijeza. “Pero es tu hijo,” dijo. “Tu chico.”
“Los chicos hacen sus propias elecciones,” dijo Valentine. “Eso es algo que tú nunca
entendiste. Le ofrecí a Jonathan seguridad si permanecía conmigo; él la rechazó y volvió a ti, y
te vengarás con él como le dije que harías. No eres otra cosa más, Imogen,” finalizó él, “que
predecible.”

La Inquisidor no parecía notar el insulto. “La Clave insistirá en su muerte, pero si no me das
los Instrumentos Mortales,” dijo ella, como alguien atrapado en un mal sueño. “No seré capaz
de pararles.”
“Soy consciente de ello,” dijo Valentine. “Pero no hay nada que yo pueda hacer. Le ofrecí a
él una oportunidad. No la tomó.”
“¡Cabrón!” gritó Isabelle de repente, e hizo además de correr hacia adelante; Alec la agarró
del brazo y la trajo a rastras hacia atrás, reteniéndola allí. “Es un gilipollas,” bufó ella, luego
elevó su voz gritando a Valentine: “Eres un…”
“¡Isabelle!” Alec cubrió la boca de su hermana con la mano mientras Valentine les dedicaba
una simple mirada sorprendida.
“Tú… le ofreciste…” La Inquisidor estaba comenzando a rememorar como un robot cuyos
cortocircuitos estuvieran fundidos. “¿Y él te rechazó?” Ella sacudió la cabeza. “Pero él es tu
espía… tu arma…”
“¿Es eso lo que pensaste?” dijo él, con aparentemente sincera sorpresa. “Apenas estoy
interesado en espiar los secretos de la Clave. Sólo estoy interesado en su destrucción, y para
lograr ese fin tengo herramientas más poderosas en mi arsenal que un chico.”
“Pero…”
“Cree lo que gustes,” dijo Valentine con un encoger de hombros. “No eres nada, Imogen
Herondale. El mascarón de proa de un régimen cuyo poder será pronto hecho trizas, su
gobierno finalizó. No hay nada que puedas ofrecerme que posiblemente pudiera querer.”
“¡Valentine!” La Inquisidor se lanzó hacia delante, como si pudiera pararle, aprisionarle,
pero sus manos sólo pasaban por él como a través del agua. Con un gesto de suprema
indignación, dio un paso hacia atrás y desapareció.
El cielo era lamido por las últimas lenguas de un fuego debilitado, el agua se había vuelto de
hierro. Clary tiró de su chaqueta acercándola más alrededor de su cuerpo y se estremeció.
“¿Tienes frío?” Jace había estado de pie en la plataforma trasera de la camioneta, mirando
abajo la estela que dejaba el coche detrás de él: dos blancas líneas de espuma cortando el
agua. Ahora vino y se deslizó abajo junto a ella, su espalda contra la ventana trasera de la
cabina. La ventana estaba casi totalmente empañada con humo azulado.
“¿Tú no?”
“No.” Él sacudió la cabeza y se quitó la chaqueta, extendiéndola sobre ella. Ella se la puso,
deleitándose en la suavidad de la piel. Era demasiado grande en esa manera tan reconfortante.
“Vas a quedarte en la camioneta como te dijo Luke, ¿verdad?”
“¿Tengo elección?”
“No en sentido literal, no.”
Ella se quitó el guante y alargó la mano hacia él. Él se la tomó, agarrándola fuertemente. Ella
bajó la mirada hacia sus dedos entrelazados, los suyos tan pequeños y cuadrados en sus
puntas, los de él largos y delgados. “Encontrarás a Simon por mí,” dijo ella. “Sé que lo harás.”
“Clary.” Ella podía ver el agua alrededor de ellos reflejada en los ojos de él. “Él puede estar…
Quiero decir, puede ser…”
“No.” Su tono no dejó espacio a dudas. “Él estará bien. Tiene que estarlo.”
Jace exhaló. Sus irises ondearon con la oscura agua azul –como lágrimas, pensó Clary, pero
no eran lágrimas, sólo reflejos. “Hay algo que quiero pedirte,” dijo él. “Me daba miedo
pedírtelo antes. Pero ahora ya no tengo miedo a nada.” Su mano se movió para acariciar su
mejilla, su cálida palma contra su fría piel, y ella descubrió que su propio miedo se había ido,
como si él pudiera pasarle el poder de la runa del No Miedo a través de su tacto. Su barbilla se
elevó, sus labios abriéndose a lo esperado –la boca de él rozó la suya ligeramente, tan
suavemente que era como el roce de una pluma, el recuerdo de un beso… Y entonces él se
echó atrás, sus ojos ensanchándose; ella vio la negra pared en ellos, alzada para emborronar al
incrédulo dorado: la sombra del buque.


Jace la soltó con una exclamación y se levantó. Clary se alzó torpemente, la pesada
chaqueta de Jace le restaba equilibrio. Las chispas azules estaban volando desde la ventana de
la cabina, y con su luz ella pudo ver que el lado del buque era de negro metal ondulado, que
había una delgada escalera reptando hacia abajo por un lado y que una reja de hierro recorría
la parte de arriba. Algo que parecía con forma de pájaros grandes y desgarbados estaba
posado sobre la reja. Olas de frío parecían deslizarse desde la embarcación como el aire helado
manado de un iceberg. Cuando Jace la llamó, su respiración salía en blancas ráfagas, sus
palabras se perdían en el repentino estruendo de motor del gran barco.

Ella le miró con el ceño fruncido. “¿Qué? ¿Qué decías?”
Él la aferró, deslizando una mano bajo su chaqueta, la punta de sus dedos rozando su piel
desnuda. Ella gimió por la sorpresa. Él sacó el cuchillo seráfico que le había dado antes de su
cinturón y lo apretó dentro de su mano. “Decía –y la soltó– “saca la Abrariel, porque ellos ya
vienen.”
“¿Quiénes vienen?”
“Los demonios.” Apuntó hacia arriba. Al principio Clary no vio nada. Luego, se percató de los
pájaros enormes y desgarbados que había visto antes. Ellos fueron dejando la reja uno a uno,
cayendo como piedras desde el lado del barco, después nivelándose arriba y dirigiéndose
derechos hacia la camioneta que flotaba sobre la superficie de las olas. Mientras se acercaban,
ella vio que no eran pájaros en absoluto, sino feas criaturas voladoras como Pterodáctylos, con
anchas y correosas alas y huesudas cabezas triangulares. Sus bocas estaban llenas de serrados
dientes de tiburón, hileras tras hileras, y sus garras brillaban como cuchillas rotundas.


Jace se encaramó sobre el techo de la cabina, con la Telantes centelleando en la mano.
Cuando la primera de las criaturas voladoras les alcanzó, él blandió el cuchillo. Golpeó al
demonio, cortando en dos la parte de arriba de su cráneo del mismo modo que podría hacer
con la cáscara de un huevo. Con un gran alarido al viento, la criatura cayó de lado, con
espasmo de las alas. Cuando chocó contra el océano, el agua entró en ebullición.


El segundo demonio golpeó la cubierta de la camioneta, sus garras arañaron largos surcos
sobre el metal. Se lanzó contra el parabrisas, dejándolo roto con forma de tela de araña. Clary
gritó a Luke, pero otro de los demonios se lanzó en picado sobre ella, pasando bajo a toda
velocidad desde el cielo metálico como una flecha. Ella subió la manga de la chaqueta de Jace,
sacando su brazo para mostrar la runa defensiva. El demonio cayó fulminado como el otro lo
había hecho, con las alas agitándose hacia atrás, pero ya se había acercado demasiado, dentro
del alcance de ella. Vio que no tenía ojos, sólo hendiduras a cada lado del cráneo, mientras
clavaba la Abrariel en su pecho. Estalló en pedazos, dejando una voluta de humo negro detrás.
“Bien hecho,” dijo Jace. Había saltado desde la cabina de la furgoneta para despachar otra
de las chillonas criaturas voladoras. Sostenía una daga ahora, su pulida empuñadura con
sangre negra.
“¿Qué son estas criaturas?” jadeó Clary, oscilando la Abrariel en un ancho arco que
acuchilló de lado a lado el pecho de un demonio volador. Éste graznó y le golpeó con un ala.
Con esta cercanía, pudo ver que las alas terminaban en una cresta de hueso afilado y cortante.
Ésta alcanzó la manga de la chaqueta de Jace y la rasgó.


“Mi chaqueta”, dijo Jace furioso, y apuñaló a la cosa cuando ésta se ponía en pie,
atravesando su espalda. Aquello chilló y desapareció. “Me encanta esa chaqueta.”
Clary le miró fijamente, luego se giró cuando un chirrido de metal asedió sus oídos. Dos de
los demonios voladores tenías sus garras sobre el techo de la cabina de la furgoneta, rasgando
el armazón. El aire estaba lleno del chirrido del metal rasgado. Luke estaba sobre la cubierta de
la furgoneta, acuchillando a las criaturas con su kindjal. Una de ellas cayó por un lado de la
camioneta, desapareciendo antes de tocar el agua. La otra se lanzó desde el aire, el techo de la
cabina estaba fuertemente agarrado con sus garras, desgarrando triunfalmente, y voló de
nuevo hacia el buque.

Por el momento el cielo quedó despejado. Clary escaló y miró dentro de la cabina. Magnus
estaba agazapado en su asiento, su cara gris. Estaba demasiado oscuro para que ella pudiera
ver si él estaba herido. “¡Magnus!” gritó. “¿Estás herido?”
“No.” Se enderezó para sentarse recto, después cayó hacia atrás contra el asiento. “Yo sólo
estoy… apurado. El encantamiento de protección sobre el buque era fuerte. Deshaciéndonos
de ellos, manteniéndolos alejados, es… difícil.” Su voz se apagó. “Pero si no lo consigo, todo
aquél que ponga un pie en el barco, excepto que sea Valentine, morirá.”
“Quizás deberías venir con nosotros,” dijo Luke.
“No puedo trabajar en el encantamiento si estoy sobre el barco. Tengo que hacerlo desde
aquí. Esa es la manera en la que funciona.” La sonrisa de Magnus parecía llena de dolor.
“Además, no se me da bien luchar. Mis talentos residen en otro lugar.”
Clary, todavía suspendida sobre el interior de la cabina, comenzó, “Pero y si necesitamos…”
“¡Clary!” gritó Luke, pero era demasiado tarde. Ninguno de ellos había visto la criatura
voladora aferrada inmóvil a uno de los lados de la camioneta. Se lanzó hacia arriba ahora,
emprendiendo el vuelo desde el costado, las garras hundiéndose profundas en la espalda de la
chaqueta de Clary, una imagen borrosa e imprecisa de alas y puntiagudos y hediondos dientes.
Con un chillido de triunfo, tomó vuelo en el aire, Clary pendiendo de sus garras sin poder hacer
nada.

“¡Clary!” gritó otra vez Luke, y corrió hasta el borde de la cubierta de la camioneta y paró
allí, mirando hacia arriba desesperado a la forma cada vez más pequeña emprendiendo el
vuelo con su laxa carga colgante.
“No la matará,” dijo Jace, uniéndose a Luke sobre la cubierta. “Está capturándola para
Valentine.”
Había algo en su voz que envió un escalofrío a través de la sangre de Luke. Éste se giró para
mirar al muchacho que estaba a su lado. “Pero…”
No terminó. Jace ya se había tirado de la camioneta, en un simple y fluido movimiento. Se
zambulló en la enmohecida agua del río y arremetió hacia el barco, su fuerte patalear batía el
agua haciendo espuma.
Luke se volvió hacia Magnus, cuya pálida cara era sólo visible a través del agrietado
parabrisas, una blanca mancha contra la oscuridad. Luke alzó una mano, aunque vio que
Magnus asintió con la cabeza en respuesta.
Enfundando su kindjal a un lado, se lanzó al río tras Jace.


Alec se dio cuenta de cómo agarraba Isabelle, medio esperando que empezara a gritar en
cuanto le quitara la mano de la boca. Pero ella no lo hizo. Ella se quedó de pie detrás de él y
observaba cómo la Inquisidora permanecía en pie, ligeramente balanceándose, con su cara de
un blanco gris calcáreo.

“Imogen,” dijo Maryse. No había emoción en su voz, ni siquiera enfado.
La Inquisidor no parecía haberla oído. Su expresión no cambió cuando se hundió deshecha
en el viejo sillón de Hodge. “Dios mío,” dijo ella, bajando la mirada al escritorio. “¿Qué he
hecho?”
Maryse miró a Isabelle. “Busca a tu padre.”
Isabelle, pareciendo más asustada de lo que Alec jamás la había visto, asintió con la cabeza
y se deslizó fuera de la habitación.
Maryse cruzó la sala hasta la Inquisidor y bajó la mirada hacia ella. “¿Qué has hecho,
Imogen?” dijo ella. “Has puesto la victoria al alcance de Valentine. Eso es lo que has hecho.”
“No,” respiró la Inquisidor.
“Tú sabías exactamente qué estaba planeando Valentine cuando encerraste a Jace. Te
negaste a permitir que la Clave se llegara a involucrar porque eso habría interferido en tu plan.
Querías hacer sufrir a Valentine como él te había hecho sufrir a ti; para mostrarle que tenías el
poder para matar a su hijo de la manera que él mató al tuyo. Querías humillarle.”
“Sí……”
“Pero Valentine no será humillado,” dijo Maryse. “Podía haberte dicho eso. Nunca lo tuviste
bajo tu control. Él sólo fingió considerar tu oferta para estar absolutamente seguro de que no
tendríamos tiempo para llamar a refuerzos de Idris. Y ahora es demasiado tarde.”
La Inquisidor levantó la mirada con furia. Su pelo se había aflojado desde su moño y colgaba
en lacias tiras alrededor de su rostro. Parecía más humana de lo que nunca Alec la había visto,
pero no encontró ningún placer en ello. Las palabras de su madre le helaron: demasiado tarde.
“No, Maryse,” dijo ella, “Todavía podemos…”
“¿Todavía qué?” la voz de Maryse se cascó. “¿Llamar a la Clave? No tenemos los días, las
horas, que les llevaría llegar aquí. Si vamos a enfrentarnos a Valentine, y Dios sabe que no
tenemos elección.”
“Vamos a tener que hacerlo ahora,” interrumpió una voz profunda. Detrás de Alec,
sombríamente ceñudo, estaba Robert Lightwood.


Alec miró fijamente a su padre. Había pasado años desde la última vez que lo había visto en
el equipo de cazadores; su tiempo había sido cubierto con tareas administrativas, con el
funcionamiento del Cónclave y tratar con los asuntos de los Submundo. Algo al ver a su padre
vestido con las su pesada y oscura ropa blindada, su ancha espada sujeta tras la espalda, le
hacía a Alec sentirse niño otra vez, cuando su padre había sido el hombre más grande, fuerte y
aterrador que pudiera haber imaginado. Y él era aun aterrador. No había visto a su padre
desde aquel momento vergonzante en casa de Luke. Intentó captar su mirada ahora, pero
Robert estaba mirando a Maryse. “El Cónclave ya está preparado,” dijo Robert. “Las
embarcaciones están en el muelle.”


Las manos de la Inquisidor revolotearon alrededor de su rostro. “Eso no es bueno,” dijo ella.
“No hay suficientes de nosotros… No podemos posiblemente…”
Robert la ignoró. En su lugar, miró a Maryse. “Deberíamos irnos pronto,” dijo él, y en su
tono había el respeto que faltaba cuando se había dirigido a la Inquisidor.
“Pero la Clave,” comenzó la Inquisidor. “Ellos debe ser informados.”
Maryse empujó el teléfono sobre el escritorio hacia la Inquisidor, duramente. “Cuéntaselo.
Cuéntales qué has hecho. Es tu trabajo, después de todo.”
La Inquisidor no dijo nada, sólo contempló el teléfono, una mano sobre su boca.
Antes de que Alec pudiera sentir compasión por ella, la puerta se abrió otra vez e Isabelle
entró, en su equipación de Cazadora de Sombras, con su largo látigo de plata y oro en una
mano y una naginata de filo de madera en la otra. Frunció el ceño a su hermano. “Ve a
prepararte,” dijo ella. “Estaremos navegando tras el barco de Valentine inmediatamente.”
Alec no pudo evitarlo; la comisura de su boca se movió hacia arriba. Isabelle era siempre tan
decidida. “¿Eso es para mí?” preguntó él, indicando la naginata.
Isabelle la apartó bruscamente de él. “¡Búscate la tuya!”
Algunas cosas nunca cambian. Alec se dirigió hacia la puerta, pero fue detenido por una
mano sobre su hombro. Él elevó la vista con sorpresa.
Era su padre. Miraba a Alec, y aunque no estaba sonriendo, había un halo de orgullo en su
cara arrugada y cansada. “Si necesitas de una espada, Alexander, mi guisarme está en el pasillo
de entrada. Si es que te gustaría utilizarla.”
Alec tragó y asintió con la cabeza, pero antes de que él pudiera dar las gracias a su padre,
Isabelle dijo tras él:
“Aquí tienes, Mamá,” dijo ella. Alec se giró y vio a su hermana en el proceso de entregar la
naginata a su madre, que la hizo girar con su experto manejo.
“Gracias, Isabelle,” dijo Maryse, y con un movimiento tan veloz como cualquiera de los de
su hija, bajó la espada de forma que apuntaba directamente al corazón de la Inquisidor.
Imogen Herondale elevó su vista hasta Maryse con los ojos hechos trizas y vacíos de una
estatua en ruinas. “¿Vas a matarme, Maryse?”
Maryse siseó entre sus dientes. “Ni siquiera te acercas (a acertarlo),” dijo ella. “Necesitamos
todos los Cazadores de Sombras de la ciudad, y en este momento, eso te incluye a ti.
Levántate, Imogen, y prepárate tú misma para la batalla. Desde ahora, las órdenes aquí los voy
a dar yo.” Sonrió con gravedad. “Y lo primero que voy a hacer es liberara a mi hijo de esa
abominable Configuración Malachi.”

Ella aparecía magnífica mientras hablaba, pensó Alec con orgullo, una verdadera guerrera
Cazadora de Sombras, cada línea de su ardiente furia justificada.
Él odió estropear el momento, pero iban a descubrir que Jace se había ido por su cuenta ya
hacía mucho. Mejor que alguien le amortiguara el golpe.
Aclaró su garganta. “En realidad,” dijo él, “hay algo que probablemente deberías saber…”
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18.- Visible Oscuridad
20:32 / Publicado por Pandemonium /
Clary siempre había odiado las montañas rusas, odiaba esa sensación de caérsele el
estómago a los pies cuando el vagón se lanzaba hacia abajo. Ser arrebatada de la camioneta y
arrastrada a través del aire como un ratón en las garras de un águila era diez veces peor. Gritó
con todas sus fuerzas mientras sus pies abandonaban la plataforma de la camioneta y su
cuerpo se lanzó hacia arriba, increíblemente rápido. Gritó y se retorció, hasta que miró hacia
abajo y vio lo alto que estaba ya sobre el agua y se dio cuenta de qué ocurriría si el demonio
volador la dejaba en libertad.

Ella se quedó quieta. La camioneta parecía de juguete allá abajo, a la deriva sobre las olas.
La ciudad se balanceaba alrededor de ella, paredes borrosas de luz centelleantes. Habría sido
bonito si ella no estuviera tan aterrorizada. El demonio se ladeó y lanzó en picado, y de
repente en vez de elevarse ella estaba cayendo. Pensó que la cosa la dejaría caer cientos de
pies a través del aire hasta estrellarse contra la oscura agua helada, y cerró los ojos –pero caer
a través de la ciega oscuridad era peor. Ella los abrió otra vez y vio la negra cubierta del buque
aumentando de tamaño bajo ella como una mano dispuesta a aplastarlos a ambos fuera del
cielo. Gritó una segunda vez mientras caían hacia la cubierta –y a través de un cuadrado
oscuro recortó la distancia hasta la superficie. Ahora estaban dentro del barco.


La criatura voladora disminuyó su ritmo. Estaban cayendo hacia el centro de la
embarcación, rodeado por la barandilla metálica de la cubierta. Clary pudo ver brevemente la
oscura maquinaria; nada de ello parecía estar en condiciones de funcionamiento, y había
equipos y herramientas abandonadas en varios lugares. Si alguna vez había habido luz eléctrica
allí, ya no funcionaba, aunque un resplandor apenas perceptible lo impregnaba todo. Con lo
que sea que se propulsaba el barco antes, Valentine estaba haciéndolo ahora con algo más.
Algo que había succionado la calidez de la atmósfera. El aire helado le azotó la cara mientras
el demonio llegaba al fondo del barco y se sumergía en un largo y pobre pasillo. Aquello estaba
siendo especialmente cuidadoso con ella. Su rodilla se golpeó contra una tubería cuando la
criatura dobló una esquina, mandando una oleada de dolor hacia arriba de la pierna. Gritó y
oyó su risa siseante sobre ella. Entonces la soltó y cayó. Girando en el aire, Clary intentó
preparar las manos y rodillas antes de que golpeara la superficie. Chocó contra el suelo con un
extraño impacto y rodó de lado, aturdida.

Estaba tendida sobre una dura superficie de metal, en semioscuridad. Esto había sido
probablemente un espacio de almacenamiento en algún tiempo, porque las paredes eran lisas
y sin puertas. Había una abertura cuadrada en la parte de arriba sobre ella que filtraba la única
luz. Sentía su cuerpo entero como un cardenal.

“¿Clary?” Susurró una voz. Ella rodó sobre un costado, estremeciéndose. Una sombra se
arrodilló a su lado. Cuando sus ojos se adaptaron a la oscuridad, vio la figura pequeña y
curvilínea, de pelo trenzado y ojos castaños. Maia. “Clary, ¿eres tú?”

Clary se irguió, ignorando el lacerante dolor de su espalda. “Maia. Maia, oh, Dios mío.” Miró
a la otra chica, luego alrededor en la habitación desesperadamente. Estaba vacía a excepción
de ellas dos. “Maia, ¿dónde está? ¿Dónde está Simon?”

Maia se mordió el labio. Sus muñecas estaban ensangrentadas, vio Clary, su cara estaba
surcada con lágrimas secas. “Clary, lo siento,” dijo, con ligera voz ronca. “Simon ha muerto.”
Empapado por completo y medio congelado, Jace se desplomó sobre la cubierta del buque,
derramando agua de sus cabello y ropas. Elevó la mirada hasta el nublado cielo nocturno,
respirando a bocanadas. No había sido una tarea fácil escalar por la desvencijada escalera de
metal precariamente sujeta a la pared metálica del buque, especialmente con las manos
resbalosas y la ropa empapada tirando de él hacia abajo.

Si no hubiera sido por la runa Sin Miedo, reflexionó, probablemente habría estado
preocupado porque uno de los demonios voladores le hubiera tirado de la escalera como un
pájaro se quita un piojo. Afortunadamente, parecía que habían vuelto al buque una vez que
habían capturado a Clary. Jace no podía imaginar por qué, pero hacía mucho tiempo que él
había dejado de intentar entender por qué su padre hacía lo que hacía.

Sobre él se alzaba una cabeza, silueteada contra el cielo. Era Luke, que había llegado a la
parte de superior de la escalera. Trepó trabajosamente hasta la balaustrada y se dejó caer a su
otro lado. Bajó su mirada hasta Jace. “¿Estás bien?”
“Bien.” Se puso en pie. Estaba temblando. Hacía frío sobre el buque, más frío del que había
hecho allá abajo en el agua –y sin su chaqueta. Se la había dado a Clary.
Jace miró alrededor. “En algún lugar hay una puerta que conduce al interior del buque. La
encontré la última vez. Sólo tenemos que dar vueltas por la cubierta hasta encontrarla otra
vez.”
Luke miró hacia delante.
“Y déjame ir delante,” añadió Jace, dando un paso frente a él. Luke le pareció sumamente
confuso, como si fuera a decir algo, y finalmente caminó al lado de Jace mientras se
aproximaban al curvado frente del buque, donde Jace había estado con Valentine la noche
antes. Podía oír las oleaginosas bofetadas del agua contra la proa, allí muy abajo.
“Tu padre,” dijo Luke, “¿qué te dijo cuando le viste? ¿Qué te prometió?”
“Oh, ya sabes. Lo normal. Un abono de por vida para los Knicks.” Jace hablaba con
ligeramente pero el recuerdo mordió su interior más profundamente que el frío. “Dijo que
aseguraría no dañarme a mí ni a nadie que me importe si dejaba la Clave y volvía con él a
Idris.”
“¿Crees…” vaciló Luke. “¿Crees que haría daño a Clary para recuperarte?”
Doblaron la proa y Jace pudo ver brevemente la Estatua de la Libertad en la distancia, un
pilar rebosante de luz. “No. Creo que la cogió para hacernos subir al barco como hemos hecho,
como baza a jugar. Eso es todo.”
“No estoy seguro de que necesite una baza más.” Habló Luke en voz baja mientras
desenvainaba su kindjal. Jace se giró para seguir la mirada de Luke, y por un momento sólo
pudo mirar.

Había un agujero negro en la cubierta sobre la cara oeste del barco, un agujero como una
plaza que hubiera sido cortada sobre el metal, y de sus profundidades manaba una oscura
nube de monstruos. Jace rememoró la última vez que había estado allí, con la Espada Mortal
en su mano, contemplando con horror cómo a su alrededor el cielo sobre él y el mar allí abajo
se volvían borrosos montones de pesadillas. Solamente ahora estaban ellos enfrente de él, una
cacofonía de demonios: el Raum blanco como el hueso, que les había atacado en casa de Luke;
los demonios Oni con sus cuerpos verdes, anchas bocas y cuernos; los escurridizos demonios
negros Kuri, demonios araña con sus ocho brazos terminados en pinzas y colmillos rezumantes
de veneno, con sus ojos saliéndose de sus órbitas…

Jace no podía contarlos a todos. Sintió la Camael y la tomó de su cinturón, su blanco brillo
iluminando la cubierta. Los demonios sisearon ante su visión, pero ninguno de ellos se retiró.
La runa Sin Miedo sobre el hombro de Jace comenzó a arder. Se preguntaba cuántos demonios
podría matar antes de que se consumiera.
“¡Detente! ¡Para!” La mano de Luke agarró la camisa de Jace por la espalda, tirando
bruscamente de él hacia atrás. “Son demasiados, Jace. Si podemos volver a la escalera…”
“No podemos.” Jace se deshizo del agarre de Luke y señaló. “Nos han aislado por ambos
flancos.” Era verdad. Un regimiento de demonios Moloch, con ojos llenos de llamas, les
bloqueaba la retirada.
Luke maldijo, fluida y ferozmente. “Salta por encima del lado del barco, entonces. Yo los
mantendré alejados.”
“Salta tú,” dijo Jace. “Estoy bien aquí.”
Luke echó atrás la cabeza. Sus orejas se volvieron puntiagudas, y cuando gruñó a Jace, sus
labios se retiraron sobre sus colmillos de repente puntiagudos. “Tú…” Se interrumpió cuando
un demonio Moloch saltó sobre él, garras extendidas. Jace lo apuñaló casualmente sobre la
espina dorsal cuando pasaba cerca de él, y éste se tambaleó hasta Luke, aullando. Luke lo
agarró con sus manos de garras y lo lanzó por la barandilla. “Estás usando la runa Sin Miedo,
¿verdad?” dijo Luke, volviéndose a Jace con ojos que ardían ámbar.
Se escuchó una zambullida lejana.
“No te equivocas,” admitió Jace.
“¡Jesús!,” dijo Luke. “¿Te la pusiste?”
“No. Clary me la puso.” La espada seráfica de Jace cortó el aire con blanco fuego; dos
demonios Drevak cayeron fulminados. Había docenas de ellos, que venían tambaleándose
hasta ellos con sus manos terminadas en punta extendidas. “Es buena en eso, ya sabes.”
“Adolescentes,” dijo Luke, como si esa fuera la peor palabra que conocía, y se lanzó contra
la horda que se les venía encima.
“¿Muerto?” Clary miraba a Maia como si le hubiera hablado en búlgaro. “Él no puede estar
muerto.”
Maia no dijo nada, sólo la contemplaba con ojos oscuros y tristes.
“Yo lo sabría.” Clary se puso en pie y se apretó las manos, cerradas en puños, contra las
mejillas. “Yo lo sabría ahora.”
“Pensé eso de mí misma,” dijo Maia. “una vez. Pero no lo sabes. Nunca sabes nada.”
Clary se giró sobre sus pies. La chaqueta de Jace que llevaba sobre sus hombros, con la
espalda hecha girones. Se la quitó con impaciencia y la tiró sobre el suelo. Estaba arruinada, la
parte de la espalda marcada de lado a lado con docenas de rajas de garras. A Jace le molestará
que haya destrozado su chaqueta, pensó ella. Debo comprarle una nueva. Debo…
Respiró entrecortadamente un largo suspiro. Podía oír su propio corazón palpitando, pero
aquello también sonaba lejano. “¿Qué… le pasó?”
Maia estaba todavía arrodillada en el suelo. “Valentine nos capturó a ambos,” dijo. “Nos
encadenó en la misma habitación, juntos. Luego, vino con un arma –en realidad, una espada,
grande y brillante, como si estuviera ardiendo. Me arrojó polvo de plata de forma que no pude
luchar con él, y él… Él acuchilló a Simon en la garganta.” Su voz se apagaba hasta convertirse
en un susurro. “Cortó sus muñecas y vertió su sangre en cuencos. Algunas de esas criaturas
demoniacas suyas vinieron y le ayudaron a hacerlo. Luego, sólo dejó a Simon tendido allí,
como un juguete que hubiera destripado tanto que ya nunca podría usar más. Yo grité… pero
sabía que él estaba muerto. Luego, uno de los demonios me agarró y me arrojó aquí.”
Clary apretó el reverso de la mano contra su boca, apretó y apretó hasta que probó su
sangre salada. El fuerte sabor de la sangre pareció despejar la niebla de su mente. “Tenemos
que salir de aquí.”
“Sin ofender, pero eso es bastante obvio.” Maia se levantó sobre sus pies con un
estremecimiento. “No hay forma de salir de aquí. Ni siquiera para una Cazadora de Sombras.
Quizás si fueras…”
“¿Si yo fuera qué?” demandó Clary, recorriendo el cuadrado de su celda. “¿Jace? Bien, no lo
soy.” Dio un puntapié a la pared. Esta produjo un eco vacío. Rebuscó en su pasillo y sacó la
estela. “Pero tengo mis propios talentos.”
Puso el filo de la estela sobre el muro y comenzó a dibujar. Las líneas parecían manar de
ella, negras y carbonizadas, ardientes como su ira. Pegó la estela otra vez contra la pared y
volvieron a fluir de nuevo líneas de su extremo como famas. Cuando terminó el dibujo,
respirando con dificultad, vio que Maia la miraba atónita.
“Chica,” dijo ella, “¿qué has hecho?”
Clary no estaba segura. Parecía que hubiera tirado un cubo de ácido contra el muro. Todo el
metal alrededor de la runa se estaba derritiendo y goteando como un helado en un día
caluroso. Ella dio un paso atrás, ojeándolo con cautela mientras un agujero del tamaño de un
perro enorme se abría en el muro. Clary pudo ver estructuras de metal detrás de él, más tripas
de metal del buque. Los bordes del agujero todavía chisporroteaban, aunque había empezado
a parar de extenderse hacia afuera. Maia dio un paso hacia al frente, retirando el brazo de
Clary.
“Espera.” De repente Clary se puso nerviosa. “El metal fundido… Puede ser, como, el lodo
tóxico o algo así.”
Maia resopló. “Soy de Nueva Jersey. He nacido en el lodo tóxico.” Avanzó hacia el agujero y
miró a través de él. “Hay una pasarela de metal al otro lado,” anunció. “Aquí… Voy a seguir
adelante.” Se giró alrededor y metió un pie por el agujero, luego sus piernas, moviéndose
hacia atrás lentamente. Hizo una mueca mientras se estremeció todo su cuerpo, luego se
quedó helada. “¡Ouch! Mis hombros están pegados. ¿Me empujas?” Ella le tendió las manos.
Clary tomó sus manos y tiró de ellas. La cara de Maia se puso blanca, luego roja… y de
repente se liberó, como un tapón descorchándose de una botella de champán. Con un chillido,
se cayó hacia atrás. Hubo un golpe y Clary asomó su cabeza a través del agujero con ansiedad.
“¿Estás bien?”
Maia estaba tirada en una estrecha pasarela de metal a varios pies de donde estaba. Se giró
sobre su costado lentamente y se estiró hasta sentarse, con un gesto de dolor. “Mi tobillo…
Pero estoy bien,” añadió ella, viendo la cara de Clary. “Nosotros nos curamos rápido también,
ya sabes.”
“Lo sé. Okey, mi turno.” La estela de Clary se clavó incómodamente en su estómago
mientras se agachaba, preparada para deslizarse por el agujero detrás de Maia. La caída desde
la pasarela era intimidante, pero no tanto como la idea de esperar en las bodegas de
almacenamiento a que alguien venga a por ellas. Se volcó sobre su estómago, deslizando un
pie dentro el agujero…

Y algo la agarró de la camisa por la espalda, arrastrándola hacia arriba. Su estela cayó del
cinturón y resonó en el suelo. Ella dio un grito ahogado por la caída y dolor repentinos; el
cuello de su suéter le estrangulaba la garganta, y se estaba asfixiando. Un momento después
ella estaba liberada. Se cayó al suelo, las rodillas golpeando el metal con sonido hueco. Dando
arcadas, rodó sobre su espalda para mirar hacia arriba, sabiendo lo que vería.
Valentine estaba de pie por encima de ella. En una mano sostenía un cuchillo seráfico,
brillando con una violenta luz blanca. Su otra mano, la que la había agarrado por la espalda de
su camisa, estaba apretada en un puño. Su blanca cara esculpida adoptó un aire despectivo de
desdén. “Desde luego eres hija de tu madre, Clarissa,” dijo. “¿Qué has hecho ahora?”
Clary se levantó con dolor sobre las rodillas. Su boca estaba llena de sangre salada allí
donde se había rasgado el labio. Mientras miraba a Valentine, su furia que hervía a fuego lento
floreció como una flor venenosa en el interior de su pecho. Este hombre, su padre, había
matado a Simon y había dejado su cuerpo tirado en el suelo como uno se deshace de la
basura. Ella creía haber odiado a gente en su vida antes; se había equivocado. Esto era odio.
“La chica lobo,” continuó Valentine, frunciendo el ceño, “¿dónde está?”
Clary se echó hacia delante y escupió la sangre de su boca sobre los zapatos de él. Con una
severa exclamación de furia y sorpresa, él retrocedió, levantando la espada en su mano, y por
un momento Clary vio la furia desatada de sus ojos y creyó que de verdad iba a hacerlo, que
iba de verdad a matarla allí donde ella estaba en cuclillas, por escupir sobre sus zapatos.
Lentamente, él bajó la espada. Sin decir una palabra, se puso a andar pasando de largo a
Clary, y miró a través del agujero que ella había hecho en la pared.
Con lentitud, ella se giró, barriendo con los ojos el suelo hasta que la vio. La estela de su
madre. La alcanzó, conteniendo su respiración…

Valentine, girándose, vio lo que ella estaba haciendo. Con una simple zancada, cruzó la
habitación. De una patada lanzó la estela fuera de su alcance; giró en trompo a través del suelo
de metal y cayó por el agujero de la pared. Ella con los ojos medio cerrados, sintiendo
completamente la pérdida de la estela como la pérdida de su madre otra vez.
“Los demonios encontrarán a tu amiga Submundo,” dijo Valentine, con su voz aun fría,
deslizando su espada seráfica en la vaina de su cintura. “No hay por donde pueda huir. No lo
hay para ninguno de vosotros. Ahora levántate, Clarissa.”


Lentamente, Clary se puso en pie. Su cuerpo entero le dolía por la paliza que se había
llevado. Un momento después daba un grito ahogado de sorpresa cuando Valentine la agarró
por los hombros, girándola de manera que su espalda daba a él. Éste dio un silbido; un
enorme, duro y desagradable sonido. El aire se agitó sobre ella y escuchó el desagradable
aleteo de unas correosas alas. Con un pequeño grito, ella intentó desasirse, pero Valentine era
demasiado fuerte. Las alas posándose alrededor de ambos y luego ellos estaban alzándose en
el aire juntos, Valentine sosteniéndola en sus brazos, como si realmente fuera su padre.
Jace había creído que Luke y él estarían muertos a esas alturas. No estaba seguro de por
qué no lo estaban.

La cubierta del buque estaba resbaladiza por la sangre. Él estaba cubierto
de mugre. Incluso su pelo estaba lacio y pegajoso por la suciedad, y los ojos le picaban con la
sangre y el sudor. Había un corte profundo a lo largo de la parte superior de su brazo derecho,
no hubo tiempo para grabar una runa de Curación en su piel. Cada vez que levantaba el brazo,
un dolor abrasador le traspasaba el lado.

Habían logrado por sí mismos abrir un hueco en la pared metálica del buque, y lucharon
desde este refugio mientras los demonios se les abalanzaban. Jace había usado sus dos
chakhrams y también su última hoja seráfica y la daga que había tomado de Isabelle. No era
mucho… Él no habría salido tan pobremente armado a encararse ni siquiera con unos pocos
demonios, y ahora lo estaba haciendo con una horda. Debería estar asustado, lo sabía, pero no
sentía casi nada en absoluto… Sólo enfado por los demonios, que no pertenecían a este
mundo, y furia hacia Valentine, que los había convocado aquí. En el fondo, sabía que su
carencia de miedo no era por completo algo bueno. No le asustaba siquiera cuánta sangre
estaba perdiendo de su brazo.


Un demonio araña se precipitó hacia Jace, rezumando veneno amarillo. Él lo esquivó, no lo
bastante rápido para evitar la salpicadura de unas pocas gotas de veneno sobre su camisa. Ésta
siseaba mientras era devorado el material; sintió el escozor mientras aquello quemaba su piel
como una docena de minúsculas agujas supercalientes.


El demonio araña hizo un chasquido de satisfacción, y pulverizó otro chorro de veneno. Jace
lo esquivó y la ponzoña golpeó en un demonio Oni que venía hacia él por el otro lado; el Oni
lanzó un grito de agonía y cambió su camino hacia el demonio araña, las garras extendidas. Los
dos forcejearon juntos, rodando a través de la cubierta.

Los demonios de alrededor huían en tropel del veneno derramado, que hizo de barrera
entre ellos y el Cazador de Sombras. Jace aprovechó el momentáneo respiro para girarse hacia
Luke detrás de él. Luke estaba casi irreconocible. Sus orejas crecieron afiladas, con puntas
lobunas; sus labios estaban retraídos de su hocico en un rictus de permanente gruñido, sus
manos de garras negras por la escoria de demonio.


“Deberíamos ir por las barandillas.” La voz de Luke era medio un gruñido. “Baja del barco.
No podemos matarlos a todos. Quizás Magnus…”
“No creo que lo estemos haciendo tan mal.” Jace giró su espada seráfica… lo que fue una
mala idea; su mano estaba húmeda de sangre y la espada casi se escurrió de su agarre.
“Considerando todas las cosas.”


Luke hizo un ruido que podía haber sido un gruñido o una risa, o una combinación de
ambas. Entonces algo enorme y sin forma cayó desde el cielo, golpeando a ambos contra el
suelo.


Jace se golpeó duramente contra el suelo, su espada seráfica volando fuera de su mano.
Chocó contra la cubierta, deslizándose a través de la superficie de metal hasta el borde de la
embarcación, fuera de la vista. Jace maldijo y se tambaleó sobre sus pies.


La cosa que había aterrizado sobre ellos era un demonio Oni. Era inusualmente grande para
su especie… Por no mencionar su inusual inteligencia para tener la idea de escalar hasta el
tejado y lanzarse sobre ellos desde lo alto. Estaba cerniéndose sobre la parte superior de Luke
ahora, desgarrándole con sus colmillos afilados que surgían de su frente. Luke se estaba
defendiendo lo mejor que podía con sus propias garras, pero ya estaba empapado en sangre;
su kindjal estaba tirada a un pie de distancia de él sobre la cubierta. Luke se apropió de ella y el
Oni agarró una de sus piernas con su mano en forma de pala, anclándola como si fuera la rama
de un árbol sobre su rodilla. Jace oyó el hueso romperse con un chasquido mientras Luke
gritaba.

Jace se tiró a por la kindjal, agarrándola, y rodó sobre sí mismo, lanzando fuertemente la
daga a la parte trasera del cuello del demonio Oni. Cortó con suficiente fuerza como para
decapitar a la criatura, que se derrumbó, sangre negra manaba a borbotones del extremo de
su cuello. Un momento después había desaparecido. La kindjal golpeó la cubierta al lado de
Luke.


Jace corrió hacia él y se arrodilló. “Tu pierna…”
“Está rota.” Luke forcejeó sentado. Su cara se retorció de dolor.
“Pero tú sanas rápido.”
Luke miró alrededor con su cara sombría El Oni podía estar muerto pero los otros demonios
habían aprendido de su ejemplo. Estaban arremolinándose sobre el tejado. Jace no podía
decir, a la débil luz de la luna, cuántos de ellos había… ¿Docenas? ¿Cientos? Después de todo
no importaba el número exacto.
Luke cerró la mano en torno a la empuñadura de la kindjal. “No lo suficientemente rápido.”
Jace tiró de la daga de Isabelle que llevaba en el cinturón. Era la última de sus armas y de
repente parecía tristemente pequeña. Una fuerte emoción le traspasó… No era miedo, Eso
todavía no era posible, sino pesar. Vio a Alec y a Isabelle como si ellos estuviesen en frente de
él, sonriéndole, y luego vio a Clary con sus brazos abiertos como si le estuviera dando la
bienvenida a casa.


Se puso en pie justo cuando ellos caían desde el tejado en una ola, una marea de sombra
tapando la luna. Jace se movió para intentar cubrir a Luke, pero no funcionaría; los demonios
estaban por todas partes. Uno salió de la retaguardia y se situó frente a él. Era un esqueleto de
seis pies de alto, riéndose con sus dientes rotos. Trocitos de insignias de oración tibetanas de
intensos colores colgaban de sus huesos putrefactos. Agarraba una espada katana en uno de
sus huesudos brazos, lo que era algo inusual –la mayoría de los demonios no se armaban. La
espada, inscrita con runas demoniacas, era más larga que el brazo de Jace, curvada, filosa y
mortal.


Jace lanzó la daga. Se clavó en la caja torácica del demonio y se quedó anclada allí. El
demonio apenas la notó; sólo siguió moviéndose, inexorable como la muerte. El aire alrededor
apestaba a muerte y cementerios. Alzó la katana en su mano de garra…
Una sombra gris cortó la oscuridad enfrente de Jace, una sombra que se movió con un giro,
con un movimiento preciso y mortal. La basculante parte de debajo de la katana se encontró
con el afilado chirrido del metal contra el metal; la figura oscura empujó la katana hacia atrás
con el demonio, apuñalándolo desde arriba con la otra mano con una velocidad que la vista de
Jace apenas podía seguir. El demonio se derrumbó, su cráneo se aplastó y se arrugó
desapareciendo en la nada. Todo lo que podía oír alrededor de él eran los alaridos de los
demonios aullando de dolor y sorpresa. Girando, vio que docenas de formas –formas
humanas– estaban encaramándose lentamente por encima de la barandilla, tirándose al suelo,
y corriendo a encontrarse con la masa de demonios que se arrastraba, deslizaba, siseaba y
volaba sobre la cubierta. Ellos llevaban espadas de luz y ropas oscuras y resistentes de…
“¿Cazadores de Sombras?” dijo Jace, tan sobresaltado que habló en voz muy alta.
“¿Quiénes si no?” Una sonrisa brilló en la oscuridad.
“¿Malik? ¿Eres tú?”
Malik inclinó la cabeza. “Siento no haber estado más temprano hoy,” dijo. “Estaba bajo
órdenes.”


Jace estaba por decirle a Malik que su intervención acababa de salvar su vida más que
arreglar su anterior fracaso de impedir que Jace dejase el Instituto, cuando un grupo de
demonios Raum se dirigió en tropel hacia ellos, con los tentáculos azotando el aire. Malik se
giró y cargó contra ellos con un grito, su espada seráfica centelleando como una estrella. Jace
estaba por seguirle cuando una mano lo agarró por el brazo y le empujó a un lado.
Era un Cazador de Sombras, todo de negro, una capucha ocultaba su cara. “Ven conmigo.”
La mano tiraba insistentemente de su manga.

“Tengo que ir a por Luke. Ha sido herido.” Tiró de su brazo atrás. “Déjame ir.”
“Oh, por el amor del Ángel…” La figura le dejó en libertad y elevó la mano para apartar la
capucha de su larga capa, revelando un estrecho rostro blanco y ojos grises que brillaban como
esquirlas de diamantes. “¿Ahora harás lo que has dicho, Jonathan?”
Era la Inquisidor.

A pesar de la velocidad de torbellino con la que volaron por del aire, Clary habría pateado a
Valentine si hubiera podido. Pero él la agarraba como si sus brazos fueran bandas de hierro.
Sus pies estaban colgando pero pataleando tanto como ella podía, no parecía capaz de entrar
en contacto con nada.

Cuando de repente el demonio se ladeó y viró violentamente, ella soltó un grito. Valentine
se reía. Luego estaban girando a través de un estrecho túnel de metal hasta una sala más
ancha y extensa. En vez de dejarlos caer bruscamente, el demonio volador les depositó lenta y
suavemente sobre el suelo.

Para la sorpresa de Clary, Valentine la dejó ir. Se desasió de él y se tambaleó hasta el centro
de la sala, mirando a su alrededor desesperada. La maquinaria todavía cubría las paredes,
evitando parte del camino para crear un ancho espacio cuadrado en el centro. El suelo era de
denso metal negro, cubierto aquí y allá con oscuras manchas. En el centro del espacio vacío
había cuatro vasijas, suficientemente grandes para bañar a un perro en ellos. El interior de los
dos primeros estaba manchado de una oscura herrumbre marrón. La tercera estaba llena de
oscuro líquido rojo. La cuarta estaba vacía.

Un arcón de metal estaba entre los cuencos. Un oscuro trapo había sido estirado sobre él.
Cuando ella se aproximó más, vio que en la parte superior del paño descansaba una espada
plateada que relumbraba con una luz negruzca, casi en ausencia de iluminación: una radiante y
visible oscuridad.

Clary se giró y miró a Valentine, que estaba mirándola silenciosamente. “¿Cómo has podido
hacerlo?” demandó ella. “¿Cómo pudiste matar a Simon? Él sólo era un… Sólo era un chico,
sólo un humano normal…”
“No era humano,” dijo Valentine, con su voz de seda. “Se había convertido en un monstruo.
Sólo que tú no podías verlo, Clarissa, porque utilizaba la cara de un amigo.”
“No era un monstruo.” Ella se acercó un poco más a la Espada. Parecía enorme, pesada. Se
preguntó si ella podría levantarla… Y si pudiera, ¿podría blandirla? “Era todavía Simon.”
“No creas que no soy comprensivo con tu situación,” dijo Valentine. Él estaba en pie inmóvil
bajo el único rayo de luz que descendía de la trampilla del techo. “Fue igual para mí cuando
Lucian fue mordido.”
“Él me lo contó,” le espetó ella. “Le diste una daga y le dijiste que se matara.”
“Eso fue un error,” dijo Valentine.
“Al menos lo admites…”
“Debía haberlo matado yo mismo. Eso habría demostrado lo que me importaba.”
Clary sacudió la cabeza. “Pero no lo hiciste. A ti nunca te ha importado nadie. Ni siquiera mi
madre. Ni siquiera Jace. Sólo eran cosas que te pertenecían.”
“Pero, ¿no es eso el amor, Clarissa? ¿Posesión? ‘Soy de mi amado y mi amado es mío’, como
dice la Canción de las Canciones.”
“No. Y no me cites la Biblia. No creo que tú la leas.” Ella estaba ahora de pie muy cerca del
arcón, con la empuñadura de la Espada dentro de su alcance. Sus dedos estaban húmedos por
el sudor y los secó subrepticiamente sobre sus vaqueros. “No es sólo que alguien te
pertenezca, es entregarte a ti mismo a los demás. Dudo que tú hayas dado alguna vez algo a
alguien. Excepto quizás pesadillas.”
“¿Entregarte a alguien?” La delgada sonrisa no decayó. “¿Como tú te has entregado a
Jonathan?”

Su mano, que había estado acercando a la Espada, se crispó en un puño con dolor. La
contrajo contra su pecho, mirándolo con incredulidad. “¿Qué?”
“¿Crees que no he visto el modo en que vosotros dos os miráis el uno al otro? ¿El modo en
el que él dice tu nombre? Puedes creer que no siento, pero eso no significa que no pueda ver
los sentimientos de los demás” El tono de Valentine era sereno, cada palabra un témpano de
hielo clavándose en sus oídos. “Supongo que sólo nos podemos culpar a nosotros mismos, tu
madre y yo; habiéndoos mantenido tanto tiempo apartados, nunca desarrollasteis la repulsión
hacia el otro que sería más natural entre hermanos.”
“No sé a qué te refieres.” Los dientes de Clary castañeaban.
“Creo que he sido bastante claro.” Él había salido de la luz. Su rostro era un estudio de
sombras. “Vi a Jace después de que se encarara al demonio del miedo, sabes. Se le mostró
como si fueras tú. Eso me dijo todo lo que necesitaba saber. El mayor miedo en la vida de
Jonathan es el amor que siente por su hermana.”
“No hago lo que dije,” dijo Jace. “Pero podría hacer lo que quieres si me lo pides con buenos
modales.”
La Inquisidor parecía como si quisiera poner los ojos en blanco pero hubiera olvidado
cómo. “Necesito hablar contigo.”
Jace miró fijamente a la Inquisidor. “¿Ahora?”
Ella puso una mano sobre su brazo. “Ahora.”
“Estás loca.” Jace bajó la mirada hacia la extensión del barco. Parecía una pintura del
infierno de El Bosco. La oscuridad estaba llena de demonios: avanzando pesadamente,
aullando, graznando y rasgando con garras y dientes. Los Nephilim se replegaban y volvían a
atacar como una flecha, sus armas brillantes entre las sombras. Jace podía ver ya que no había
suficientes Cazadores de Sombras. Apenas suficiente. “No hay manera… Estamos en mitad de
una batalla…”
El huesudo agarre de la Inquisidor era sorprendentemente fuerte. “Ahora.” Ella le empujó, y
él dio un paso atrás, demasiado sorprendido para hacer nada más, y luego otro, hasta que
estuvieron en un recodo del muro. Ella soltó a Jace y sintió en las dobleces de su oscura capa la
silueta marcada de dos cuchillos seráficos. Ella susurró sus nombres, y luego varias palabras
que Jace no conocía, y los arrojó sobre la cubierta, cada uno a un lado de él. Se levantaron
verticalmente, las puntas hacia abajo, y una sencilla niebla blanquiazul se levantó sobre ellos,
levantando un muro que separaba a Jace y la Inquisidor del resto del barco.
“¿Estás apresándome otra vez?” demandó Jace, mirando a la Inquisidor con incredulidad.
“Esto no es una Configuración Malachi. Puedes salir de él si quieres.” Sus delgadas manos se
estrecharon una contra la otra fuertemente. “Jonathan…”

“Quieres decir Jace.” No podía ver mucho más allá la batalla a través del muro de luz blanca,
pero todavía podía oír los sonidos de esta, los gritos y los rugidos de los demonios. Si giraba su
cabeza, podía capturar sólo una breve visión de una pequeña sección de océano, espumeante
con una luz como diamantes diseminados sobre la superficie de un espejo. Habría sobre una
docena de embarcaciones allí abajo, las elegantes trimarans multi-casco utilizadas en los lagos
de Idris. Las embarcaciones de los Cazadores de Sombras. “¿Qué estás haciendo aquí,
Inquisidor? ¿Por qué viniste?”

“Tú tenías razón,” dijo ella. “Sobre Valentine. Él no haría el intercambio.”
“Te dijo que me dejaras morir.” Se encendió la luz en la cabeza de Jace.
“En el momento que él lo rechazó, por supuesto, llamé al Cónclave y los traje aquí. Yo… Yo
te debo a ti y a tu familia una disculpa.”
“Evidentemente,” dijo Jace. Odiaba las disculpas. “¿Alec e Isabelle? ¿Están aquí? ¿Ellos
no serán castigados por ayudarme?”
“Están aquí, y no, no serán castigados.” Ella todavía lo miraba, con ojos penetrantes. “No
puedo comprender a Valentine,” dijo ella. “Para un padre entregar la vida de su hijo, de su
único hijo…”
“Sí,” dijo Jace. Le dolía la cabeza y deseaba que se callase, o que un demonio les atacase.
“Es un enigma, no pasa nada.”
“A no ser que…”
Ahora él la miraba con sorpresa. “A no ser ¿qué?”
Ella clavó un dedo en su hombro. “¿Cuándo obtuviste (get)/te hiciste eso?”
Jace bajó la mirada y vio el agujero que el veneno de demonio araña había hecho en su
camisa, dejando gran parte de su hombro izquierdo descubierto. “¿La camisa? En las rebajas
de Macy’s Winter.”
“La cicatriz. Esta cicatriz, aquí sobre tu hombro.”
“Oh, eso.” A Jace le sorprendía la intensidad de su mirada. “No estoy seguro. Algo que
ocurrió cuando yo era muy joven, me dijo mi padre. Un accidente de algún tipo. ¿Por qué?”
La respiración siseaba a través de los dientes de la Inquisidor. “No puede ser,” murmuró.
“Tú no puedes ser…”
“Yo no puedo ser ¿qué?”


Había una nota de incertidumbre en la voz de la Inquisidor. “Todos esos años,” dijo ella, “en
los que tú estuviste creciendo… ¿Realmente creíste que eras el hijo de Michael Wayland…?”
Una súbita furia recorrió a Jace, que se volvió más doloroso por ir acompañada de una
pequeña punzada de decepción. “Por el Ángel,” espetó, “¿me arrastras hasta aquí en mitad de
una batalla sólo para hacerme las mismas malditas preguntas otra vez? No me creíste la
primera vez y aun no me crees. Nunca me creerás a pesar de todo lo que ha ocurrido, incluso
sabiendo que todo lo que te dije era verdad.” Él alzó su dedo hacia todo lo que estaba pasando
al otro lado de la pared de luz. “Debería estar ahí fuera luchando. ¿Por qué me retienes aquí?
¿Para que después de que esto acabe, si alguno de nosotros aun vive, puedas ir a la Clave y
decirles que yo no luché a tu lado contra mi padre? Bien, inténtalo.”
Ella se había puesto aun más pálida de lo que él pensaba que era posible. “Jonathan, eso no
es lo que yo…”
“¡Mi nombre es Jace!” gritó. La Inquisidor se estremeció, su boca medio abierta, como si
ella fuera a decir algo aun. Jace no quiso escucharlo. Se fue de su lado, casi golpeándola al
pasar, y le dio una patada a uno de los cuchillos seráficos que estaban sobre la cubierta. Se
cayó y la pared de luz desapareció.
Más allá de ésta estaba el caos. Formas oscuras se arrojaban de un lado a otro sobre la
cubierta, los demonios trepaban sobre cuerpos destrozados, y el aire estaba lleno de humo y
alaridos. Forzó la vista para encontrar a alguien que conociera en el tumulto. ¿Dónde estaba
Alec? ¿Isabelle?
“¡Jace!” La Inquisidor se apresuró tras él, su cara tensada con miedo. “Jace, no tiene arma,
al menos toma…”


Ella se entrecortó cuando un demonio surgió de la oscuridad frente a Jace como un iceberg
frente a la proa de un barco. No era ninguno de los que había visto antes esa noche; este tenía
la cara arrugada y las manos ágiles de un enorme mono y la cola puntiaguda de un escorpión.
Sus ojos estaban desorbitados y eran amarillos. Aquello le siseó entre sus rotos dientes de
aguja. Antes de que Jace pudiera esquivarlo, la cola se disparó hacia él con la velocidad de una
llamativa cobra. Vio el extremo de la púa batiéndose hacia su cara…
Y por segunda vez aquella noche, una sombra pasó entre él y la muerte. Blandiendo un
cuchillo de larga hoja, la Inquisidor se lanzó delante de él, justo a tiempo para que el aguijón
del escorpión se enterrase en su pecho.


Ella gritó, pero permaneció en pie. La cola del demonio se retrajo, preparada para otro
embiste… pero el cuchillo de la Inquisidor había dejado ya su mano, volando derecho y
certero. Las runas grabadas en su hoja llamearon mientras se deslizó a través de la garganta
del demonio. Con un silbido, como de aire escapando de un globo pinchado, se desintegró
hacia dentro, su cola moviéndose espasmódicamente mientras desaparecía.
La Inquisidor se derrumbó sobre la cubierta. Jace se arrodilló a su lado y puso una mano
sobre su hombro, volviéndola sobre su espalda. La sangre se extendía por toda la parte
delantera de su blusa gris. Su rostro estaba laxo y amarillo, y por un momento Jace pensó que
ya estaba muerta.


“¿Inquisidor?” Él no podía llamarla por su nombre, ni siquiera ahora.
Sus ojos se agitaron abiertos. El blanco en ellos estaba ya mate. Con un gran esfuerzo le hizo
señales para que se acercase. Él se inclinó más cerca, lo suficiente para escuchar su susurro al
oído, un susurro en el último suspiro…
“¿Qué?” dijo Jace, desconcertado. “¿Qué quiere decir eso?”
No hubo respuesta. La Inquisidor se había desplomado contra la cubierta, sus ojos muy
abiertos y fijos, su boca curvada de tal forma que casi parecía una sonrisa.
Jace se echó hacia atrás sobre sus talones entumecidos mirando fijamente. Ella estaba
muerta. Muerta por él.
Algo le agarró por la espalda de su chaqueta y le llevó arrastrando. Jace llevó una mano a su
cinturón –se dio cuenta de que no tenía armas– y se giró para ver un par de familiares ojos
azules mirándole a los suyos con total incredulidad.
“Estás vivo,” dijo Alec –dos cortas palabras, pero había un caudal de sentimiento detrás de
ellas. El alivio de su cara evidente, tanto como lo era su agotamiento. A pesar del fresco en el
aire, su pelo negro estaba aplastado contra sus mejillas y frente por el sudor. Sus ropas y piel
estaban surcadas con sangre y había un gran rasgón en la manga de su chaqueta blindada,
como si algo dentado y filoso la hubiera abierto. Agarraba firmemente una ensangrentada
guisarme en la mano derecha y el cuello de Jace en la otra.
“Parece que lo estoy,” admitió Jace. “Aunque no lo estaré por mucho tiempo si no me das
un arma.”


Con un rápido vistazo alrededor, Alec soltó a Jace, tomó un cuchillo seráfico de su cinturón y
se lo tendió. “Aquí.” Dijo, “Se llama Samandiriel.”


Jace apenas tuvo el cuchillo en la mano cuando un demonio Drevak de tamaño medio se
dirigió hacia ellos, rugiendo imperiosamente. Jace elevó la Samandiriel, pero Alec ya había
despachado a la criatura con un puntiagudo golpe de su guisarme.
“Bonita arma,” dijo Jace, pero Alec estaba mirando más allá de él, a la desvencijada figura
gris sobre la cubierta.
“¿Es la Inquisidor? ¿Está…?”
“Está muerta.”


La mandíbula de Alec se tensó. “Adiós y buen viaje. ¿Cómo ha sido?”
Jace estaba a punto de responder cuando fue interrumpido por un fuerte chillido. “¡Alec!
¡Jace!” Era Isabelle, apresurándose hacia ellos a través del hedor y el humo. Llevaba una
oscura chaqueta muy estrecha, manchada de sangre amarillenta. Cadenas doradas colgaban
con runas encantadas alrededor de sus muñecas y tobillos, y su látigo enrollado alrededor de
ella como una red de cable eléctrico.


Ella abrió los brazos. “Jace, pensamos…”
“No.” Algo hizo a Jace dar un paso atrás con un respingo fuera del tacto de ella. “Estoy todo
cubierto de sangre, Isabelle. No.”
Una expresión herida cruzó la cara de ella. “Pero si te hemos estado todos buscándote,
mamá y papá, ellos…”
“¡Isabelle!” gritó Jace, pero era demasiado tarde: un descomunal demonio araña se cernía
detrás de ella, rezumando veneno amarillo por los colmillos. Isabelle gritó cuando el veneno le
salpicó, pero su látigo se desenrolló con una velocidad deslumbrante, partiendo el demonio en
dos. Las dos partes produjeron un ruido sordo contra el suelo, luego desaparecieron.
Jace fue como una flecha hacia Isabelle mientras esta se desplomaba. El látigo se escurrió
de su mano cuando él la agarró, acunándola torpemente contra él. Podía ver cuánto veneno
había caído sobre ella: había salpicado la mayor parte de la chaqueta, pero algo de él había
llegado a su garganta, y donde la tocó, la piel se quemaba y chisporroteaba. Apenas
audiblemente, ella gimoteaba –Isabelle, que nunca mostró dolor.
“Dámela.” Era Alec, tirando su arma mientras se apresuraba a ayudar a su hermana. Tomó a
Isabelle de los brazos de Jace y la depositó con cuidado sobre la cubierta. Arrodillado a su lado,
estela en mano, elevó la mirada hasta Jace. “Contén a lo que venga mientras le curo.”
Jace no podía retirar sus ojos de Isabelle. La sangre corría por su cuello hasta la chaqueta,
empapando su pelo. “Tenemos que sacarla de este barco,” dijo bruscamente. “Si se queda
aquí…”
“¿Morirá?” Alec estaba trazando con la punta de su estela tan cuidadosamente como podía
sobre la garganta de su hermana. “Todos nosotros vamos a morir. Son demasiados. Estamos
siendo aniquilados. La Inquisidor merecía morir por esto… Todo esto es por su culpa.”
“Un demonio Scorpios intentó matarme,” dijo Jace, preguntándose por qué estaba diciendo
aquello, por qué estaba defendiendo a alguien que odiaba. “La Inquisidor se interpuso en su
camino. Salvó mi vida.”
“¿Lo hizo?” Había claro asombro en el tono de Alec. “¿Por qué?”
“Supongo que decidió que yo merecía ser salvado.”
“Pero ella siempre…” Alec se interrumpió, su expresión cambiando a una de alarma. “Jace,
detrás de ti, dos de ellos…”


Jace se dio la vuelta. Dos demonios se aproximaban: un Ravener, con su cuerpo de aligátor y
dientes serrados, su cola de escorpión curvada sobre su espalda, y un Drevak, su pálida carne
de gusano blanco brillando a la luz de la luna. Jace escuchó a Alec, detrás de él, jadeando
alarmantemente; luego la Samandiriel dejó su mano, describiendo una trayectoria plateada
por el aire. Se deslizó a través de la cola del Ravener, justo por debajo del basculante saco de
veneno y al final de su largo aguijón.


El Ravener aulló. El Drevak se giró, confuso –y recibió el saco lleno de veneno en la cara. El
saco se rompió, empapando al Drevak en ponzoña. Emitió un grito confuso y comenzó a
desintegrarse, su cabeza deshaciéndose por encima del hueso. Sangre y veneno rociaban toda
la cubierta cuando el Drevak desapareció. El Ravener, perdiendo sangre a borbotones por el
muñón de su cola, se retiró unos pasos antes de que también desapareciera.
Jace se inclinó y recogió la Samandiriel con energía. La cubierta aun estaba chisporroteando
donde se había vertido el veneno del Ravener, produciéndose pequeños agujeros como si
fuera una estopilla.

“Jace.” Alec estaba de pie, sosteniendo a Isabelle, pálida pero ya vertical, en los brazos.
“Necesitamos sacar a Isabelle de aquí.”
“Bien,” dijo Jace. “Sácala tú de aquí. Yo voy a tratar con eso.”
“¿Con qué?” dijo Alec, desconcertado.
“Con eso,” dijo Jace otra vez, y señaló. Algo venía hacia ellos a través del humo y las llamas,
algo enorme, jorobado y sólido. Con facilidad cinco veces el tamaño de cualquier otro demonio
del buque, tenía un cuerpo blindado, los miembros, cada apéndice terminado en una
puntiaguda garra. Sus pies eran patas de elefante, enormes y separados. Tenía la cabeza de un
mosquito gigante, Jace vio como se acercaba, con sus ojos de insecto y el oscilante aguijón de
succión lleno de sangre.
Alec aspiraba con fuerza. “¿Qué demonios es eso?”
Jace pensó un momento.“Grande,” dijo finalmente. “Mucho.”
“Jace…”
Jace se giró y miró a Alec, y luego a Isabelle. Algo dentro de él le decía que esta podría ser
muy bien la última vez que les vería, y aun así no sentía miedo, no por sí mismo. Quería
decirles algo, quizás que les quería, que cada uno de ellos era más valioso para él que mil
Instrumentos Mortales y el poder que ellos pudieran proporcionar. Pero las palabras no
surgieron.
“Alec,” se escuchó decir a sí mismo. “Lleva a Isabelle a la escalera, ahora, o moriremos
todos.”


Alec encontró su mirada y la sostuvo por un momento. Luego asintió con la cabeza y
empujó a Isabelle, todavía entonces protestando, hacia la escalera. La ayudó a encaramarse
sobre ella, y con un inmenso alivio Jace vio que su cabeza oscura desaparecía cuando comenzó
a descender la escalera. Y ahora tú, Alec, pensó. Ve.

Pero Alec no se iba. Isabelle, ahora fuera de vista, gritó repentinamente cuando su hermano
saltó de nuevo desde la escalera a la cubierta del barco. Su guisarme estaba tirada sobre la
cubierta donde la había dejado caer; la agarró y ahora se movía para ponerse al lado de Jace y
encarar al demonio mientras este venía.

Él nunca había luchado con algo así antes. El demonio, cargando sobre Jace, en un
santiamén viró bruscamente y se enfrentó ávidamente. Jace se giró para impedir el paso a
Alec, pero la cubierta de metal sobre la que estaba, corrompida por el veneno, se desmoronó
bajo él. Su pie se hundió y cayó fuertemente contra la cubierta. Alec tuvo tiempo para gritar el
nombre de Jace, y luego el demonio estuvo sobre él. Lo apuñaló con su guisarme, sumergiendo
su puntiagudo extremo en la carne del demonio profundamente. La criatura se encabritó hacia
atrás, profiriendo un chillido extrañamente humano, rociando sangre negra desde la herida.
Alec se retiró, buscando otra arma, justo cuando la garra del demonio se batía alrededor,
golpeándolo contra la cubierta. Luego su tubo de succión se estrechó alrededor de él. En algún
sitio, Isabelle estaba gritando. Jace forcejeó desesperadamente para sacar la pierna de la
cubierta; bordes afilados de metal se le clavaron cuando tiraba para liberarse y ponerse en pie.
Elevó la Samandiriel. Una luz centelleó desde el cuchillo seráfico, brillando como una estrella
fugaz. El demonio se replegó, haciendo un bajo sonido siseante. Aflojó su agarre sobre Alec y
por un momento Jace creyó que le soltaría. Entonces tiró de su cabeza hacia atrás con una
repentina e impresionante rapidez y lanzó a Alec con inmensa fuerza. Alec golpeó la dura
cubierta resbaladiza por la sangre, patinando a través de ella… Y cayó, con un simple grito
ronco, por el lado del barco.


Isabelle estaba gritando el nombre de Alec; sus chillidos eran como pinchos siendo dirigidos
hacia el interior de los oídos de Jace. La Samandiriel estaba todavía ardiendo en su mano. Su
luz iluminó al demonio que se revolvía hacia él, su mirada fija de insecto brillante y
depredadora, pero todo lo que podía ver era a Alec; a Alec cayendo por el lateral del buque, a
Alec ahogándose en las negras aguas allí abajo. Creía que él mismo sentía el sabor del agua de
mar en su propia boca, o puede que fuera sangre. El demonio estaba casi sobre él; levantó la
Samandiriel en la mano y la lanzó –el demonio chilló, un sonido enorme y agonizante– y luego
la cubierta se abrió bajo Jace con un chirrido de metal destrozado y cayó dentro de la
oscuridad.
19.- Dias de Ira
11:14 / Publicado por Pandemonium /
-Te equivocas,- dijo Clary, pero su voz no contenía convicción. -No sabes nada sobre mí o
Jace. Sólo estás intentando…”
-¿Qué? Estoy intentando recuperarte, Clarissa. Hacerte entender.- No había sentimiento en
la voz de Valentine que Clary pudiera detectar como algo más que una ligera distracción.
-Te estás riendo de nosotros. Crees que me puedes utilizar para hacer daño a Jace, así que
te estás riendo de nosotros. Tú no estás enfadado tan siquiera,- añadió ella, -Un padre real
estaría enfadado.

-Soy un padre real. La misma sangre que corre por mis venas corre por las tuyas.
-Tú no eres mi padre. Luke lo es,- dijo Clary, casi con cansancio. -Ya hemos tratado esto.
-Sólo ves a Luke como a tu padre por su relación con tu madre…
-¿Su relación?- Clary se rió en un tono alto. -Luke y mi madre son amigos.

Por un momento estaba segura de que había visto una mirada de sorpresa pasar por su
rostro. Pero -Así que es eso,-fue todo lo que dijo. Y luego, -¿Realmente crees que él soporta
todo esto –Lucian, quiero decir– esta vida de silencio, de estar escondido y huir, esta lealtad en
la protección de un secreto que ni siquiera comprende, sólo por amistad? Sabes muy poco
acerca de la gente, Clary, a tu edad, y menos sobre los hombres.

-Puedes hacer todas las insinuaciones sobre Luke que quieras. No habrá ninguna diferencia.
Estás equivocado sobre él, al igual que estás equivocado sobre Jace. Tienes que adjudicar a
todo el mundo motivaciones feas para todo lo que hacen, porque feas motivaciones es todo lo
que entiendes.
-¿Es eso lo que sería que él amara a tu madre? ¿Feo?- dijo Valentine. -¿Qué hay tan feo en
el amor, Clarissa? O es eso lo que sientes, en el fondo, que tu precioso Lucian no es realmente
humano, no verdaderamente capaz de tener sentimientos como nosotros los entendemos…
-Luke es tan humano como yo,-le lanzó Clary. -Eres sólo un intolerante.

-Oh, no,- dijo Valentine. -Soy cualquier cosa menos eso.- Él se movió un poco más cerca, y
ella dio un paso enfrente de la Espada, impidiéndole su visión. -Piensas de mí de esa manera
porque me miras a mí y lo que hago a través del cristal de tu mundano entendimiento del
mundo. Los humanosMundanos crean distinciones entre ellos mismos, distinciones que
parecen ridículas para cualquier Cazador de Sombras. Sus distinciones están basadas en raza,
religión, identidad nacional, y docenas de menores e irrelevantes señales. Para los Mundanos
estas parecen lógicas, sin embargo los mundanos no pueden ver, entender o admitir los
mundos demoniacos, todavía en algún lugar espinoso de sus antiguos recuerdos saben que
existen esos que caminan por la tierra y que son otros. Eso no pertenece a este mundo, eso
que significa daño y destrucción. Desde que la amenaza demoniaca es invisible a los
Mundanos, deben asignar la amenaza a otros de su propia especie. Ponen la cara de su
enemigo en la cara de su vecino, y así pasan generaciones de confiada miseria.

Él dio otro paso hacia ella, y ésta instintivamente se movió hacia atrás; se estaba apretando contra el arcón ahora.
-Yo no soy así,- continuó él. -Yo puedo ver la verdad de esto. Los Mundanos ven
como a través de un cristal, oscuramente, pero los Cazadores de Sombras –nosotros miramos
cara a cara. Nosotros conocemos la verdad de lo diabólico, y sabemos que mientras camina
entre nosotros, no es uno de nosotros. Que a aquello que no pertenece a nuestro mundo no se
le debe permitir echar raíces aquí, para crezcan como flores venenosas y extingan toda la
vida.

Clary habría querido ir hacia la Espada y luego hacia Valentine, pero sus palabras le hicieron
flaquear. Su voz era tan suave, tan persuasiva, y no es que ella pensara que a los demonios se
les debería permitir quedarse en la Tierra, consumirla en cenizas como habían hecho con
tantos otros mundos… Casi le había hecho sentir lo que él decía, pero…

-Luke no es un demonio,- dijo ella.
-Me parece, Clarissa,- dijo Valentine, -que has tenido muy poca experiencia de lo que es un
demonio y lo que no lo es. Has encontrado a unos Submundo que te parecen suficientemente
amables, y esto es a través del cristal de su amabilidad que tú ves en el mundo. Los demonios,
para ti, son criaturas horrorosas que saltan de las sombras para desgarrar y atacar. Y hay
tantas criaturas. Pero hay más demonios de profunda sutileza y secretismo, demonios que
caminan entre los humanos desapercibidos y sin dificultad. Aún así yo los he visto hacer cosas
tan terribles que sus colegas más bestiales parecen suaves en comparación. Hay un demonio
en Londres que conocí una vez, que se hacía pasar por un poderoso financiero. Nunca estaba
solo, así que era difícil para mí acercarme lo suficiente para matarle, aunque sabía lo que era.
Tenía sus sirvientes trayéndole animales y niños pequeños –cualquier cosa que fuese pequeña
e indefensa…

-Para.- Clary puso las manos en sus oídos. -No quiero escuchar esto.

Pero la voz de Valentine siguió con la cantinela, inexorable, amortiguada pero no inaudible.
-Él podía devorarlos lentamente, en el transcurso de varios días. Tenía sus trucos, su modo de
mantenerlos vivos durante las más inimaginables torturas. Si puedes imaginar a un niño
intentando arrastrarse hacia ti con su cuerpo hecho pedazos…

-¡Para!- Clary lloraba con las manos en sus oídos. -¡Es suficiente, suficiente!
-Los demonios se alimentan de muerte, dolor y locura,- dijo Valentine. -Cuando mato, es
porque debo hacerlo. Tú creces en un bello paraíso falso rodeado por frágiles paredes de
cristal, hija mía. Tu madre creo el mundo que quería para vivir y te trajo a él, pero nunca te dijo
que era una ilusión. Y todo el tiempo los demonios esperaban con sus armas de sangre y terror
a romper el cristal y empujarte fuera de la mentira.
-Tú rompiste el muro,- susurró Clary. -Tú me arrastraste dentro de todo esto. Nadie más
que tú.
-¿Y el cristal que te cortó, el dolor que sentiste, la sangre? ¿Me culpas de todo eso
también? Yo no fui quién te puso en una cárcel.
-Para ya. Sólo para de hablar.- La cabeza de Clary estaba zumbando. Quería gritarle, Tú
secuestraste a mi madre, tú hiciste eso, ¡es tu culpa! Pero había comenzado a ver lo que Luke
había querido decir cuando le dijo que no se podía discutir con Valentine. De algún modo le
había hecho imposible el estar en desacuerdo con él, haciéndole sentir que ella estaba entre
demonios que despedazaban niños. Se preguntaba cómo Jace había soportado todos aquellos
años, viviendo a la sombra de esa personalidad exigente e insoportable. Comenzó a ver de
dónde venía la arrogancia de Jace, su arrogancia y sus emociones contenidas con cuidado.
El borde del cofre detrás de ella estaba sintiéndose en la parte de atrás de sus piernas.
Podía sentir aproximarse un frío desde la Espada, poniéndole el pelo de la espalda y el cuello
de punta.
- ¿Qué es lo que quieres de mí?- le preguntó a Valentine.
- ¿Qué te hace pensar que quiero algo de ti?”
- No estarías hablando conmigo si no. Me habrías golpeado la cabeza y estarías esperando…
lo que sea que fuere tu siguiente paso después de esto.
-El siguiente paso,- dijo Valentine, -es para tus amigos Cazadores de Sombras el localizarte
y para mí decirles que si quieren recuperarte con vida, deben intercambiar a la chica lobo por
ti. Todavía necesito su sangre.

-¡Ellos nunca entregarán a Maia a cambio de mí!
-Ahí es donde te equivocas,- dijo Valentine. -Ellos conocen el valor de un Submundo en
comparación con el de una niña Cazadora de Sombras. Aceptarán el trato. La Clave lo exige.
-¿La Clave? ¿Quieres decir… que eso es parte de la Ley?
-Codificado en lo más íntimo de su ser,- dijo Valentine. -¿Ahora lo ves? Nosotros no somos
tan diferentes, la Clave y yo, o Jonathan y yo, o incluso tú y yo, Clarissa. Simplemente tenemos
un pequeño desacuerdo respecto al método.- Sonrió, y dio un paso hacia delante para acortar
el espacio entre ellos.



Moviéndose más lentamente de lo que había pensado que podría, Clary buscó detrás de ella
y cogió la Espada-Alma. Era tan pesada como había pensado que sería, tan pesada que cerca
estuvo de desequilibrarla. Poniendo la otra mano para estabilizarse, la levantó, apuntando la
hoja directamente hacia Valentine.

La caída de Jace terminó abruptamente cuando él golpeó una dura superficie de metal con
suficiente fuerza como para hacerle vibrar los dientes. Expectoró, saboreando la sangre en su
boca, y se levantó dolorosamente.

Estaba de pie sobre una pasarela descubierta de metal pintada de un azul apagado. El
interior del buque estaba hueco, haciendo un gran eco en la cámara de metal con las oscuras
paredes curvadas hacia fuera. Mirando arriba, Jace pudo ver un minúsculo parche de cielo
estrellado a través del agujero de ventilación allá arriba en lo más alto del casco.
El vientre del buque era un laberinto de pasarelas y escaleras que parecían no llevar a
ningún sitio, retorciéndose unas sobre otras como los intestinos de una serpiente gigante.


Hacía un frío helado. Jace podía ver su respiración saliendo en blancas nubes cuando exhalaba.
Había un poco de luz. Intentó distinguir en las sombras, luego se llevó la mano al bolsillo para
alcanzar su piedra-runa de luz mágica.

Su blanco brillo iluminó la penumbra. La pasarela era larga, con una escalera al final que
llevaba al nivel de abajo. Cuando Jace la movió hacia allí, algo destelló a sus pies.
Se inclinó. Era una estela. No pudo remediarlo y echó un vistazo a su alrededor, como si
medio esperase que alguien se materializase fuera de las sombras; ¿cómo demonios había
llegado una estela de Cazador de Sombras hasta allí? La levantó cuidadosamente. Todas las
estelas tenían un tipo de aura en ellas, una huella fantasmal de su propia personalidad. Esta
mandó un disparo de doloroso reconocimiento a través de él. Clary.

De repente, una suave risa rompió el silencio. Jace volvió la cabeza a su alrededor, metiendo
la estela en su cinturón. A la vista de la luz mágica Jace pudo divisar una figura de pie al final de
la pasarela. La cara estaba oculta por la sombra.

-¿Quién está ahí?- llamó él.

No hubo respuesta, sólo una sensación de que alguien estaba riéndose de él. La mano de
Jace fue automáticamente a su cinturón, pero había perdido la espada seráfica en la caída.
Estaba desarmado.

Pero ¿qué le había enseñado siempre su padre? Usada adecuadamente, casi cualquier cosa
podía ser un arma. Se movió lentamente hacia la figura, sus ojos registrando diversos detalles
alrededor de él –una estructura de la que se podía agarrar y desde la que balancearse, para
apartar con los pies; un trozo de metal roto expuesto que podía arrojar contra su adversario,
trinchando su espina dorsal. Todos estos pensamientos por su cabeza en una fracción de
segundo, la única fracción de segundo antes de que la figura al final de la pasarela se girara, su
pelo blanco brillando en la luz mágica, y Jace le reconoció.

Jace se quedó parado como muerto sobre sus pies.
-¿Padre? ¿Eres tú?


La primera cosa de la que Alec fue consciente era el frío helado. La segunda era que no
podía respirar. Intentó tomar aire y su cuerpo se estremeció en espasmos. Se incorporó,
expulsando sucia agua de río de sus pulmones en una amarga inundación que le provocó
arcadas y asfixia.
Finalmente pudo respirar, aunque sus pulmones se sentían como si estuvieran ardiendo.
Jadeando, miró a su alrededor. Estaba sentado sobre una ondulada plataforma metálica –no,
era la parte de atrás de una camioneta. Una camioneta Pickup, flotando en medio del río. Su
pelo y ropas estaban chorreando agua fría. Y Magnus Bane estaba sentado enfrente suyo,
respecto a él, tenía los ojos ámbar de gato que brillaban en la oscuridad.

Sus dientes empezaron a castañear. -¿Qué… qué ha pasado?
-Intentaste beberte el East River,- dijo Magnus, y Alec vio, como si fuera la primera vez, esa
ropa de Magnus estaba empapada también, pegada a su cuerpo como una segunda piel
oscura. -Te saqué.

La cabeza de Alec estaba retumbando. Palpó en su cinturón buscando la estela, pero la
había perdido. Intentó recordar –el buque, demonios por todas partes; Isabelle cayendo y Jace
agarrándola; sangre, en todas partes bajo los pies, el demonio atacando…
-¡Isabelle! Estaba bajando cuando caí…
-Ella está bien. Se hizo con un bote. La vi.- Magnus se inclinó para tocar la cabeza de Alec.
-Tú, por otra parte, podrías tener una conmoción cerebral.
-Tengo que volver a la batalla.- Alec apartó la mano. -Eres brujo. ¿No puedes, no sé,
llevarme volando al barco o algo? ¿Y arreglar mi conmoción mientras estás en ello?

Magnus, su mano aun extendida, se arrellanó contra el lateral de la plataforma de la
camioneta. A la luz de las estrellas sus ojos estaban astillados de verde y dorado, duros y
planos como joyas.

-Los siento,- dijo Alec, dándose cuenta de cómo había sonado, aunque todavía sentía que
Magnus debía ver que llegar al buque era lo más importante. -Sé que no tienes por qué
ayudarnos… Es un favor…
-Para. No te hago favores, Alec. Hago cosas por ti porque… bueno, ¿por qué crees que las
hago?

Algo subió por la garganta de Alec, cortando su respuesta. Era siempre así cuando estaba
con Magnus. Era como si tuviera una burbuja de dolor o remordimiento viviendo dentro de su
corazón, y cuando quería decir algo, cualquier cosa, que pareciera significativa o verdad,
aquello subía y estrangulaba sus palabras.
-Necesito volver al buque,- dijo, finalmente.
Magnus sonó demasiado cansado incluso para estar enfadado.
-Te ayudaría,- dijo. -Pero no puedo. Quitar la protección del encantamiento al buque ha sido suficientemente malo –era un
encantamiento duro, duro, de origen demoniaco– pero cuando caíste, tuve que poner
rápidamente un hechizo sobre la camioneta de forma que no se hundiese cuando yo perdiera
la conciencia. Y perderé la consciencia, Alec. Es sólo cuestión de tiempo.

Pasó la mano pordelante de sus ojos.
-No quería que te ahogaras,- dijo. -El encantamiento durará lo suficientepara que tú conduzcas la camioneta de vuelta a tierra.
-Yo… no me había dado cuenta.- Alec miró a Magnus, que tenía trescientos años pero había
aparentado siempre ser eterno, como si hubiera parado de envejecer alrededor de los
diecinueve. Ahora había finas líneas recortando la piel alrededor de los ojos y la boca. Su pelo
colgaba lacio contra la frente, y la depresión de sus hombros no era su cuidada postura
habitual sino de verdadero agotamiento.

Alec levantó las manos. Estaban pálidas a la luz de la luna, arrugadas por el agua y
salpicadas de docenas de cicatrices plateadas. Magnus dirigió la mirada hasta ellas, y luego de
nuevo a Alec, la confusión ensombrecía su mirada.
-Toma mi mano,- dijo Alec. -Y toma mi fuerza también. Lo que sea que puedas usar para…
para mantenerte en pie.

Magnus no se movió.
-Creía que tenías que volver al buque.
-Tengo que luchar,- dijo Alec. -Pero eso es lo que tú estás haciendo, ¿no? Tú eres parte de
la lucha exactamente tanto como los Cazadores de Sombras en el buque –y sé que puedes
tomar algo de mi fuerza, he oído de brujos que hacen eso– así que me estoy ofreciendo.
Tómalo. Es tuyo.


Valentine sonrió. Llevaba su armadura negra. Y guantes que brillaban como los caparazones
de negros insectos. “Hijo mío.”
“No me llames eso,” dijo Jace, y entonces, sintiendo un temblor comenzar en las manos,
“¿Dónde está Clary?”
Valentine todavía estaba sonriendo. “Ella me desafió,” dijo. “Tuve que enseñarle una
lección.”
“¿Qué le has hecho?”
“Nada.” Valentine se acercó más a Jace, suficientemente como para tocarle si él hubiera
decidido extender la mano. No lo hizo. “Nada de lo que ella no pueda recobrarse.”
Jace cerró la mano en un puño, así su padre no podría verla temblar. “Quiero verla.”
“¿De verdad? ¿Con todo esto continuando?” Valentine dirigió una mirada hacia arriba,
como si pudiera ver a través del casco del buque la carnicería sobre la cubierta. “Habría creído
que querrías estar luchando con el resto de tus amigos Cazadores de Sombras. Lástima que sus
esfuerzos sean para nada.”
“Tú no sabes eso.”
“Lo sé. Para cada uno de ellos, puedo convocar a mil demonios. Ni siquiera el mejor
Nephilim puede resistir contra esos extraños. “Como es el caso,” añadió Valentine, “de la
pobre Imogen.”
“¿Cómo…?”
“Veo todo lo que ocurre en mi barco.” Los ojos de Valentine se estrecharon. “Sabes que ha
muerto por tu culpa, ¿verdad?”
Jace aspiró con fuerza. Podía sentir su corazón palpitando como si quisiera abrirse camino
fuera del pecho.
“Si no fuera por ti, ninguno de ellos habría venido al barco. Pensaban que iban a rescatarte,
tú sabes. Si hubiera sido sólo por los dos Submundo, no se habrían molestado.”
Jace casi lo había olvidado. “Simon y Maia…”
“Oh, están muertos. Ambos.” El tono de Valentine era casual, incluso suave. “¿Cuántos
tienen que morir, Jace, antes de que tú veas la verdad?”
La cabeza de Jace se sentía como si estuviese llena de remolinos de humo. Su hombro ardía
de dolor. “Ya hemos tenido esta conversación. Estás equivocado, Padre. Puede que tengas
razón en cuanto a los demonios, puede incluso que la tengas sobre la Clave, pero esta no es la
forma…”
“Quería decir,” dijo Valentine, “¿cuándo verás que eres exactamente como yo?”
A pesar del frío, Jace había empezado a sudar. “¿Qué?”
“Tú y yo, somos iguales,” dijo Valentine. “Como me has dicho antes, tú eres lo que yo te he
hecho ser, y te hice una copia de mí mismo. Tienes mi arrogancia. Tienes mi coraje. Y tienes
esa cualidad que hace que los demás den sus vidas por ti sin preguntar.”
Algo martilleó por la espalda la mente de Jace. Algo que él debería saber, o había olvidado –
el hombro le ardía– “No quiero que la gente dé sus vidas por mí,” gritó él.
“No. Lo quieres. Te gusta saber que Alec e Isabelle morirían por ti. Que tu hermana lo haría.
La Inquisidor murió por ti, ¿no es así, Jonathan? Y tú te quedaste ahí parado y le dejaste…”
“¡No!”
“Eres exactamente como yo… No es sorprendente ¿no? Somos padre e hijo, ¿por qué no
deberíamos ser iguales?”
“¡No!” La mano de Jace salió lanzada y agarró la estructura metálica retorcida. Se
desprendió de su mano con un chasquido explosivo, su filo roto y perversamente afilado. “¡No
soy como tú!” gritó, y dirigió la estructura directamente al pecho de su padre.

La boca de Valentine se abrió. Se tambaleó hacia atrás, el extremo de la estructura
sobresaliendo de su pecho. Por un momento Jace sólo pudo mirar, pensando, Estaba
equivocado –esto es realmente algo de él– y entonces Valentine pareció derrumbarse sobre sí
mismo, su cuerpo desmoronándose como arena. El aire estaba lleno del olor del cuerpo
ardiente de Valentine que se volvía cenizas que se esparcían en el frío aire.
Jace puso una mano en su hombro. La piel donde la runa Sin Miedo había ardido antes se
sentía caliente al tacto. Una gran sensación de debilidad le abrumó. “Agramon.” Susurró, y
cayó de rodillas sobre la pasarela.

Sólo llevaba un breve instante de rodillas sobre el suelo cuando su martilleante pulso se
hizo más lento, pero Jace lo sentía como siempre. Cuando finalmente se puso de pie, las
piernas estaban entumecidas por el frío. Las puntas de sus dedos estaban azules. El aire
todavía apestaba a algo quemado, aunque no había señales de Agramon.
Todavía sosteniendo el trozo de estructura metálica, Jace se dirigió hacia la escalera al final
de la pasarela. El esfuerzo de bajar con una sola mano despejó su cabeza. Se dejó caer del
último peldaño para encontrarse a sí mismo sobre una segunda pasarela estrecha que corría a
lo largo del lateral de la extensa cámara. Había docenas de otras pasarelas recorriendo las
paredes y diversidad de tuberías y maquinaria. Sonidos de golpes venían del interior de las
tuberías, y de vez en cuando una de las ellas expulsaba un chorro de lo que parecía vapor,
aunque el aire continuaba de un frío glacial.


Vaya lugar te has buscado para ti aquí, Padre, pensó Jace. El descubierto interior industrial
del buque no iba con el Valentine que él conocía, que era exigente sobre la diferencia de corte
del cristal de sus licoreras. Jace echó un vistazo alrededor. Aquello era un laberinto allí abajo;
no había forma de saber qué dirección debía tomar. Se dio la vuelta para bajar la siguiente
escalera y percibió una oscura mancha roja sobre el suelo de metal.
Sangre. Pasó la punta de su bota por aquello. Estaba todavía húmedo, ligeramente
pegajoso. Sangre fresca. Su rostro se aceleró. En parte del suelo de la pasarela vio otras
manchas de rojo, y luego más algo más allá, como un rastro de migas de pan en un cuento de
hadas.

Jace siguió la sangre, sus botas hacían un fuerte eco sobre la pasarela de metal. El grabado
de la sangre salpicada era peculiar, no como si allí hubiera habido una lucha, sino más bien
como si alguien hubiera sido llevado sangrando, por la pasarela…
Llegó a una puerta. Estaba hecha de negro metal, plateada aquí y allí por abolladuras y
rasguños. Había una huella de mano sangrienta alrededor del pomo. Agarrando la estructura
irregular más fuertemente, Jace empujó la puerta para abrirla.
Una ola de aire incluso más frío le golpeó y jadeó al respirar. La habitación estaba vacía
excepto por una tubería de metal que corría a lo largo de una pared, y que parecía como un
montón de desechos en una esquina. Un poco de luz entraba por un ojo de buey enorme en lo
alto del muro. Cuando Jace dio un paso a delante con cautela, la luz del ojo de buey cayó sobre
los cacharros de de la esquina y se dio cuenta de que no era una pila de basura después de
todo, sino un cuerpo.
El corazón de Jace comenzó a golpear como una puerta sin cerrar en una tormenta de
viento.

El suelo de metal estaba pegajoso por la sangre. Sus botas se desasieron de él con un feo
sonido de succión mientras cruzaba la sala y se inclinaba al lado de la arrugada figura en la
esquina. Un chico, de pelo negro y vestido con vaqueros y camiseta azul chorreando sangre.
Jace tomó el cuerpo por los hombros y tiró de él. Se abatía flojo, como sin huesos, ojos
castaños mirando sin expresión hacia arriba. La respiración de Jace quedó atrapada en su
garganta. Era Simon. Estaba blanco como el papel. Había un horrible tajo en la base de su
garganta, y ambas muñecas habían sido cortadas, dejando enormes heridas de filos
irregulares.

Jace se agachó de rodillas, todavía sosteniendo los hombros de Simon. Pensó
desesperadamente en Clary, en su dolor cuando se enterara, en la manera en la que ella
apretó sus manos en las suyas, tanta fuerza en esos pequeños dedos. Encuentra a Simon. Sé
que lo harás.

Y lo hizo. Pero era demasiado tarde.
Cuando Jace tenía diez años, su padre le había explicado todas las formas de matar a los
vampiros. Clavarles estacas. Cortar sus cabezas y quemarlos como el inquietante jack-o’-
lantens (¿?). Dejar que el sol les abrase hasta las cenizas. O drenar su sangre. Ellos necesitaban
sangre para vivir, funcionan gracias a ella, como los coches funcionan con gasolina. Viendo la
herida irregular en la garganta de Simon, no era difícil saber qué había hecho Valentine.
Jace alargó la mano para cerrar los ojos fijos de Simon. Si Clary tenía que verlo muerto,
mejor que no le viera así. Bajó la mano al cuello de la camisa de Simon con la intención de tirar
de él hacia arriba, para cubrir el tajo.

Simon se movió. Sus párpados se movieron y abrieron, los ojos girando en blanco. Entonces
balbuceó un sonido débil, los labios curvándose hacia atrás mostrando las puntas de sus
colmillos de vampiro. La respiración vibrando en su garganta cortada.
Una nausea subió por el interior de la garganta de Jace, la mano apretándose sobre el cuello
de la camisa de Simon. No estaba muerto. Pero por Dios, el dolor, debía ser increíble. No podía
curarlo, no podía regenerarlo, no sin…

No sin sangre. Jace soltó la camisa de Simon y se subió la manga derecha con los dientes.
Usando la punta irregular de la estructura rota, se hizo un corte profundo a lo largo de la
muñeca. La sangre salió a borbotones a la superficie de la piel. Dejó caer la estructura; golpeó
el suelo con un sonido metálico. Podía oler su propia sangre en el aire, fuerte y cobriza.
Bajó la mirada a Simon, que no se había movido. La sangre estaba corriendo ahora desde la
mano de Jace, su muñeca escociéndole. La tendió sobre la cara de Simon, dejando la sangre
gotear por sus dedos, y vertiéndola sobre la boca de Simon. No hubo reacción. Simon no se
movía. Jace se acercó más; estaba de rodillas sobre Simon ahora, su respiración haciendo
ráfagas blancas en el aire helado. Se inclinó más, presionando su muñeca sangrante contra la
boca de Simon. “Bebe mi sangre, idiota,” susurró. “Bébela.”

Por un momento no pasó nada. Entonces los ojos de Simon se agitaron cerrados. Jace sintió
un fuerte ardor en la muñeca, una especie de succión, una fuerte presión –y la mano derecha
de Simon subió volando atrapando el brazo de Jace, justo sobre el codo. La espalda de Simon
se arqueó sobre el suelo, la presión sobre la muñeca de Jace incrementándose mientras los
colmillos de Simon se hundieron más profundamente. El dolor se extendió por el brazo de
Jace. “Okey,” dijo Jace. “Okey, suficiente.” Los ojos de Simon se abrieron. El blanco de sus ojos
se había ido, los iris castaños se enfocaron en Jace. Había color en sus mejillas, un rubor
agitado como de fiebre. Sus labios estaban ligeramente abiertos, los colmillos blancos
manchados con sangre. “¿Simon?” dijo Jace.

Simon se incorporó. Se movió con increíble velocidad, golpeando a Jace de lado y pasando
por encima de él. La cabeza de Jace golpeó el suelo de metal, sus oídos zumbando mientras los
dientes de Simon se hundían en su cuello. Intentó zafarse, pero los brazos del otro chico eran
como barras de hierro, inmovilizándole en el suelo, los dedos clavados en sus hombros.
Pero Simon no estaba haciéndole daño –no en realidad– el dolor que había empezado
agudo se fue apagando hasta una especie de débil escozor, agradable en el modo en que
quemaba la estela a veces. Una soñolienta sensación de paz entró a hurtadillas a través de las
venas de Jace y sintió cómo se relajaban sus músculos; las manos que habían estado
intentando liberarse de Simon hacía un momento ahora lo empujaban más cercanas. Podía
sentir el latido de su propio corazón, sentirlo enlentecerse, su debilitado martilleo haciéndose
un eco más suave. Una oscuridad titilante avanzó lentamente desde las comisuras de su visión,
bella y extraña. Jace cerró los ojos…

El dolor se lanzó a través de su cuello. Respiró entrecortadamente y sus ojos se abrieron de
golpe; Simon estaba sobre él, mirando hacia abajo con los ojos muy abiertos, la mano cruzada
sobre la boca. Las heridas de Simon habían desaparecido, aunque sangre fresca manchaba la
parte delantera de su camisa.

Jace podía sentir el dolor de los hombros magullados otra vez, el corte de la muñeca, su
garganta agujereada. No podía oír su corazón palpitando, pero sabía que estaba latiendo
violentamente dentro de su pecho.

Simon retiró la mano de su boca. Los colmillos habían desaparecido. “Podría haberte
matado,” dijo. Había una especie de declaración de culpabilidad en su voz.

“Te habría dejado,” dijo Jace.

Simon bajó su mirada hasta él, luego hizo un ruido en el interior de su garganta. Se quitó de
encima de Jace y golpeó el suelo con las rodillas, abrazándose los codos. Jace podía ver la
oscura tracería de las venas de Simon a través de la piel pálida de su garganta, ramificándose
en líneas azules y púrpuras. Venas llenas de sangre.

Mi sangre. Jace se incorporó. Buscó su estela. Deslizarla sobre el brazo se sentía como
arrastrar una tubería de plomo por un campo de futbol. La cabeza le dolía con un malestar
punzante. Cuando terminó la iratze, echó hacia atrás la cabeza contra la pared, respirando con
dificultad, el dolor dejándole mientras la runa curativa iba haciendo efecto. Mi sangre en sus
venas.

“Lo siento,” dijo Simon. “Lo siento mucho.”

La runa curativa estaba haciendo efecto. La cabeza de Jace comenzó a aclararse y el
golpeteo de su pecho se ralentizó. Se puso en pie con cuidado, esperando una ola de mareo,
pero sólo sintió un poco de debilidad y cansancio. Simon estaba todavía sobre las rodillas,
mirando hacia abajo sus manos. Jace se inclinó y agarró la parte trasera de su camisa,
levantándolo a rastras hasta incorporarlo. “No pidas perdón,” dijo, dejando ir a Simon.
“Sólo muévete. Valentine tiene a Clary y no tenemos mucho tiempo.”

El resto de sus dedos se cerró alrededor de la empuñadura de Maellartach, una ráfaga de
frío abrasador subió por el brazo de Clary. Valentine observaba con una expresión de templado
interés mientras ella respiraba jadeando con dolor, sus dedos se estaban entumeciendo.
Trataba de agarrar la Espada, pero se escapó de su agarre y resonó sobre el suelo a sus pies.
Apenas vio a Valentine moverse. Un momento después estaba en pie frente a ella con la
Espada en su poder. La mano de Clary escocía. Miró hacia abajo y vio que un ardiente
verdugón rojo estaba saliendo a lo largo de la palma.

“¿De verdad creías,” dijo Valentine, un matiz de indignación coloreó su voz, “que te dejaría
cerca de un arma si creyera que podías usarla?” Sacudió la cabeza. “No has entendido una
palabra de lo que te he dicho, ¿verdad? Al parecer de mis dos hijos, sólo uno parece capaz de
entender la verdad.”

Clary cerró la mano herida en un puño, casi dando la bienvenida al dolor. “Si te refieres a
Jace, él también te odia.”

Valentine alzó la Espada; llevando la punta al nivel de la clavícula de Clary. “Es suficiente,”
dijo, “por tu parte.”

La punta de la Espada estaba afilada; cuando respiraba se pinchaba en su garganta, y un hilo
de sangre ensartó su camino hacia el pecho. El tacto de la Espada parecía verter frío en sus
venas, mandando partículas de crepitante hielo por sus brazos y piernas, entumeciéndole las
manos.

“Arruinada por tu educación,” dijo Valentine. “Tu madre fue siempre una mujer testaruda.
Esa era una de las cosas que me encantaban de ella al principio. Creí que se mantendría en sus
ideales.”
Era extraño, Clary pensaba con una distante sensación de horror, que cuando vio a su padre
anteriormente en Renwick, su considerable carisma personal había sido desplegado en
beneficio de Jace. Ahora no estaba preocupado, y sin la pátina superficial de encanto, parecía…
vacío. Como una estatua hueca, sus ojos se recortaban sólo para mostrar oscuridad en su
interior.

“Dime, Clarissa… ¿Habló tu madre alguna vez de mí?”
“Me dijo que mi padre estaba muerto.” No digas nada más, se advirtió a sí misma, pero
estaba segura de que él podría leer el resto de las palabras en sus ojos. Y ojalá ella hubiera
estado diciendo la verdad.
“¿Y nunca te dijo que tú eras diferente? ¿Especial?”
Clary tragó, y la punta de la espada cortó un poco más profundo. Más sangre corría hasta su
pecho. “Ella nunca me dijo que era una Cazadora de Sombras.”
“¿Sabes por qué,” dijo Valentine, bajando la mirada por la extensión de la Espada en ella,
“tu madre me dejó?”
Un rasgón ardía en el interior de la garganta de Clary. Hizo un sonido de asfixia. “¿Te
refieres a que había una sola razón?”
“Ella me dijo,” continuó, como si Clary no hubiera hablado, “que yo había convertido a su
primer hijo en un monstruo. Me dejó antes de que pudiera hacer lo mismo con el segundo. Tú.
Pero llegó demasiado tarde.”
El frío en su garganta, en sus miembros, era tan intenso que hacía algo más que temblar.
Era como si la Espada estuviera volviéndola de hielo. “Ella nunca diría eso,” susurró Clary. “Jace
no es un monstruo. Tampoco yo lo soy.”
“Yo no estaba hablado de…”

La trampilla sobre sus cabezas se abrió violentamente y dos figuras oscuras cayeron desde
el agujero, aterrizando justo detrás de Valentine. Lo primero que vio Clary, con una brillante
sacudida de alivio, fue a Jace, cayendo a través del aire como una flecha disparada desde un
arco, seguro de su blanco. Golpeó el suelo con segura ligereza. Llevaba firmemente agarrada
en la mano una estructura de acero manchada de sangre, su extremo desprendido en una
horrible punta.

La segunda figura aterrizó al lado de Jace con la misma ligereza si no la misma gracia. Clary
vio la esbelta silueta de un chico con el pelo oscuro y pensó, Alec. Sólo cuando se puso recto
ella reconoció el familiar rostro y se dio cuenta de quién era.
Ella olvidó la Espada, el frío, el dolor en la garganta, olvidó todo. “¡Simon!”

Simon miró a través de la sala hacia ella. Sus ojos se encontraron sólo por un momento y
Clary esperó que él pudiera leer en su cara llena de un incontenible alivio. Las lágrimas que
habían estado amenazando con aparecer se derramaron por su cara. Ella no se movió para
enjugárselas.

Valentine giró su cabeza para mirar detrás de él, y su boca se hundió en un primer gesto de
honesta sorpresa que Clary nunca había visto en su cara. Él se dio la vuelta para encarar a Jace
y Simon.

En el momento que la punta de la Espada dejó la garganta de Clary, el hielo se consumió en
ella, llegando toda su fuerza con aquello. Cayó sobre las rodillas, temblando
incontrolablemente. Cuando levantó las manos para secarse las lágrimas de la cara, vio que las
puntas de sus dedos estaban blancas con principio de congelación.

Jace la miró con horror, después a su padre. “¿Qué le has hecho?”
“Nada,” dijo Valentine, recobrando el control de sí mismo. “Aún.”
Para la sorpresa de Clary, Jace palideció, como si las palabras de su padre le hubieran
sacudido.

“Soy yo el que debería preguntarte qué has hecho, Jonathan,” dijo Valentine, y aunque
hablaba a Jace, sus ojos estaban sobre Simon. “¿Por qué está eso aún con vida? Los revenants
pueden regenerar, pero no con tan poca sangre en ellos.”
“¿Te refieres a mí?” demandó Simon. Clary miró fijamente. Simon sonaba diferente. No
sonaba como un chico contestando a un adulto; sonaba como alguien que se siente capaz de
hacer cara a Valentine Morgenstern en igualdad de condiciones. “Oh, eso está bien, me diste
por muerto. Bueno, re-muerto.”
“Calla.” Jace disparó una mirada a Simon; los ojos estaban muy oscuros. “Déjame contestar
a esto.” Se volvió a su padre. “Le dejé a Simon beber mi sangre,” dijo. “De forma que no
pudiese morir.”
En el de por sí severo rostro de Valentine se asentaron duras líneas, como si los huesos
estuvieran empujando la piel. “¿Tú dejas por tu voluntad beber tu sangre a un vampiro?”
Jace pareció vacilar por un momento… Echó un vistazo a Simon, que estaba contemplando
fijamente a Valentine con una mirada de intenso odio. Luego dijo con cuidado, “Sí.”
“No tienes idea de lo que has hecho, Jonathan,” dijo Valentine con una voz terrible. “Ni
idea.”
“Salvé una vida,” dijo Jace. “Una que tú intentaste tomar. Eso es lo que sé.”
“No una vida humana,” dijo Valentine. “Has resucitado a un monstruo que sólo matará para
alimentarse otra vez. Su estirpe está siempre hambrienta…”
“Ciertamente tengo hambre ahora,” dijo Simon, y sonrió para revelar sus colmillos. Estos
brillaban blancos y puntiagudos contra su labio inferior. “No me importaría un poco más de
sangre. Por supuesto, tu sangre probablemente me atragantaría, tu venenoso trozo de…”
Valentine se rió. “Me gustaría verte intentándolo, revenant,” dijo. “Cuando la Espada-Alma
te corte, arderás mientras mueres.”

Clary vio los ojos de Jace ir a la Espada, y luego a ella. Había una pregunta tácita en ellos.
Rápidamente, ella dijo, “La Espada no está transformada. No del todo. Él no obtuvo la sangre
de Maia, así que no ha podido finalizar la ceremonia…”

Valentine se volvió hacia ella, Espada en mano, y vio que él sonreía. La Espada parecía
agitarse en su mano, y entonces algo la golpeó –era como ser golpeada por una ola, arrastrada
y luego impulsada otra vez contra tu voluntad y lanzada a través del aire. Ella rodó por el suelo,
incapaz de detenerse a sí misma, hasta que golpeó contra el mamparo con fuerza. Ella se
quedó doblada en su base jadeando sin aliento y con dolor.

Simon comenzó a correr hacia ella. Valentine balanceó la Espada-Alma y una sábana de
llameante fuego transparente se levantó, mandándolo trastabillando hacia atrás con su
repentino calor.

Clary luchó para levantarse a sí misma sobre los codos. Su boca estaba llena de sangre. El
mundo se bamboleaba alrededor de ella y se preguntaba cuán fuerte se había golpeado la
cabeza y si se iba a desmayar. Se obligaba a sí misma a mantenerse consciente.
El fuego se había desvanecido, pero Simon todavía estaba agachado en el suelo, mirando
aturdido. Valentine le echó un vistazo brevemente, y luego a Jace. “Si matas al revenant
ahora,” dijo, “todavía puedes enmendar lo que has hecho.”
“No,” musitó Jace.
“Sólo toma el arma que sostienes en la mano y dirígela a través de su corazón.” La voz de
Valentine era suave. “Un simple movimiento. Nada que no hayas hecho antes.”
Jace se encontró con los ojos de su padre con una mirada indiferente. “Vi a Agramon,” dijo.
“Tenía tu rostro.”
“¿Viste a Agramon?” La Espada-Alma relampagueó mientras Valentine se movía hacia su
hijo. “¿Y estás vivo?”
“Lo maté.”
“¿Matas al Demonio del Miedo, pero no matarás a un simple vampiro, incluso aunque te lo
ordene?”
Jace estaba en pie observando a Valentine sin expresión. “Él es un vampiro, eso es verdad,”
dijo, “Pero su nombre es Simon.”
Valentine se paró frente a Jace, la Espada-Alma en su mano, ardiendo con una violenta luz
negra. Clary se preguntó por un terrible momento si la intención de Valentine era acuchillar a
Jace ahí donde estaba en pie, y si la intención de Jace era dejarle. “Lo he cogido, entonces,”
dijo Valentine, “¿no has cambiado de opinión? ¿Qué me dijiste cuando viniste a mí la última
vez, que era tu última palabra o que te arrepentías de haberme desobedecido?”
Jace sacudió la cabeza lentamente. Una mano todavía agarraba fuertemente la estructura
rota, pero su otra mano –la derecha– estaba en su cintura, dibujando algo en su correa. Sus
ojos, sin embargo, no dejaron nunca los de Valentine, y Clary no estaba segura si Valentine
veía lo que estaba haciendo. Ella esperaba que no.
“Sí,” dijo Jace, “me arrepiento de haberte desobedecido.”
¡No! Pensó Clary, y se le cayó el alma a los pies. ¿Se estaba rindiendo? ¿Pensaba que era la
única forma de salvarla a ella y a Simon?
El rostro de Valentine se suavizó. “Jonathan…”
“Especialmente,” dijo Jace, “ya que planeo hacerlo otra vez. Justo en este momento.”
Movió su mano, rápida como un rayo de luz, y algo arrojó por el aire hacia Clary. Cayó a pocos
centímetros de ella, golpeando el metal con un sonido metálico y rodando. Los ojos de ella se
ensancharon.
Era la estela de su madre.
Valentine comenzó a reírse. “¿Una estela? Jace, ¿es esto algún tipo de broma? ¿O
finalmente has…”
Clary no escuchó el resto de lo que dijo; se levantó con esfuerzo, ahogando el dolor que se
extendía por su cabeza. Sus ojos empezaban a llorar, haciendo borrosa su visión; ella alargó
una temblorosa mano hacia la estela –y cuando sus dedos la tocaron, oyó una voz, tan clara en
su cabeza como si su madre estuviera a su lado. Toma la estela, Clary. Úsala. Tú sabes qué
hacer.

Sus dedos se cerraron espasmódicamente alrededor de ella. Se levantó, ignorando la ola de
dolor que bajaba de su cabeza a través de su espina dorsal. Ella era una Cazadora de Sombras,
y el dolor era algo con lo que tú debías vivir. Débilmente, pudo oír a Valentine llamarla por su
nombre, oír sus pasos, aproximándose –y se arrojó a sí misma contra el mamparo, tendiendo
la estela hacia delante con tanta fuerza que cuando su extremo tocó el metal, ella creyó haber
escuchado el chisporroteo de algo quemándose.

Comenzó a dibujar. Como siempre ocurría cuando ella dibujaba, el mundo caía alrededor y
sólo estaba ella y la estela y el metal sobre el que dibujaba. Se acordó de que Jace estaba ahí
fuera de la célula susurrándose a sí misma, Abre, abre, abre, y supo que ella habría dibujado
con todas sus fuerzas para crear una runa que hubiera roto el vínculo de Jace. Y supo que la
fuerza que había puesto en esa runa no era una décima, ni una centésima parte, de la fuerza
que estaba poniendo en esto. Sus manos ardieron y gritó mientras arrastraba la estela sobre la
pared de metal, dejando una gruesa línea negra como chamuscada detrás de ella. Abre.
Toda su frustración, toda su desilusión, toda su furia fue a través de sus dedos y hasta la
runa. Abre. Todo su amor, todo su alivio por ver a Simon vivo, toda su esperanza de que ellos
aun podían sobrevivir. ¡Abre!

Su mano, todavía sosteniendo la estela, se dejó caer sobre su rodilla. Por un momento hubo
un silencio total mientras todos ellos –Jace, Valentine, incluso Simon– la contemplaban con
fijeza en la runa que ardía sobre el mamparo del buque.
Fue Simon el que habló, volviéndose a Jace. “¿Qué pone?”

Pero fue Valentine quien respondió, sin despegar los ojos de la pared. Había una mirada en
su cara –en absoluto la mirada que Clary hubiera esperado, una mirada que mezclaba triunfo y
horror, desesperación y deleite. “Dice,” dijo, “’Mene mene tekel upharsin.’”
Clary se tambaleó sobre sus pies. “Eso no es lo que dice,” susurró ella. “Dice Abre.
Valentine se encontró con los ojos de ella. “Clary…”

El grito del metal ahogó sus palabras. La pared sobre la que había dibujado Clary, una pared
hecha de planchas de acero, se alabeaba y daba sacudidas. Los remaches salían disparados de
sus alojamientos y chorros de agua se propulsaron al interior de la sala.
Ella podía oír a Valentine llamando, pero su voz estaba ahogada por los sonidos
ensordecedores del metal siendo arrancado del metal, cada clavo, cada tornillo y cada
remache que sostenía unido el enorme buque comenzaban a hacerse añicos desde sus
amarras.

Ella intentó correr hacia Jace y Simon, pero cayó de rodillas cuando otra oleada de agua vino
a través del ensanchado agujero de la pared. Esta vez la ola la golpeó por debajo, agua helada
la arrastró con su corriente. En algún lugar Jace estaba llamándola por su nombre, su voz alta y
desesperada por encima del alarido del buque. Ella gritó el de él sólo una vez antes de que
fuera succionada hacia fuera del agujero irregular en el mamparo y entrara en el río.
Ella dio vueltas y patadas en el agua negra. El terror la tenía atenazada, terror a la ciega
oscuridad y a la profundidad del río, los millones de toneladas de agua alrededor de ella,
presionando sobre ella, asfixiando el aire de sus pulmones. No podía saber el camino hacia
arriba o en qué dirección nadar. No podía contener por mucho más su respiración. Aspiró agua
mugrienta directa a su pulmón, su pecho se rompía de dolor, estrellas explosionaban tras sus
ojos. En sus oídos el sonido del agua removiéndose era sustituido por un canto agudo, dulce e
imposible. Estoy muriendo, pensó con asombro. Un par de pálidas manos salieron del agua
negra y tiraron de ella más cerca. Un largo cabello se movía empujado por la corriente
alrededor de ella. Mamá. Pensó Clary, pero antes de que pudiera ver con claridad el rostro de
su madre, la oscuridad cerró sus ojos.


Clary recuperó la consciencia con voces a su alrededor y luces iluminando sus ojos. Estaba
tendida con la espalda sobre el oxidado acero de la plataforma de la camioneta de Luke. El
cielo negro grisáceo flotaba sobre su cabeza. Podía oler el agua del río a su alrededor,
mezclado con el olor de humo y sangre. Caras blancas se cernían sobre ella como globos
atados a su cinta. Ellas se movían dentro de su enfoque mientras parpadeaba.
Luke. Y Simon. Ambos estaban mirando abajo hacia ella con expresiones de ansiosa
preocupación. Por un momento ella pensó que el pelo de Luke se había vuelto blanco; luego,
parpadeando, se dio cuenta de que estaba llena de cenizas. De hecho, así estaba el aire –su
sabor de cenizas– y sus ropas y piel estaban surcadas por una mugre negruzca.

Ella tosió, probando la ceniza en la boca. “¿Dónde está Jace?”
“Él está…” Los ojos de Simon fueron a Luke, y Clary sintió su corazón contraerse.
“Él está bien, ¿no?” demandó ella. Luchó por incorporarse y un fuerte dolor se disparó en su
cabeza. “¿Dónde está? ¿Dónde está él?”
“Estoy aquí.” Jace apareció en el borde de su visión, su cara en sombra. Él se arrodilló a su
lado. “Lo siento. Debería haber estado aquí cuando despertaras. Es sólo que…”
Su voz se quebró.
“¿Es sólo qué?” Ella lo miraba fijamente; a contraluz de las estrellas, su cabello era más
plateado que dorado, sus ojos descolorados. Su piel estaba surcada por negro y gris.
“Él creía que tú también estabas muerta,” dijo Luke, y se puso de pie bruscamente. Miró
hacia fuera en el río, a algo que Clary no podía ver. El cielo estaba lleno de remolinos de humo
negro y escarlata, como si hubiera un incendio.

“¿Muerta también? ¿Quién más…?” Ella trató de levantarse cuando un dolor nauseabundo
la agarró. Jace vio su expresión y buscó en su chaqueta, sacando la estela.
“Aguarda todavía, Clary.” Había un dolor ardiente en su antebrazo, y luego la cabeza
empezó a aclarársele. Se levantó y vio que estaba sentada sobre un húmedo tablón colocado
sobre la parte de atrás de la cabina de la camioneta. La plataforma estaba llena varios
centímetros de agua, mezclada con espirales de ceniza que estaban espolvoreándose desde el
cielo en una fina lluvia negra.

Ella echó un vistazo al lugar donde Jace había dibujado una Marca curativa sobre la parte
interior de su brazo. La debilidad estaba ya remitiendo, como si él hubiera disparado una
sacudida de fuerza en sus venas.

Él trazó la línea de la iratze que había dibujado sobre el brazo de ella con sus dedos antes de
que se retirara. Su mano se sentía tan fría y húmeda como lo estaba la piel de ella. El resto de
él estaba mojado también; el pelo húmedo y sus ropas empapadas pegándose a su cuerpo.
Había un sabor acre en su boca, como si hubiera lamido el fondo de un cenicero. “¿Qué ha
ocurrido? ¿Hubo allí un fuego?”
Jace miró hacia Luke, que estaba contemplando el sube y baja del río negro grisáceo. El
agua estaba salpicada aquí y allí con pequeñas embarcaciones, pero no había rastro del buque
de Valentine. “Sí,” dijo él. “El barco de Valentine ardió hasta la línea de flotación. No ha
quedado nada.”
“¿Dónde está todo el mundo?” Clary llevó su mirada a Simon, que era el único de ellos que
estaba seco. Había en su piel ya de por sí pálida una débil muda verdosa, como si estuviera
enfermo o con fiebre. “¿Dónde están Isabelle y Alec?”
“Están en una de la embarcaciones de los Cazadores de Sombras. Están bien.”
“¿Y Magnus?” Ella se giró alrededor para mirar en el interior de la cabina, pero estaba vacía.
“Él fue requerido para ocuparse de algunos de los Cazadores de Sombras peor malheridos,”
dijo Luke.
“Pero, ¿están todos bien? Alec, Isabelle, Maia… Están todos bien, ¿verdad?” La voz de Clary
sonó pequeña y fina a su propio oído.
“Isabelle estaba herida,” dijo Luke. “Así como Robert Lightwood. Él va a necesitar una buena
cantidad de tiempo para sanar. Muchos de los demás Cazadores de Sombras, incluidos Malik e
Imogen, están muertos. Ha sido una batalla muy dura, Clary, y no ha ido bien para nosotros.
Valentine se fue. Así como la Espada. El Cónclave está hecho jirones. Yo no sé…”
Él se interrumpió. Clary lo miró fijamente. Había algo en su voz que le daba miedo. “Lo
siento,” dijo ella. “Esto es por mi culpa. Si yo no hubiera…”
“Si tú no hubieras hecho lo que hiciste, Valentine habría matado a todos en el buque,” dijo
Jace fieramente. “Tú eres la única que impidió que esto fuera una masacre.”
Clary lo miraba. “¿Te refieres a lo que hice con la runa?”
“Redujiste el buque a pedazos,” dijo Luke. “Cada tornillo, cada remache, todo lo que
pudiera mantenerlo unido, sólo se rompió de golpe. Todo por completo se sacudió hasta
hacerse pedazos. El tanque de combustible aparte también. La mayoría de nosotros apenas
tuvo tiempo de saltar al agua antes de que todo empezara a arder. Lo que hiciste… Nadie ha
visto nunca algo como eso.”
“Oh,” dijo Clary en una pequeña voz. “¿Alguien se… Hice daño a alguien?”
“Bastantes de los demonios se ahogaron cuando el buque se hundió,” dijo Jace. “Pero
ninguno de los Cazadores de Sombras fue dañado, no.”
“¿Porque ellos saben nadar?”
“Porque fueron rescatados. Nixies los sacó a todos del agua.”
Clary pensó en las manos en el agua, el canto imposible y dulce que la había rodeado. Así
que no había sido su madre después de todo. “¿Te refieres al reino de las hadas en el agua?”
“La Reina de la Corte Seelie vino, a su manera,” dijo Jace. “Ella nos prometió que ayudaría
en lo que pudiera.”
“Pero ¿cómo ella…” ¿Cómo supo? Iba a decir Clary, pero pensó en la sabiduría de la Reina,
en sus ojos maliciosos, y en Jace lanzando ese trozo de papel blanco al agua en la playa en Red
Hook, y decidió no preguntar.
“Los barcos de los Cazadores de Sombras están empezando a moverse,” dijo Simon,
mirando hacia el río. “Supongo que han sacado a todos los que han podido.”
“Bien.” Luke cuadró los hombros. “Hora de irse.” Se movió lentamente hacia la cabina de la
furgoneta –estaba cojeando, aunque por lo demás parecía en su mayoría ileso.
Luke se encaramó en el asiento del conductor, y en un momento el motor de la camioneta
estaba molestando otra vez. Emprendieron la marcha, casi sin rozar el agua, las gotas
salpicadas por los neumáticos alcanzaban el gris plateado del cielo ya clareado.
“Esto es tan extraño,” dijo Simon. “Aun estoy esperando que la furgoneta empiece a
hundirse.
“No puedo creerte, acabas de pasar por lo que hemos pasado y crees que esto es extraño,”
dijo Jace, pero no había mala intención en su tono ni tampoco enfado. Sonaba sólo muy, muy
cansado.
“¿Qué les ocurrirá a los Lightwoods?” preguntó Clary. “Después de todo lo que ha
ocurrido… La Clave…”
Jace se encogió de hombros. “La Clave funciona de forma misteriosa. No sé qué harán. Ellos
estarán muy interesados en ti, sin embargo. Y en lo que puedes hacer.”
Simon hizo un ruido. Clary pensó al principio que era un sonido de protesta, pero cuando
ella lo miró más detenidamente, vio que él estaba más verde que nunca. “¿Qué va mal,
Simon?”
“Es el río,” dijo él. “El agua corriente no es buena para los vampiros. Es pura, y… Nosotros
no.”
“El East River es apenas puro,” dijo Clary, pero alargó la mano y le tocó el brazo dulcemente
de todas maneras. Él le sonrió. “¿No te caíste en el agua cuando el buque se hizo pedazos?”
“No. Había una pieza de metal flotando en el agua y Jace lanzó sobre ella. Permanecí fuera
del río.”
Clary miró sobre su hombro a Jace. Podía verlo con un poco más de claridad ahora; la
oscuridad estaba desvaneciéndose. “Gracias,” dijo ella. “¿Crees…”
Él elevó las cejas. “¿Creo qué?”
“¿Que Valentine pueda haberse ahogado?”
“Nunca creas que el malo está muerto hasta que no veas un cuerpo,” dijo Simon. “Eso sólo
lleva a una emboscada sorpresa e infeliz.”
“No estás equivocado,” dijo Jace. “Mi suposición es que no está muerto. De otra manera
habríamos encontrado los Instrumentos Mortales.”
“¿Puede la Clave proseguir sin ellos? ¿Tanto si Valentine está vivo como si no?” se preguntó
Clary.
“La Clave siempre prosigue,” dijo Jace. “Eso es todo lo que sabe hacer.” Él volvió el rostro
hacia el este al horizonte. “El sol está saliendo.”
Simon se puso rígido. Clary le miró con sorpresa por un momento, y luego sacudida por el
pavor. Ella se giró para seguir la mirada de Jace. Tenía razón… El horizonte al este estaba
manchado de rojo sangre extendiéndose desde un disco dorado. Clary pudo ver el primer
borde del sol a estas horas manchando el agua alrededor de ellos de un tono verde y escarlata
y dorado.
“¡No!” susurró ella.

Jace la miró con sorpresa, y luego a Simon, que permanecía inmóvil, mirando el sol naciente
como un ratón atrapado mirando al gato. Jace se puso rápidamente en pie y caminó tras la
cabina de la furgoneta. Habló en voz baja. Clary vio que Luke la miró y a Simon, y luego de
vuelta a Jace. Sacudió la cabeza.

La camioneta dio bandazos hacia delante. Luke debía haber pisado el acelerador. Clary se
agarró del lateral de la plataforma para sujetarse. Allá adelante, Jace estaba gritándole a Luke
que tenía que haber algún modo para hacer que aquella maldita cosa fuera más rápido, pero
Clary sabía que nunca dejarían atrás el amanecer.

“Debe haber algo,” le dijo ella a Simon. No podía creer que en menos de cinco minutos
había ido del increíble alivio a un increíble horror. “Nosotros podríamos cubrirte, quizás, con
nuestra ropa…”
Simon estaba mirando todavía hacia el sol, con la cara blanca. “Un montón de trapos no
serviría,” dijo. “Raphael me explicó… Son necesarias paredes para protegernos de la luz del sol.
Ardería a través de la ropa.”
“Pero debe haber algo…”
“Clary.” Ella podía verle ahora con más claridad, en la luz gris de antes del amanecer, sus
ojos enormes y oscuros en su blanco rostro. Alargó sus manos hacia ella. “Ven aquí.”
Ella se estrechó contra él, intentando cubrirle el cuerpo tanto como el suyo le permitía.
Sabía que era inútil. Cuando el sol le tocara, caería hecho cenizas.
Ellos se quedaron por un momento en perfecto silencio, los brazos estrechados unos
alrededor de los otros. Clary podía sentir la elevación y caída de su pecho –un hábito, se
recordó a sí misma, no necesidad. Él podría no respirar, pero sí podía todavía morir.
“No dejaré que mueras,” dijo ella.
“No creo que tengas alternativa.” Ella le sintió sonreír. “No creí que volviera a ver el sol otra
vez,” dijo. “Supongo que me equivoqué.”
“Simon…”
Jace gritaba algo. Clary subió la mirada. El cielo estaba inundado de luz de color rosa, como
tinte vertido en agua clara. Simon se tensó bajo ella. “Te quiero,” dijo. “Nunca he amado a
nadie más que a ti.”

Hilos dorados se proyectaron a través del cielo rosado como el veteado dorado de un caro
mármol. El agua alrededor de ellos brillaba con luz y Simon se puso rígido, la cabeza cayendo
hacia atrás, los ojos abiertos llenándose con dorado como si un líquido fundido estuviera
vertiéndose en su interior. Líneas negras aparecieron sobre su piel como un craquelado sobre
una estatua destrozada.

“¡Simon!” gritó Clary. Trataba de aferrarse a él pero se sintió a sí misma arrastrada de
repente hacia atrás; era Jace, sus manos agarrándole los hombros. Ella intentó liberarse pero
le sujetaba fuertemente; él estaba diciéndole algo en el oído, una y otra vez, y sólo después de
unos instantes ella comenzó a entenderle:
“Clary, mira. Mira.”
“¡No!” Las manos volaron hasta su cara. Ella pudo probar el agua salobre del fondo de la
plataforma en sus palmas. Era salada, como las lágrimas. “No quiero mirar. No quiero…”
“Clary.” Las manos de Jace estaban en sus muñecas, tirando de sus manos fuera del rostro.
La luz del amanecer escoció en sus ojos. “Mira.”

Ella miró. Y oyó su propia respiración silbar con severidad en sus pulmones mientras
jadeaba. Simon estaba de pie en la parte de atrás de la camioneta, en un parche de luz de sol,
con la boca abierta y mirándose hacia abajo a sí mismo. El sol bailaba en el agua detrás de él y
los bordes de su pelo brillaban como el oro. No había ardido hasta hacerse cenizas, sino que
estaba en pie sin abrasarse bajo la luz del sol, y la pálida piel de su cara, brazos y manos
estaban completamente sin marcas.

Fuera del Instituto, la noche estaba cayendo. El débil rojo de la puesta de sol brillaba a
través de las ventanas del dormitorio de Jace mientras éste miraba la pila de sus pertenencias
sobre la cama. La pila era mucho más pequeña de lo que pensaba que sería. Siete años
completos de vida en este lugar, y esto era todo lo que tenía para demostrarlo: medio petate
de ropas de valor, un pequeño montón de libros y unas cuantas armas.
Él le había dado vueltas a si debía llevarse las pocas cosas que había salvado de la casa
solariega en Idris con él cuando se fuera esta noche. Magnus le había devuelto el anillo de
plata de su padre, que él ya no sentía agradable llevar. Lo había colgado en una cadena
alrededor de su garganta. Al final, había decidido llevárselo todo: No tenía sentido dejar nada
de él atrás en este lugar.

Estaba haciendo el petate con la ropa cuando unos golpes de llamada sonaron en la puerta.
Fue hacia ella, esperando a Alec o Isabelle.
Era Maryse. Llevaba un severo traje negro y su pelo estaba estirado hacia atrás fuertemente
desde su rostro. Ella parecía mayor de lo que él la recordaba. Dos profundas líneas corrían
desde las comisuras de su boca hasta la mandíbula. Sólo sus ojos tenían algún color. “Jace,”
dijo ella. “¿Puedo pasar?”
“Puedes hacer lo que gustes,” dijo él, volviendo hacia la cama. “Es tu casa.” Levantó una
mano llena de camisas y las metió dentro del petate posiblemente con innecesaria fuerza.
“En realidad, es la casa de la Clave,” dijo Maryse. “Nosotros sólo somos sus guardianes.”
Jace metió los libros dentro de la bolsa. “Lo que sea.”
“¿Qué estás haciendo?” Si Jace no la hubiera conocido mejor, habría pensado que su voz
flaqueaba ligeramente.
“Estoy haciendo la maleta,” dijo él. “Es lo que generalmente hace la gente cuando se
marchan.”
Ella empalideció. “No te vayas,” dijo ella. “Si quieres quedarte…”
“No quiero quedarme. No pertenezco a este lugar.”
“¿Dónde irás?”
“A casa de Luke,” dijo él, y la vio estremecerse. “Durante un tiempo. Después de eso, no lo
sé. Quizás a Idris.”
“¿Es allí dónde crees que perteneces?” Había un eco de tristeza en su voz.
Jace paró de empacar por un momento y bajó la mirada hasta la bolsa. “No sé a dónde
pertenezco.”
“A tu familia.” Maryse dio un paso indeciso hacia delante. “A nosotros.”
“Tú me echaste.” Jace escuchó la dureza de su propia voz, e intentó suavizarla. “Lo siento,”
dijo, volviéndose para mirarla. “Todo lo que ha pasado. Pero no me querías antes, y no puedo
imaginar que ahora sí. Robert va a estar convaleciente un tiempo; estarás solicitada cuidando
de él. Yo sólo estaría en medio.”
“¿En medio?” Ella sonó incrédula. “Robert quiere verte, Jace…”
“Dudo eso.”
“¿Y qué pasa con Alec? Isabelle, Max… Ellos te necesitan. Si no me crees que te quiero aquí
–y no podría culparte si no lo haces– debes saber que ellos sí. Hemos pasado por un mal
momento, Jace. No les hagas más daño del que ya han sufrido.”
“Eso no es justo.”
“No te culpo si me odias.” Su voz estaba temblando. Jace se giró para mirarla con sorpresa.
“Pero lo que hice… incluso el echarte… tratarte como lo hice, fue para protegerte. Y porque
estaba asustada.”
“¿Asustada de mí?”
Ella asintió con la cabeza.
“Bien, eso me hace sentir mucho mejor.”
Maryse inspiró profundamente. “Creí que tú me romperías el corazón como lo hizo
Valentine,” dijo ella. “Tú fuiste la primera cosa que amé, ya ves, después de él, que no era de
mi propia sangre. La primera criatura. Y sólo eras un niño…”
“Pensaste que yo era alguien más, otra persona.”
“No. Siempre he sabido quién eres. Desde la primera vez que te vi bajando del barco desde
Idris, cuando tenías diez años –te metiste en mi corazón, exactamente igual que mis propios
hijos cuando nacieron.” Ella sacudió la cabeza. “No puedes entenderlo. Tú nunca has sido
padre. No puedes amar nada como amas a tus hijos. Y nada puede hacerte enfadar más.”
“Noté la parte del enfado,” dijo Jace, después de una pausa.
“No espero que me perdones,” dijo Maryse. “Pero si te quedaras por Isabelle, por Alec y
Max, te estaría tan agradecida…”
Eso era lo peor que podía decir. “No quiero tu gratitud,” dijo Jace, y se volvió hacia el
petate. No quedaba nada más que meter en él. Cerró la cremallera.
“A la claire fontaine,” dijo Maryse, “m’en allent prometer.”
Él se volvió para mirarla. “¿Qué?”
“Il y a longtemps que je t’aime. Jamais je ne t’oublierai –es la vieja balada francesa que solía
cantar a Alec e Isabelle. Aquella sobre la que me preguntaste.”

Había muy poca luz en la habitación ahora, y en la oscuridad Maryse le pareció casi como
cuando él tenía diez años, como si no hubiera cambiado en absoluto en los últimos siete años.
Ella parecía severa y preocupada, ansiosa… y esperanzada. Se parecía a la única madre que él
había conocido.

“Estabas equivocado en lo de que nunca la canté para ti,” dijo ella. “Es sólo que nunca me
oíste.”
Jace no dijo nada, pero alargó la mano y tiró de la cremallera abriendo el bolso y dejando
caer sus pertenencias sobre la cama.
Epílogo
12:32 / Publicado por Pandemonium /
-¡Clary!- La madre de Simon sonreía con toda la cara ante la visión de la muchacha de pie
sobre el umbral. -No te veo desde hace años. Empezaba a preocuparme que tú y Simon os
hubierais peleado.

-Oh, no,- dijo Clary. -Sólo es que no me he sentido muy bien, eso es todo.- Incluso cuando
llevas mágicas runas curativas, aparentemente no eres invulnerable. No se había sorprendido,
al despertar por la mañana después de la batalla, de tener un palpitante dolor de cabeza y
fiebre; creería que se había resfriado – ¿quién, congelado con la ropa húmeda, sobre el agua
durante horas por la noche, no lo estaría?– pero Magnus dijo que lo más probable es que se
hubiera agotado a sí misma al crear la runa que había destruido el buque de Valentine.
La madre de Simon cloqueaba con comprensión. -Apostaría a que es lo mismo que agarró
Simon hace dos semanas. Apenas pudo levantarse de la cama.




-Aunque, ahora está mejor, ¿verdad?- dijo Clary. Sabía que era verdad, pero no le
importaba oírlo de nuevo.
-Él está bien. Está fuera en el jardín trasero, creo. Sólo continua por la verja.- Ella sonreía.
-Estará feliz de verte.



La hilera de casas de ladrillo rojo de la calle de Simon estaba dividida por una bonita cerca
blanca de hierro forjado, que se abría en cada casa con una verja que daba a un diminuto
segmento de jardín en la parte trasera. El cielo era azul brillante y el aire fresco, a pesar del
cielo soleado. Clary pudo probar el sabor fuerte de la futura nieve en el aire
Cerró la verja detrás de ella y avanzó buscando a Simon. Él estaba en el jardín trasero, como
se prometió, tendido en una silla de plástico con un cómic abierto en sus rodillas. Lo tiró a un
lado cuando vio a Clary, se incorporó, y sonrió.

-Hey, nena.
-¿Nena?- Ella se sentó al lado de él sobre el borde de la silla. -Te estás riendo de mí,
¿verdad?
-Estaba probando, ¿no?
“No,” dijo ella con firmeza, y se ladeó para besarle en la boca. Cuando se retiró, los dedos
de él se quedaron en su cabello, pero sus ojos eran pensativos.
“Estoy contento de que hayas venido,” dijo él.
“Yo también. Habría venido antes, pero…”
“Estabas enferma. Lo sé.” Ella había pasado la semana mandándole mensajes de texto
desde el sofá de Luke, donde había estado tendida envuelta en una manta viendo la reposición
de CSI. Era reconfortante pasar tiempo en un mundo donde cada misterio tenía una respuesta
científica y detectable.
“Estoy mejor ahora.” Ella echó un vistazo alrededor y tembló, tirando de su rebeca blanca
más cerca del cuerpo. “¿Qué estás haciendo aquí fuera tendido con este tiempo, de todas
maneras? ¿No estás helado?”
Simon sacudió la cabeza. “En realidad no siento frío o calor, ya no. Además,” –su boca se
curvó en una sonrisa– “quiero pasar tanto tiempo a la luz del sol como pueda. Todavía me
siento soñoliento durante el día, pero estoy luchando con ello.”
Ella tocó con la parte anterior de la mano su mejilla. Su cara estaba cálida por el sol, pero
por debajo su piel estaba fresca. “Pero todo lo demás es todavía… ¿todavía igual?”
“¿Te refieres a si soy todavía un vampiro? Sí. Eso parece. Aún quiero beber sangre, aún sin
pulso. Tendré que esquivar al médico, pero los vampiros no enfermamos…” Se encogió de
hombros.
“¿Y has hablado con Raphael? ¿Aún no tiene idea de por qué puedes salir a la luz del sol?”
“Ninguna. Parece un poco cabreado por esto también.” Simon parpadeó con su
somnolencia, como si fueran las dos de la mañana en vez de de la tarde. “Creo que esto altera
sus ideas acerca de cómo deberían ser las cosas. Un punto a favor, va a tener un trabajo más
duro para encontrarme vagando por la noche cuando yo esté decidido a vagar por el día en su
lugar.”
“Crees que él está contento.”
“A los vampiros nos les gusta el cambio. Son muy tradicionales.” Le sonrió, y ella pensó, Él
siempre estará como ahora. Cuando yo tenga cincuenta o sesenta, él todavía aparentará
dieciséis. Ese no era un pensamiento feliz. “De todas maneras, esto será bueno para mi carrera
musical. A juzgar por esa Anne Rice y demás los vampiros se hacen grandes estrellas del rock.”
“No estoy segura de que esa información sea fiable.”
Él se echó hacia atrás en la silla. “¿Qué lo es? Además de ti, por supuesto.”
“¿Fiable? ¿Eso es lo que piensas de mí?” requirió ella con fingida indignación. “Eso no es
muy romántico.”
Una sombra pasó por la cara de él. “Clary…”
“¿Qué? ¿Qué pasa?” Ella alcanzó su mano y la sostuvo. “Estás usando tu voz para las malas
noticias.”
Él apartó la vista de ella. “No sé si son malas noticias o no.”
“Todo es lo uno o lo otro,” dijo Clary. “Sólo dime que tú estás bien.”
“Estoy bien,” dijo él. “Pero… No creo que debamos seguir viéndonos, ya no.”
Clary casi se cae de la silla. “¿No quieres que seamos amigos nunca más?”
“Clary…”
“¿Es por los demonios? ¿Porque te he encontrado convertido en un vampiro?” Su voz iba
subiendo en volumen cada vez más alta. “Sé que todo ha sido una locura, pero puedo
mantenerte apartado de todo eso. Puedo…”
Simon hizo un gesto de dolor. “Comienzas a sonar como un delfín, ¿lo sabes? Para.”
Clary se detuvo.
“Aún quiero que seamos amigos,” dijo él. “Es de lo otro de lo que no estoy tan seguro.”
“¿De qué otro?”

Él comenzó a ruborizarse. Ella no había sabido que los vampiros podían ruborizarse. Parecía
algo extraordinario en contraste con su pálida piel. “Lo de novia-novio.”
Ella se quedó en silencio un largo momento, buscando las palabras. Finalmente, dijo: “Al
menos no has dicho ‘lo del beso.’ Temía que lo fueras a llamar así.”

Él bajó la mirada hasta sus manos, donde permanecían entrelazadas sobre la silla de
plástico. Los dedos de ella parecían pequeños contra los suyos, pero por primera vez, la piel de
ella era de un tono más oscuro. Él acaricio su pulgar distraídamente sobre los nudillos de ella y
dijo, “No debería haberlo llamado así.”
“Creí que era esto lo que querías,” dijo ella. “Creí que dijiste que…”
Él subió la mirada hasta ella a través de sus oscuras pestañas. “¿Que te quería? Te quiero.
Pero esa no es toda la historia.”
“¿Esto es por Maia?” Sus dientes habían empezado a castañear, sólo en parte por el frío.
“¿Porque ella te gusta?”
Simon titubeaba. “No. Quiero decir, sí, me gusta ella, pero no de la manera en la que tú te
refieres. Es sólo que cuando estoy cerca de ella… Sé que es como estar con alguien como yo,
eso es. Y no es como es contigo.”
“Pero no le quieres…”
“Quizás podría algún día.”
“Quizás yo podría amarte a ti algún día.”
“Si algún día lo haces,” dijo él, “ven y házmelo saber. Sabes dónde encontrarme.”
Los dientes de ella estaban castañeando con fuerza. “No puedo perderte, Simon. No
puedo.”
“No lo harás nunca. No te estoy dejando. Pero preferiría tener lo que tenemos, que es real y
verdad e importante, a tenerte a ti fingiendo sentir algo más. Cuando estoy contigo, quiero
saber que eres tú de verdad, la Clary real.”
Ella inclinó la cabeza contra la suya, cerrando los ojos. Él todavía se sentía como Simon, a
pesar de todo; aún olía como él, como su jabón de baño. “Quizás no sepa quién es.”
“Pero yo sí.”
La nueva camioneta de Luke estaba parada sobre el bordillo cuando Clary dejó la casa de
Simon, sujetando la puerta al cerrarla detrás de ella.
“Tú me dejaste. No tienes que recogerme también,” dijo ella, deslizándose dentro de la
cabina a su lado. Los fondos de Luke sirvieron para sustituir la camioneta antigua y destruida
por una nueva que era exactamente igual que esa.
“Perdóname mi pánico paternal,” dijo Luke, pasándole un vaso de papel encerado con café.
Ella dio un sorbo –sin leche y con un montón de azúcar, como a ella le gustaba. “Tiendo a
ponerme nervioso cuando no te tengo en mi inmediata línea de visión estos días.”
“Oh, ¿sí?” Clary sostuvo el café con fuerza para impedir que se derramara mientras ellos
chocaban con los baches de la carretera. “¿Por cuánto tiempo crees que va a continuar?”
Luke parecía considerarlo. “No mucho. Cinco, quizás seis años.”
“¡Luke!”
“Planeo dejarte empezar a salir cuando tengas treinta, si eso ayuda.”
“En realidad, no suena tan mal. Puede que no esté preparada hasta que tenga treinta.”
Luke la miró de lado. “¿Tú y Simon…?”
Ella hizo un gesto con la mano que sostenía el vaso de café. “No preguntes.”
“Ya veo.” Probablemente lo hacía. “¿Querías que te dejara en casa?”
“Vas al hospital, ¿verdad?” Podía decirlo por la tensión nerviosa subyacente en sus bromas.
“Iré contigo.”

Estaban en el puente ahora, y Clary miraba hacia fuera por encima del río, cuidando de su
café pensativamente. Nunca se cansaba de esta vista, el estrecho río de agua entre las paredes
del cañón de Manhattan y Brooklyn. Brillaba al sol como una lámina de aluminio. Se
preguntaba por qué nunca había intentado dibujarlo. Recordaba cómo una vez preguntó a su
madre por qué nunca la usaba como modelo, nunca dibujó a su propia hija. ‘Dibujar algo es
intentar capturarlo para siempre,’ había dicho Jocelyn, sentada en el suelo con un pincel
chorreando azul de cadmio sobre sus vaqueros. ‘Si realmente amas algo, nunca intentas
mantenerlo de esa manera para siempre. Tienes que dejarlo ser libre para cambiar.’
Pero yo odio el cambio. Ella respiró profundamente. “Luke,” dijo. “Valentine me dijo algo
cuando estaba en el buque, algo sobre…”
“Nada bueno puede empezar con las palabras ‘Valentine dijo,’” masculló Luke.
“Quizás no. Pero esto era sobre ti y mi madre. Dijo que tú estabas enamorado de ella.”
Silencio. Estaban parados por el tráfico sobre el puente. Ella podía oír el sonido del tren Q
retumbando al pasar. “¿Crees que eso es verdad?” dijo Luke al final.
“Bueno.” Clary podía sentir la tensión en el aire e intentó elegir sus palabras
cuidadosamente. “No lo sé. Quiero decir, él lo dijo y enseguida lo rechacé como una paranoia y
odio. Pero ahora he comenzado a pensar, y bueno… Es un poco extraño que siempre hayas
estado cerca, has sido como un padre para mí, prácticamente vivimos en la granja en verano, y
ni tú ni mi madre habéis tenido citas con nadie más. Así que pensé que quizás…”
“¿Pensaste que quizás qué?”
“Que quizás habéis estado juntos todo este tiempo y sólo no quisisteis decírmelo. Quizás
pensasteis que era demasiado joven para entenderlo. Quizás temíais que empezara a hacerme
preguntas sobre mi padre. Pero no soy demasiado joven para entenderlo, ya no. Puedes
contarme. Supongo que eso es lo que quiero decir. Puedes contármelo todo.”
“Quizás no todo.” Hubo otro silencio mientras la camioneta avanzaba lentamente hacia
delante con el reptante tráfico. Luke torció la vista hacia el río, sus dedos repiqueteando sobre
el volante. Finalmente, dijo, “Tienes razón. Estoy enamorado de tu madre.”
“Eso es genial,” dijo Clary, intentando sonar comprensiva y positiva a pesar de lo grotesca
que pudiera parecer la idea a la gente de que su madre y Luke a sus edades estuvieran
enamorados.
“Pero,” dijo él finalizando, “ella no lo sabe.”
“¿Ella no lo sabe?” Clary hizo un amplio gesto dramático con el brazo. Afortunadamente, el
vaso del café estaba vacío. “¿Cómo puede no saberlo? ¿No se lo has dicho?”
“La verdad es que,” dijo Luke, apretando de golpe el acelerador de forma que la camioneta
dio un bandazo hacia delante, “no.”
“¿Por qué no?”
Luke suspiró y se frotó la barbilla con barba de tres días cansadamente. “Porque,” dijo,
“nunca parecía ser el momento adecuado.”
“Esa es una excusa muy pobre, y lo sabes.”
Luke logró hacer un sonido a mitad de camino entre una risa y un gruñido de enfado.
“Quizás, pero es la verdad. Primero cuando me di cuenta de lo que sentía por Jocelyn, tenía la
misma edad que tú. Dieciséis. Y todos nosotros habíamos acabado de conocer a Valentine. Yo
no tenía ninguna competición con él. Estaba incluso algo contento de que si no iba a ser yo a
quien ella quisiera, fuera alguien que realmente la mereciera.” Su voz se endureció. “Cuando
me di cuenta de lo equivocado que estaba respecto a eso, era demasiado tarde. Cuando nos
fugamos juntos de Idris, y ella estaba embarazada de ti, yo le ofrecí matrimonio, para cuidar de
ella. Le dijo que no importaba quién era el padre del bebé, yo lo criaría como el mío propio.
Ella creyó que estaba siendo caritativo. No pude convencerla de que estaba siendo tan egoísta
como yo sabía. Ella me dijo que no quería ser una carga para mí, que eso era demasiado pedir
a nadie. Después me dejó en París, yo volví a Idris pero estaba siempre inquieto, nunca feliz.
Estaba siempre esa parte de mí ausente, la parte que era Jocelyn. Soñaba que ella estaba en
algún lugar necesitando mi ayuda, que estaba llamándome de alguna manera y no podía oírla.
Finalmente, fui en su busca de ella.”
“Recuerdo que ella estaba feliz,” dijo Clary en voz baja. “Cuando la encontraste.”
“Lo estaba y no lo estaba. Estaba contenta de verme, pero al mismo tiempo yo simbolizaba
para ella todo el mundo del que ella había huido, y del que no quería participar. Estuvo de
acuerdo en que me quedara cuando le prometí que rompería todos los vínculos con el pack,
con la Clave, con Idris, con todo eso. Yo me ofrecí a mudarme con vosotras, pero Jocelyn pensó
que mis transformaciones serían demasiado difíciles de ocultar para ti, y estuve de acuerdo.
Compré la librería, tomé un nuevo nombre, y fingí que Lucian Graymark estaba muerto. Y por
todas estas pretensiones y propósitos, lo ha estado.”
“Realmente has hecho mucho por mi madre. Has entregado toda tu vida.”
“Habría hecho más,” dijo Luke con practicidad. “Pero ella fue tan inflexible sobre no tener
nada que ver con la Clave o el Submundo, y por mucho que yo tratara de fingir, todavía era un
licántropo. He vivido recordando todo eso. Y ella estaba segura de no querer que tú supieses
nada de ello nunca. Ya sabes, nunca estuve de acuerdo con las visitas a Magnus, para cambiar
tus recuerdos o tu Visión, pero era lo que ella quería y le dejé hacerlo porque si hubiera
tratado de impedírselo, me habría pedido que me fuera. Y no había manera –ninguna manera–
de que ella aceptase casarse conmigo, ser tu padre y no decirte la verdad sobre mí mismo. Y
eso habría derrumbado todo, todos aquellos frágiles muros que ella había intentado tan
duramente de construir entre el suyo y el Mundo Invisible. No le podía hacer eso. Así que
permanecí en silencio.”
“¿Quieres decir que nunca le contaste lo que sentías?”
“Tu madre no es estúpida, Clary,” dijo Luke. Sonaba tranquilo, pero había cierta tirantez en
su voz. “Ella debe saberlo. Le ofrecí matrimonio. Por muy amables que hayan sido sus
rechazos, sé una cosa claramente: ella sabe lo que siento y ella no siente lo mismo.”
Clary se quedó en silencio.
“Está bien,” dijo Luke, tratando de aligerar. “Yo lo acepté hace mucho tiempo.”
Los nervios de Clary estaban quemándose de repente con una tensión que no creía que se
debiera a la cafeína. Empujó sus pensamientos a través de su propia vida. “¿Le ofreciste
casarte con ella, pero no le contaste que era porque la querías? No debe ser eso.”
Luke se quedó en silencio.
“Creo que deberías haberle contado la verdad. Creo que estás equivocado respecto a lo que
ella siente.”
“No lo estoy, Clary.” La voz de Luke sonó firme: Es suficiente por ahora.
“Recuerdo que una vez le pregunté por qué ella no salía con alguien,” dijo Clary, ignorando
su tono de amonestación. “Me dijo que era porque ella ya había entregado su corazón. Y
pensé que se refería a mi padre, pero ahora… ahora no estoy tan segura.”
Luke parecía ahora asombrado. “¿Ella dijo qué?” Se contuvo a sí mismo y añadió,
“Probablemente ser referiría a Valentine, ya sabes.”
“No creo eso.” Ella le disparó una mirada por el rabillo del ojo. “Además, ¿no lo odias? ¿El
no decir lo que sientes realmente?”
Esta vez el silencio duró hasta que estuvieron fuera del puente y retumbando Orchard
Street abajo, llena de tiendas y restaurantes cuyos letreros estaban en bonitos caracteres
chinos rizándose en dorado y rojo. “Sí, lo odio.” Dijo Luke. “En aquel tiempo, pensé que
tenerte a ti y a tu madre era mejor que nada. Pero si no puedes decir la verdad a la gente que
te importamás que nada, finalmente dejas de ser capaz de decirte la verdad a ti mismo.”
Había un sonido como de agua fluyendo en los oídos de Clary. Miró hacia abajo, vio que
había aplastado el vaso de papel encerado vacío que estaba sosteniendo hasta convertirlo en
una bola irreconocible.
“Llévame al Instituto,” dijo ella. “Por favor.”
Luke la miró con sorpresa. “Pensé que querías venir al hospital.”
“Te veré allí cuando haya acabado,” dijo ella. “Hay algo que tengo que hacer primero.”
El nivel más bajo del Instituto estaba lleno de luz de sol y pálidas motas de polvo. Clary
caminó a lo largo del estrecho pasillo lateral entre los bancos, metiéndose en el ascensor, y
pulsó el botón. “Vamos, vamos,” mascullaba. “Va-”
Las puertas doradas chirriaron al abrirse. Jace estaba en pie en el interior del ascensor. Sus
ojos se ensancharon cuando la vio.
“-mos.” Terminó Clary, y dejó caer el brazo. “Oh, hola.”
Él la contempló. “¿Clary?”
“Te has cortado el pelo,” dijo ella sin pensar. Era verdad –el largo cabello metálico no caía
tan largo sobre su cara, sino que estaba cortado con pulcritud y uniformidad. Lo que le hacía
parecer más civilizado, incluso un poco mayor. También estaba vestido con esmero, con un
jersey azul oscuro y vaqueros. Algo plateado brillaba en su garganta, justo bajo el cuello del
jersey.
Él subió una mano. “Oh. Sí. Maryse lo cortó.” La puerta del ascensor comenzó a deslizarse
para cerrarse; él la hizo retroceder. “¿Necesitabas subir al Instituto?”
Ella sacudió la cabeza. “Sólo quería hablar contigo.”
“Oh.” Él parecía un poco sorprendido por eso, pero dio un paso fuera del ascensor, dejando
que la puerta se cerrara con un sonido metálico detrás de él. “Justo ahora iba a pasarme por
Taki’s a por algo de comida. Realmente nadie se siente con ganas de cocinar…”
“Lo entiendo,” dijo Clary, luego deseó no haberlo dicho. No es que el deseo de los
Lightwoods de cocinar o no cocinar tuviera nada que ver con ella.
“Podemos hablar allí,” dijo Jace. Comenzó a caminar hacia la puerta, luego se detuvo y miró
para atrás hacia ella. De pie entre dos de los ardientes candelabros, su luz proyectaba un
pálido dorado sobre su pelo y su piel, él parecía como una pintura de un ángel. El corazón de
ella se encogió. “¿Vienes, o no?” dijo él con brusquedad, no sonando angelical en absoluto.
“Oh. Vale. Voy.” Ella se apresuró para alcanzarle.
Mientras caminaban hacia Taki’s, Clary intentó mantener la conversación lejos de los temas
relacionados con ella, Jace, o con ella y Jace. En su lugar, le preguntó cómo les iba a Isabelle,
Max y Alec.
Jace vaciló. Estaban cruzando la Primera y una fresca brisa estaba soplando por la avenida.
El cielo era un azul sin nubes, un perfecto día de otoño en Nueva York.
“Lo siento.” Clary hizo una mueca de dolor por su propia estupidez. “Ellos deben estar
bastante abatidos. Todas esas personas que conocían están muertas.”
“Es diferente para los Cazadores de Sombras,” dijo Jace. “Somos guerreros. Esperamos la
muerte en cierta manera, vosotros…”
Clary no pudo evitar un suspiro. “’Vosotros los mundanos no.’ Era eso lo que ibas a decir,
¿verdad?”
“Sí,” admitió él. “A veces es difícil incluso para mí saber lo que realmente eres.”
Ellos se habían detenido frente a Taki’s, con su techo combado y ventanas oscurecidas. El
ifrit que vigilaba la puerta les miraba fijamente con suspicaces ojos rojos.
“Soy Clary,” dijo ella.
Jace bajó la mirada hasta ella. El viento estaba azotando el pelo de ella sobre la cara. Él
alargó una mano y lo colocó hacia atrás, casi distraídamente. “Lo sé.”
Dentro, encontraron una mesa con el banco corrido en una esquina y se deslizaron en él. La
cafetería estaba casi llena: Kaelie, la camarera duende, estaba echada sobre el mostrador,
aleteando perezosamente sus alas blancas y azules. Ella y Jace habían llamado una vez. Un par
de hombres lobos ocupaban otra mesa. Estaban comiendo patas crudas de cordero y
discutiendo sobre quién ganaría en una pelea: el Dumbledore de los libros de Harry Potter o
Magnus Bane.
“Dumbledore ganaría totalmente,” dijo el primero. “Él tiene el badass Maldición Asesina.”
El segundo licántropo puntualizó mordazmente. “Pero Dumbledore no es real.”
“No creo que Magnus Bane sea real tampoco,” se burló el primero. “¿Te has encontrado
alguna vez con él?”
“Esto es tan extraño,” dijo Clary, acomodándose sigilosamente en su asiento. “¿Los estás
escuchando?”
“No. Es de mala educación escuchar a escondidas.” Jace estaba estudiando el menú, lo que
le dio la oportunidad a Clary de estudiarlo secretamente a él. Nunca te he mirado, le había
dicho ella. Era verdad también, o al menos ella nunca lo miró de la manera en la que quería,
con ojo de artista. Siempre se perdía, distraída en un detalle: la curva de sus pómulos, el
ángulo de sus pestañas, la forma de su boca.
“Me estás observando,” dijo él, sin levantar la vista de la carta del menú. “¿Por qué me
estás mirando? ¿Está algo mal?”

La llegada de Kaelie a su mesa salvó a Clary de tener que responder. Su lápiz, notó Clary, era
una ramita plateada de abedul. Ella contempló a Clary con curiosidad con sus ojos todo de
azul. “¿Sabe lo que quiere?”
Desprevenida, Clary pidió un poco al azar entre los ítems del menú. Jace pidió un plato de
patatas fritas dulces y un número de platos para llevar a casa para los Lightwoods. Kaelie se
fue dejando detrás un ligero olor a flores.
“Dile a Alec y a Isabelle que siento todo lo que ha pasado,” dijo Clary cuando Kaelie estaba
suficientemente lejos como para oír. “Y dile a Max que le llevaré Planeta Prohibido en
cualquier momento.”
“Sólo los mundanos dicen que lo sienten cuando lo que quieren decir es ‘Comparto tu
dolor,’” observó Jace. “Nada de eso fue culpa tuya, Clary.” Sus ojos estaban de repente
brillantes de odio. “Fue de Valentine.”
“Pienso en que no haya habido…”
“¿Ninguna señal de él? No. Supongo que se habrá cobijado en algún sitio hasta poder
finalizar lo que empezó con la Espada. Después de eso…” Jace se encogió de hombros.
“¿Después de eso qué?”
“No lo sé. Él es un loco. Es difícil adivinar qué es lo siguiente que hará un loco.” Pero él evitó
los ojos de ella, y Clary supo qué estaba pensando: Guerra. Eso era lo que Valentine quería.
Una guerra con los Cazadores de Sombras. Y él la buscaría también. Era sólo cuestión de dónde
él golpearía primero. “De todas formas, dudo que eso sea de lo que viniste a hablar conmigo,
¿no?”
“No.” Ahora, ese momento había llegado, Clary estaba pasando un mal rato buscando las
palabras. Atrapó por un momento su reflejo en el recipiente plateado de las servilletas. Rebeca
blanca, rostro blanco, rubor febril en sus mejillas. Ella estaba como cuando tenía fiebre. Se
sintió un poco así también. “He estado queriendo hablar contigo estos últimos días…”
“Puede que quieras quedarte conmigo.” Su voz era cortante de forma poco natural. “Cada
vez que te llamaba, Luke me decía que estabas enferma. Me figuré que me estabas evitando.
Otra vez.”
“No lo hacía.” A ella le pareció que entre ellos había una cantidad enorme de espacio vacío,
aunque la mesa no era de las grandes y ellos no estaban sentados muy lejos el uno del otro.
“Quería hablar contigo. He estado pensando en ti todo el tiempo.”

Él hizo un ruido de sorpresa y alargó la mano fuera a través de la mesa. Ella la tomó, una
ola de alivio rompiendo sobre ella. “Yo también he estado pensando en ti.”

La presión de su mano era cálida en la suya, reconfortante, y recordó cómo ella le había
sostenido a él en Renwick cuando se había balanceado hacia atrás, sosteniendo en las manos
el fragmento sangriento del Portal que era todo lo que le quedaba de su antigua vida. “Estuve
enferma de verdad,” dijo ella. “Lo juro. Casi muero allí en el barco, lo sabes.”

Soltó su mano, pero él la estaba mirando, casi como si pretendiera memorizar su rostro. “Lo
sé,” dijo él. “Cada vez que estuviste a punto de morir, yo también lo estuve.”
Sus palabras hacían que el corazón de ella resonase en el pecho como si se hubiera dado un
trago de cafeína. “Jace. He venido a decirte que…”
“Espera. Déjame hablar a mí primero.” Levantó las manos como para protegerse de las
siguientes palabras de ella. “Antes de que digas nada, quería pedirte perdón.”
“¿Perdón? ¿Por qué?”
“Por no escucharte.” Él se rastrilló el cabello hacia atrás con ambas manos y ella pudo ver
una pequeña cicatriz, una minúscula línea plateada, en un lado de su cuello. No la había tenido
antes. “Me dijiste que yo no podía tener lo que quería de ti, y yo seguí presionándote y
presionándote, sin escucharte en absoluto. Sólo te quería y me tenía sin cuidado lo que nadie
más tuviera que decir sobre ello. Nadie, ni siquiera tú.”

La boca de ella estaba de repente seca, pero antes de que ella pudiera decir algo, Kaelie
estaba de vuelta, con los fritos de Jace y varios platos para Clary. Clary bajó la mirada a lo que
había ordenado. Un batido verde, lo que parecía un filete de hamburguesa cruda y un plato de
grillos bañados en chocolate. Nada de eso importaba; su estómago estaba demasiado cerrado
para considerar la posibilidad de comer. “Jace,” dijo ella, tan pronto como la camarera se había
ido. “Tú no hiciste nada malo. Tú…”
“No. Déjame terminar.” Estaba mirando su plato de fritos como si contuviera los secretos
del universo. “Clary, tengo que decirlo ahora o… o no lo diré.” Sus palabras salieron en una
ráfaga: “Creía que había perdido a mi familia. Y no me refiero a Valentine. Me refiero a los
Lightwoods. Creí que ellos habían terminado conmigo. Creí que no había nada en mi mundo
más que tú. Yo… Yo estaba enloquecido con la pérdida y me desquité contigo y lo siento. Tú
tenías razón.”
“No. Fui una estúpida. Fui cruel contigo…”
“Tenías toda la razón para serlo.” Levantó sus ojos para mirarla y de repente ella de un
modo extraño estaba recordándose con cuatro años y en la playa, llorando cuando el viento
arreció y echó abajo el castillo que había hecho. Su madre le había dicho que podía hacer otro
si quería, pero no pararon sus lloros porque lo que ella había creído que era permanente no
era permanente después de todo, sino sólo algo hecho de arena que desaparecía por el
contacto del viento o el agua. “Lo que dijiste era verdad. No vivimos o amamos en un vacío.
Hay gente a nuestro alrededor que se preocupa por nosotros, por que podamos resultar
heridos, quizás destruidos, si nos dejamos a nosotros mismos sentir lo que querríamos sentir.
Ser tan egoísta, significaría… Significaría ser como Valentine.”


Él dijo el nombre de su padre con tanta determinación que Clary lo sintió como una puerta
cerrándose con un portazo en su cara.
“Yo sólo seré tu hermano de aquí en adelante,” dijo él, mirándola con una expectación
esperanzada de que ella estaría contenta, lo que le hizo a ella querer gritar que le estaba
rompiendo el corazón en pedazos y tenía que parar. “Es eso lo que quieres, ¿no?”

Le llevó un largo lapso de tiempo responder, y cuando lo hizo, su propia voz sonó como un
eco, viniendo desde muy lejos. “Sí,” dijo ella, y oyó la ráfaga de olas en los oídos, y los ojos le
escocieron como por la arena o el rocío de la sal. “Eso es lo que quería.”

Clary subió con entumecimiento los grandes escalones que precedían las amplias puertas de
cristal del Beth Israel. De alguna manera, estaba contenta de estar allí en vez de en ningún otro
lugar. Lo que quería más que nada era tirarse en los brazos de su madre y llorar, incluso
aunque no pudiera explicarle nunca a su madre aquello por lo que estaba llorando. Desde que
no podía hacer eso, sentarse junto a la cama de su madre y llorar parecía la siguiente mejor
opción.
Ella se había contenido bastante bien en Taki’s, incluso abrazando a Jace para despedirse
cuando se fue. No había empezado a sollozar todavía cuando tomó el metro, y entonces se
encontró a sí misma llorando por todas las cosas por las que no había llorado aún, por Jace,
Simon, Luke, su madre, e incluso por Valentine. Había llorado tanto que el hombre que estaba
sentado al otro extremo le había ofrecido un pañuelo de papel, y ella le había gritado, ¿Qué
crees que estás mirando, gilipollas?, porque eso era lo que se hacía en Nueva York. Después de
eso se sintió un poco mejor.

Cuando se acercaba al final de las escaleras, se dio cuenta de que allí había una mujer de
pie. Llevaba una larga capa oscura sobre un traje, no es el tipo de cosa que usualmente veías
en una calle de Manhattan. La capa estaba hecha de un material aterciopelado oscuro y tenía
una ancha capucha, que estaba subida, ocultando su rostro. Echando un vistazo alrededor,
Clary vio que nadie más en los escalones del hospital o en las puertas parecía notar la
aparición. Un glamour, entonces.

Llegó al final de los escalones y se detuvo, subiendo la mirada a la mujer. Todavía no podía
ver su rostro. Ella dijo, “Mira, si estás aquí para verme, sólo dime qué quieres. La verdad es que
no estoy de humor para todo este rollo del glamour y el secretismo en este momento.”
Notó que la gente a su alrededor se paraba a mirar a la chica loca que estaba hablando
sola. Ella luchó contra el impulso de sacarles la lengua.

“Está bien.” La voz era suave, extrañamente familiar. La mujer alzó las manos y se bajó la
capucha. Un cabello plateado se extendía por sus hombros en avalancha. Era la mujer que
Clary había visto mirándola en el patio del Cementerio Marble, la misma mujer que les había
salvado del cuchillo de Malik en el Instituto. De cerca, Clary pudo ver que tenía el tipo de
rostro que era todo ángulos, demasiado afilada para ser bonito, aunque los ojos eran de un
intenso y precioso color avellana. “Mi nombre es Madeleine. Madeleine Bellefleur.”
“¿Y…?” dijo Clary. “¿Qué quieres de mí?”
La mujer –Madeleine– vaciló. “Conocí a tu madre, Jocelyn,” dijo ella. “Éramos amigas en
Idris.”
“No puedes verla,” dijo Clary. “Nada de visitantes, sólo familiares hasta que esté mejor.”
“Pero ella no se pondrá mejor.”
Clary sintió como si le hubiera abofeteado la cara. “¿Qué?”
“Lo siento,” dijo Madeleine. “No quería ofenderte. Es sólo que sé qué es lo que está mal en
Jocelyn, y no hay nada que un hospital mundano pueda hacer por ella ahora. Lo que le
ocurrió… Ella se lo hizo a sí misma, Clarissa.”
“No. Tú no lo entiendes. Valentine…”
“Ella lo hizo antes de que Valentine diera con ella. De forma que él no pudiera obtener
ninguna información de ella. Lo planeó de esa manera. Era un secreto, un secreto que
compartió sólo con otra persona, y sólo a una persona le dijo cómo podía invertirse. Esa
persona soy yo.”
“¿Quieres decir…?”
“Sí,” dijo Madeleine. “Quiero decir que puedo mostrarte cómo despertar a tu madre.”

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